miércoles, 29 de febrero de 2012

Salto en el tiempo

El tren Leap Year recorría, de parada en parada, todas y cada una de la estaciones como un día normal. En cada parada, algunos pasajeros lo desalojaban al mismo tiempo que otros se subían. Todo seguía su curso. Todo estaba planeado.
Rose observaba por la ventana pensativa. El sol iluminaba su entristecida cara y su blanquecino pelo. Se notaba, desde hacía tiempo, vieja. Quedaban pocos días para su octogésimo cumpleaños. Aunque intentaba disimularlo, su rostro, aquel que antaño había sido tan anhelado por muchos hombres, ahora estaba repleto de arrugas, víctima de la edad.
Adoraba perderse en su pensamientos mientras viajaba de ciudad en ciudad. No obstante, a veces -la mayoría de ellas- recordar dolía. Fuera como fuese, siempre acababa llorando y añorando su pasado, deseando volver a ser joven, deseando volver a vivir lo vivido, deseando volver a conocer a Peter.
Parecía extraño que hubieran pasado ya más de sesenta años. Sesenta largos años en los que no había podido olvidar su cara. Seguía sintiendo lo mismo cada vez que recordaba aquella sonrisa. A veces, justo antes de irse a dormir, podía sentir los labios de Peter rozando los suyos. Ella, inconscientemente cerraba los ojos, mientras un largo escalofrío recorría su cuerpo. Era una sensación indescriptiblemente mágica. Sin embargo, estaba totalmente segura de que era producto de la fuerte añoranza y producida por su propia imaginación. Lo sabía, lo había estudiado en sus pacientes. Pero era tan real. Lo sentía tan real que no necesitaba una justificación científica para saber que estaba ahí.
En esta ocasión en especial, no podía quitarse de la cabeza el que definiría sin duda como el mejor momento de su vida.

>>Todo estaba oscuro. Peter me guiaba. Me sentía segura.
-Te va a encantar- dijo él.
Yo me mordía el labio inferior, intrigada, con una gran incertidumbre. 
Tenía los ojos vendados. Me había preparado una sorpresa.


-Hemos llegado- dijo él después de un rato caminando. 
Desató la venda dejando mis ojos cerrados al descubierto. Los abrí lentamente y tuve que reprimir las irremediables ganas que me entraron de llorar.
Estábamos en el claro de un bosque. Sobre la hierba, había una tela extendida -toda ella recubierta de pétalos de rosa- y en el centro una bonita vela que iluminaba levemente el sitio. Justo al lado había un bonito río que recorría de lado a lado el claro y que era sobrevolado por varias luciérnagas trasnochadoras. El paisaje era idílico. Desde aquel sitio podía observarse a la perfección la cordillera. El aire con olor a follaje mojado confirmaba la pureza del sitio. 
Observé a Peter sin poder expresar todos los sentimientos que sentía en ese momento.
-No... sé qué decir- pude decir con dificultad.
Peter sonrió.
-Prueba a decir Te quiero- dijo.
No pude contener las lágrimas que se escaparon recorriendo mis mejillas. Era feliz.
-Te quiero- dije y, estoy totalmente segura de que nunca en mi vida lo he dicho tan convencida como aquella vez.


Aquella noche fue perfecta. Nos sentamos a cenar a la luz de la vela, mientras parloteábamos sobre qué sería de nuestras vidas al comenzar la universidad. 
Siempre quiso que cumpliera mi sueño de ser psicóloga. Siempre. Aquella noche me lo repitió más de mil veces. Me encantaba. Le amaba. Era feliz.
Me acerqué esparciendo todos los platos y me lancé hacia él. Nos reímos un largo rato y después nos besamos. Y mientras nos besábamos, paró de golpe. Supo que era el momento.
-Espera, espera- dijo -Quiero que, justo en el momento en el que esa rana salte al río, mires el cielo.
Yo entendí al instante. 
Peter tenía una extraña capacidad para saber lo que iba a pasar. Era un extraño don. Lo soñaba. El problema era que no siempre recordaba sus sueños. A veces, en momentos concretos, lo recordaba. Ese era uno de esos momentos.
Justo como él dijo, observé cómo la rana saltaba hasta al agua y al instante, observé el cielo estrellado, tal y como Peter había dicho. Una estrella fugaz atravesaba en ese instante la oscura bóveda celeste. Quedé totalmente impresionada.
-Pide un deseo- dijo él.
-Te pido a ti- dije al instante -Pido que este momento sea para siempre, que tú seas para siempre.
Peter dejó de sonreír. 
Noté que una horrible tristeza invadía su cuerpo al oír mis palabras. 
-¿Qué ocurre?- pregunté asustada.
-Nada- dijo él retornado a lucir su preciosa sonrisa -Absolutamente nada.<<

El deseo de Rose no se cumplió. Acabó como siempre, llorando en la estación, mientras millones de sentimientos recorrían su cuerpo.

