miércoles, 1 de octubre de 2014

Cumpliste la profecía

Y ocurrió.
La profecía que decía que lo que una vez había ardido, volvería a arder.
Como si no fuese eso la única razón por la que existían los sentimientos.
Y ahí, sentado en esa maldita silla de escritorio, contaba los minutos que le separaban de acercarse y robar ese beso a medio hacer.
Pero no lo hacía.
Porque no era capaz. Porque era una locura.
Porque tiraría por tierra todo lo que había esperado.
Pero el corazón le gritaba tanto que tenía miedo de que alguien más lo pudiese oír. Porque sonaba muy fuerte. Porque hacía temblar todos sus músculos.
Igual era el mismo capricho que desea un niño cuando quiere un juguete, pero había sentido eso antes. Sentía algo parecido a lo que sentiría un pobre campesino que acababa de encontrar un unicornio paseando por el bosque.
Y quién sabe si ése era el deseo que le había pedido a todas las estrellas. Y quién sabe si ésa era la oportunidad. Su última oportunidad.
Y quemar la habitación no le parecía tan mala idea comparado con el miedo que sentía de perderlo tan cerca. Como sujetar una mano al borde de un precipicio.
Y quizá era él el que estaba en las miradas de los otros.
Quizá todos los caminos le llevaban al mismo punto. Quizá había destapado el jarrón de magia que había guardado en un pequeño cajón para por si acaso.
Pero estaba tan feliz de volver a sentir otra vez. De que la profecía se hubiese cumplido.
Y ni siquiera lo sabía a ciencia cierta.
Y confió. Como si le fuese la vida en ello.
Sin más certeza que su propia existencia.
Pero notaba como en ese mismo momento se estaba escribiendo un libro que llevaba varios días acumulando polvo. Ya no existían bellotas ni escaleras. Todo eso era historia.
Y no sabía si eso era amor, o qué coño, pero sentía que tenía las fuerzas para hacer de lo imposible algo alcanzable.
Y quizás perseguirlo no había sido una locura.
Quizá todo en él tenía una razón.
Y mi razón era él.
Fue complicado guardar la nostalgia en una mochila cada día.
Pero él la desabrochó en ocho segundos.
Y ya me lo habían dicho.
Y ya lo sabía.
Y en ese maldito instante tuve ganas de rearmarme en todos los momentos que me había roto.
Y esa misma fuerza fue la que me impulsó a levantarme de aquella silla de escritorio, mirarle a los ojos y decirle:
"Tú, y solo tú, cumpliste la profecía".

lunes, 23 de junio de 2014

¿Y qué culpa tendré yo de enamorarme de lo imposible?

-Oh, Dios, ¿y qué culpa tendré yo?- repito continuamente mientras me pierdo en el bosque.
Otra vez igual.
Podría decir que estoy cansado de buscar, pero estoy cansado incluso de decirlo. Me siento como un adolescente incomprendido, ¿qué coño me pasa? ¿por qué estoy tan raro? ¿por qué me paso los días corriendo en este maldito bosque buscando algo?
Pero juro que lo vi.
Lo juro.
Estaba ahí y me miró.
Y sin entenderlo del todo, sentí las ganas de seguir a esa criatura.
Y quién coño sabe qué era, pero era lo que llevaba buscando toda mi vida.
Y nadie lo entiende
Y nadie lo entenderá.
Pero estoy enamorado.
Yo, tan exigente y tan enamoradizo, ¡que alguien me explique esto, joder! Que alguien me diga que no estoy loco, porque juro que empiezo a creérmelo. Quién entiende que lleve todo el día buscando en un maldito bosque algo que nadie me garantiza que exista.
Pero juro que lo vi.
Y me miró.
Y en ese momento se detuvo el tiempo.
Y supe quién era y qué estaba destinado a hacer.
Pero ya no me acuerdo. Lo olvidé al momento. Cuando se puso a correr. No necesito que nadie lo entienda. Solo necesito encontrarlo.
Ni siquiera estoy seguro del rumbo que está tomando mi vida.
¿Qué quiero hacer con ella si me paso los días en este bosque buscándole?
Que me enamoré y el amor es ciego. Y ese capullo me tiene ciego. Y no veo nada. Y no lo encuentro. Y duele.
¿Y qué será de mí? ¿Qué será de mi descarrilada vida si no le encuentro? ¿Y de esta maldita fe ciega que tengo? ¿Y qué haré si le vuelvo a ver? ¿Y cómo le digo que, sin conocerle, es el único motivo por el que me levanto por las mañanas? ¿Cómo le diré que mis sentimientos son suyos, que mi estado de ánimo depende del suyo, que soy suyo, joder, soy suyo? ¿Y cuándo dejaré de hacerme preguntas y todo empezará a moverse? ¿Cuándo?
¿Y qué culpa tendré yo de enamorarme de lo imposible?

