sábado, 17 de enero de 2015

Segunda persona

Veo pasar los años escribiendo una carta a mi futuro yo.
Yo… vivo en un presente simple de camino a un futuro imperfecto.
Perfecto estereotipo de persona que hace todo mal
Maldigo las veces que me equivoqué y las bendigo a la vez.
Por vez primera soy consciente de cómo conjugar los tiempos.
Y no me queda tiempo para enmendar mis errores.
Error o acierto, ¡qué más da!
Da miedo pensar que solo tenemos una oportunidad.
Oportuna, como las sorpresas que da la vida en cualquier momento.
Y ni un momento para reflexionar si es o no lo correcto.
Pues lo correcto es agarrarla con todas tus fuerzas sin miedo a caer.
A caer en la cuenta de que conoces por fin el verbo ser.
Ser o no ser, esa no es la cuestión.
La cuestión es cómo ser cuando ya es fuiste.
Fuiste la única razón por la que dejarlo todo.
Todo lo que tuve, todo lo que tengo, por alguien que no existe. ¿Cómo?
Cómo cojones puedes querer a alguien que no conoces.
O sí. O quizás se cruza conmigo cada tarde.
Tarde como mi mirada al intentar cruzarse con la suya. Demasiado tarde.
Tardé cien años en olvidarme y ciento uno en darme cuenta.
Cuenta conmigo, 1, 2, 3, son las coincidencias que nos separan.
Se paran, expectantes, esperando.
Yo ando entre ellas, esperando encontrarte y... no hay manera de que aparezcas.
Que parezcas de verdad y no seas el maldito sueño de siempre.
Y siempre con la misma historia, siempre perdido.
Perdí el valor hace tiempo. En cualquier cuneta lo dejaría olvidado.
He olvidado cómo era conjugar las segundas personas. El nosotros.
Nosotros no fuimos infinitos, no nos hizo falta. 
Pero faltaba tu papel, porque una historia no es historia con solo un personaje.
Y el personaje que me falta en esta historia… eres tú.

Tú, la segunda persona del singular caso del pretérito imperfecto.