El tren llegó a su destino.
Rose cogió su maletín y bajó las escaleras con dificultad, secándose las lágrimas.
Tenía que andar varios metros hacia su casa. Lo hacía cada día. Sin embargo, ese día se detuvo para observar algo que le había llamado la atención. Una  rana daba pequeño saltitos intentando llegar a la charca.
-Sé que estás ahí- susurró.
Observó cómo la rana saltó al charco, esperando, una vez más, que una estrella fugaz cumpliera su deseo: Estar con Peter para siempre.

lunes, 27 de febrero de 2012

Déjà vu

El día estaba nublado. Recordaba a aquellas frías tardes de invierno en las que sólo querías estar tumbado y tomar un vaso de cualquier bebida caliente. Con una extraña peculiaridad: no hacía frío. No obstante, aunque apetecía tumbarse y desconectar de la realidad, estaba condenado a permanecer cinco horas más en aquel lugar.
Me sentía encerrado. Cada día más.
Tenía la necesidad de pegar un grito de ira y desahogarme de aquella tortura de complejos y hostilidad.
Quería irme.
Sin embargo, no gritaba. Me limitaba a mirar fijamente algún lugar de la pared, mientras escuchaba a la gente hablar a mi al rededor.
-¿Qué te pasa?
Volví a la realidad al oír su voz.
-Nada- dije levemente.
-Llevas todo el recreo callado- dijo ella -¿Es por el examen de física?
Era cierto que el examen de física me había ido de pena, pero no era ese el motivo de mi silencio.
Annie me observaba fijamente.
-No es nada- dije y, seguidamente, conté con poco interés: -Es simplemente que hace días que noto como un amigo mío se distanciase.
-¿Ah, sí?- dijo ella con aquel tono de voz que tanto me gustaba -¿Has probado a hablar con él?
-No- contenté viéndolo todo más claro -Lo cierto es que no había pensado en eso.
-Pues vas y le dices: "¿Qué te pasa? Estás muy raro últimamente" y verás como reacciona.
Sonreí de pronto. La solución había estado frente a mí todo el tiempo.
Me sentí tonto.
Me acerqué lentamente y roce mis labios con los suyos, dedicándole una mirada cargada de magia.
-Gracias- le dije.
Ella sonrió y me devolvió la mirada con aquellos ojos color miel tan peculiares.
-Te quiero- me dijo antes de que me marchase.

Caminé por los pasillos de mi colegio notando como más de media docena de ojos me observaban. Sin embargo tenía las cosas claras. Quería arreglarlo con John. Zanjar el tema de una vez. Quería que todo volviese a ser igual. Quería que el verano que estaba a punto de comenzar fuese igual que el anterior.
No le encontré por los pasillos de primer curso. Decidí volver al patio.
Cuando estaba a punto de rendirme, le vi. Estaba de espaldas. Llevaba cargada a la espalda su maleta blanca y llevaba puesta... ¿era posible? Al parece había encontrado la chaqueta azul marino que había perdido aquel día en la feria.
Me acerqué lentamente pensando un tema con el que comenzar a hablarle. Estuve parado a su espalda varios segundos hasta que me decidí.
-¿Qué te pasa, John?
El chico se giró clavándome sus ojos azules. En aquel supe que había metido la pata de alguna manera. No sabía por qué, pero esa mirada... no era la misma. Había cambiado.
-¿A mi?- dijo el joven con su dulce tono de voz.
-Estás raro- dije -Ya ni me saludas por los pasillos.
El joven abrió los ojos como platos y frunció el ceño.
-Lo siento, te... equivocas de persona- afirmó el chico.
-Exacto. El John que yo conozco ha dejado de existir ¿no?- dije algo enfadado.
-No te he visto en la vida, lo siento
-No sé qué te he hecho, pero pensaba que eras de otra manera- dije antes de darme la vuelta e irme por donde había venido. El joven quedó extrañado y sorprendido. Yo, salí de allí enfadado, deseando que fuera una pesadilla y que, al despertar, todo fuera como antes.
No podía entender qué había ocurrido. No me cabía en la cabeza.
Me crucé con Annie por el camino y me observó intrigada.
-¿Ha ido mal?- preguntó.
-Hace como si no existiera- expliqué brevemente clavando la vista sin mucho interés en el tablón de anuncios.
-¿Se puede saber quién es?
-John
Annie dió un respingo.
-¿John?
Yo asentí.
-No sabía que eras amigo de John.
-¿Cómo que no? Hemos pasado todo el verano pasado juntos. Fuimos a la playa, jugamos a tenis... Annie nos pasamos la mayoría de recreos juntos.
-¿Qué dices?- dijo medio riéndo -Si en los patios siempre estamos solos, ¿por qué dices eso?
-Annie, siempre está con nosotros- dije cada vez más serio.
-No- negó -Es la primera noticia que tengo de este chico desde hace mucho tiempo
Yo suspiré
-¿Que le pasa hoy a todo el mundo?
Entonces aclaré la vista y me fijé realmente qué era lo que colgaba en el tablón. Había varios carteles sobre ecología y varias fotos del viaje a Barcelona del año pasado y, en el centro, un gran calendario.
Se me congeló el corazón y se me erizó la piel.
-Annie- dije casi tartamudeando -¿en qué año estamos?
La joven quedó asombrada por la pregunta, pero contestó veloz.
-En 2012
Abrí los ojos y pegué mi espalda contra la pared mientras caía poco a poco. Notaba como la fuerza de la gravedad me atraía, hasta dejarme sentado. Deseé que la tierra me tragase y borrar mi huella del mapa.
Estaba en Febrero del 2012. La realidad me había golpeado con toda su fuerza, dejándome sin respiración. No comprendía nada, no podía entenderlo. Nada de lo que había pasado había ocurrido en todo un año era realidad. Sentía como si todo hubiese sido un largo sueño. Aquella noche en la playa, el festival, la feria, aquellas tardes soñando cómo serían nuestras vidas, aquella magia, aquella primera vez, aquellos sueños cumplidos... nada de eso había ocurrido.
Comenzó a llover.
Tenía que volver a vivirlo todo de nuevo, puede que de la misma manera o puede que no. Todo volvía a ser igual.
No me había puesto chaqueta. Comencé a tener frío por todo el cuerpo. Ahora el día recordaba del todo a  aquellas frías tardes de invierno en las que sólo quieres estar tumbado y tomar un vaso de cualquier bebida caliente. Esta vez con una nueva peculiaridad: quería volver a dormir de nuevo y volver a mi presente en el que el mundo tenía sentido.