viernes, 11 de abril de 2014

El último escalón

Deduje que el sol habría salido apenas unas horas antes. Pegado mi cabeza a la ventana derecha del coche, notaba como la fuerza de la gravedad me empujaba. Me relajaba ver como dejábamos atrás todo. Siempre me había asombrado aquella sensación. Era como si realmente los que estuviésemos parados fuésemos nosotros y todo a nuestro alrededor se moviese. 
Poco a poco el coche disminuía la velocidad, hasta que quedamos prácticamente en reposo. 
La inercia actuó justo después de que mi madre apretase sutilmente el freno.
Desabroché mi cinturón y salí del coche. 
Estaba cansado, me dolía la cabeza y tenía ganas de acabar pronto de hacer la compra para irme a casa a dormir. No había dormido lo suficiente la noche anterior... realmente ni siquiera había podido pegar ojo una hora seguida. 
Sentía que el tiempo iba ralentizado. Los segundos que tardamos hasta entrar en el centro comercial se me hicieron totalmente eternos. Movía las piernas por propio instinto, mi cuerpo mantenía el equilibrio con la poca energía que le quedaba. Estaba a punto de caer exhausto.
-Cariño, ¿estás bien?- dijo mi madre al cruzar la puerta de cristal automática.
-Tengo mucho sueño- dije y, según recuerdo, dejé escapar una pequeña risa.
Continuamos caminando hasta llegar a las puertas de los ascensores. El botón ya estaba pulsado, así que no tardó mucho en llegar. 
Cuando montamos en aquel gran ascensor, noté como mi cuerpo me pedía que dejara apoyada la cabeza en la pared. Cerré levemente los ojos mientras oía las puertas cerrarse y una dulce melodía sonando.

El ascenso fue rápido, incluso más de lo normal. Era prácticamente imposible que hubiese subido con tanta velocidad a la última planta. La música se había ido apagando poco a poco, hasta que prácticamente no podía oírse. Abrí los ojos levemente para comprobar si  seguía todo en orden.
Mi madre no estaba. Mi corazón dio un brinco.
Habría jurado que la había visto entrar. Una persona no desaparece así como así, por arte de magia.
No entendía nada.
En ese momento las puertas del ascensor se abrieron, dejando entrar una potente luz blanca y pura. Tuve que acostumbrar mis ojos para poder ver con claridad.
Salí para comprobar qué ocurría.
Sin duda no estaba en el centro comercial. No había absolutamente nada, todo estaba cubierto por una niebla blanquecina, cargada de luz.
-¿Hola?- pregunté nervioso.
El silencio.
Caminé un par de pasos.
-¿Hay alguien aquí? ¿Dónde estoy?
-Bienvenido- dijo una voz masculina y adulta, quizás algo carraspeada -Te estaba esperando.
Yo aluciné. ¿Qué era esa voz? ¿Qué era ese extraño sitio?
-¿Quién eres?- pregunté a la voz, cada vez más nervioso.
Pronto pude observar como un hombre de unos cuarenta y pocos empezaba a abrirse paso entre la niebla. Caminaba justo en mi dirección.  La luz blanca del sitio dejaba ver su rostro a la perfección. Era rubio con el pelo liso, pero algo vicioso, y largo. Caía hasta los hombros y su flequillo casi tocaba sus impactantes ojos azules, de un color azul puro, rozando el gris. Llevaba barba de uno o dos días, apenas se le notaba. Caminaba sonriente, mirándome fijamente a los ojos. Inspiraba una sensación de confianza y paz que inundaron mi cuerpo en segundos. Aunque no sabía donde, había visto su rostro antes, estaba seguro.
-Puedes llamarme Jon- dijo el hombre cuando llegó donde estaba yo.
-Vale... emm.. Jon- dije -¿dónde se supone que estoy?
El hombre rió.
-Eso no importa. Lo importante es que estás a punto de hacer un viaje muy importante.
-¿Ah, sí?- dije sorprendido.
-Sí. No perdamos más el tiempo. Vámonos.
Y extendió su brazo hasta tocarme el hombro. Irremediablemente cerré los ojos. Noté una sensación de relajación y paz completa. Nunca me había sentido así. Me noté flotando por el cielo, encima de las nubes, como aquel globo que sube, sube y no puede detenerse.
Sentí que rozaba la perfección. Cuando volví a la realidad, ya no estábamos en el mismo sitio. Todo era blanco y estaba cubierto por aquella niebla, pero el suelo era de piedra. Estaba sobre un suelo firme.
-Tu viaje acaba de comenzar. ¿Estás dispuesto a correr la carrera de la fe?- preguntó Jon.
Yo asentí irremediablemente. Sentía fascinación por aquel hombre, no lo entendía, pero sabía que lo comprendería más adelante, así que me limité a escucharle.
-Imagino que sabes lo que es una escalera, ¿verdad, Sabel?- preguntó.
Yo asentí sorprendido al ver que conocía mi nombre.
-La vida es una escalera- dijo -Las personas nos dedicamos a ponernos metas, objetivos a los que poder aspirar y lograr. Sueños. Pero para conseguir aquellos sueños, es necesario primeramente proponérselo y creer en ti mismo. Creer que eres capaz de conseguirlo. Con paciencia y dedicación logras subir y subir los escalones de aquella gran escalera que te has propuesto subir, hasta que, al final, en el último escalón, encuentras la clave, tu objetivo. En momentos como esos, creces como persona, te conviertes en humano-.
Me asombré de la sabiduría de sus palabras. Quedé perplejo.
-¿Tú deseas algo con mucha fuerza?- me preguntó después de una ligera pausa para asimilar la información.
Después de reflexionar un momento, me decidí a contestar.
-Sí- afirmé -Lo cierto es que deseo con fuerzas poder...-
-No es necesario, Sabel- me interrumpió -No es necesario que lo expliques. Conozco tus sueños, te conozco.
Me asombré esta vez muchísimo más. Todo aquello era tan extraño, pero en el fondo me parecía totalmente verosímil.
-Y, Sabel, ¿te gustaría cumplir ese deseo?- preguntó.
-Me encantaría- dije casi sin pensar.
-Pues camina. Te reto a moverte. Camina sin mirar atrás. Mi voz estará junto a ti en todo el camino, tranquilo.
Yo sonreí. Me sentí bien escuchando a Jon. Me sentía completo y seguro de mí mismo. Sin embargo, tenía que hacerle caso, tenía que caminar.
Comencé con un primer paso, seguido de otro con la pierna contraria. Una perfecta sincronía. Uno, dos, tres... Ya no había marcha atrás. La niebla se disipaba cada vez que daba un paso. Aun así, me costaba poder ver lo que había delante mía. Era fácil de adivinar: Nada. No había nada más ahí, a parte de luz.
Caminé varios minutos hasta que me detuve. Justo delante mío había una elevación, parecida a un escalón. >>A ésto era a lo que se refería Jon<< pensé y, seguidamente lo subí. Ahora estaba mucho más alto, no mucho, pero algo sí. Lo notaba. Me notaba mucho mejor.
-Hola Sabel- dijo una voz en frente mía.
Provenía de un joven que estaba sentado como un indio en el suelo, a varios metros de mí. Comía un tarro de judías.
-Ho.. la- dije inseguro -¿Quién eres?
-¿Yo? Emm.. Yo soy Paciencia, pero puedes llamarme Cien.
-¿Adrián? ¿Eres tú?- pregunté de pronto.
Ese joven hacía llamarse Cien, pero estaba seguro de que era Adrián, mi mejor amigo, le conocía desde hacía mucho años y le habría reconocido en cualquier sitio.
-Sí, sí, puedes llamarme como quieras- dijo levantándose del suelo con el bol de judías en la mano.
-¿Y qué haces aquí, en este sitio?
-Estoy aquí para cumplir mi sueño. Me dijeron que esperase aquí y me dieron todos estos boles de comida. No sé cómo, pero acabé devorándolos todos. La verdad es que tenía un hambre...
-Pensaba que era el único que iba a cumplir su deseo- susurré muy en voz baja.
-Pues parece ser que no- dijo Cien mirándome con su típica sonrisa. Me había escuchado.
Ambos quedamos mirándonos un rato.
-Ven aquí- dijo -Dame un abrazo, hombre.
Yo sonreí y me acerqué a darle un fuerte abrazo.
-Te he echado de menos- dije.
-Y yo- dijo -Mucho.
Estuvimos abrazados varios segundos, hasta que Cien se apartó para coger otro plato de judías.
-¿Cómo pueden estar tan deliciosas?- preguntó retóricamente.
-No lo sé, pero creo que deberías dejar de comer. No puede ser bueno para tu estomago.
-No, están deliciosas.
-Detente, Adr... digo Cien, para- exclamé.
El joven paró de comer y me miró fijamente.
-¿No dices que me echabas de menos?- pregunté -Pues entonces aprovecha ahora a hablar conmigo que estoy aquí.
Dil reflexionó.
-Tienes razón- dijo y dejó el bol de judías en el suelo de piedra.
Yo sonreí.
-Gracias- dijo serio -Gracias por ayudarme.
-De nada, hombre- dije riendo -Es una tontería.
-No, no lo es- dijo mientras desaparecía poco a poco entre la niebla.
-¿Adrián? ¡Adrián! ¡¿A dónde vas?!- grité intentando perseguirlo.
Le seguí, pero no había rastro de él.
-¿Dónde se ha ido, Jon?- pregunté.
-No se ha ido, Sabel, eres tú el que has avanzado. Ahora le has dejado atrás, has superado el reto. Sin embargo, volveré a retarte. Te reto a moverte, Sabel, vuelve a moverte como antes.
Caminé otra vez. Primero un paso, luego el otro. Poco a poco, entre la niebla. Después de varios minutos volví a encontrarme con otro escalón. Sonreí. Repetí la acción de antes y subí aquel escalón. Volví a sentirme alto, mucho más alto que antes.
-¡Eh, tú!- dijo una voz un poco más fina que la de Dil.
Era un chico más bajo de Adrián y me miraba fijamente a los ojos, desafiante.
-¿Acaso buscas algo?- me dijo.
-Estoy buscando a un amigo mío que ha desaparecido, se llama Ad... Dil, se llama Dil- dije.
-¿Dil es tu amigo?- preguntó de pronto. -No, Dil es más amigo mío que tuyo, que lo sepas.
Asimilé sus palabras.
-¿Cómo?
-Que Dil es más amigo mío que tuyo, chaval.
-¡Pero qué dices! Si yo conozco a Adrián desde que eramos unos renacuajos- exclamé.
-¿Y? Yo le caigo mejor y se lo pasa mejor conmigo- dijo sonriendo desafiante de nuevo.
Le miré confuso. No entendía este tipo de discusión. No entendía qué fin tenía, ni que motivo. Ni siquiera sabía cómo había comenzado.
-¿Sabes lo que creo?- preguntó y antes de que pudiera preguntarle qué era, ya había contestado -Creo que una persona que no sabe pronunciar ni el verdadero nombre de su amigo, no puede ser más amigo que otro que lo conoce todo de él.
Ahora sí que estaba alucinando. ¿Qué era eso? ¿Un tipo de prueba o de test psicológico para ver cómo actuaba? Ese chico me estaba poniendo de los nervios.
-¿Sabes lo que creo yo?- pregunté -Que una persona no debe ser tan soberbia, ni aunque sepa que tiene la razón.
El chico se quedó callado un par de segundos, imagino que reflexionando sobre mis palabras.
-Vale tío, me has ganado- dijo -tienes toda la razón. No he empezado esto como debería haber empezado.
Yo sonreí de nuevo.
-Me llamo Generosidad, pero puedes llamarme Gen- dijo -¿Y tú?
-Yo me llamo Sabel.
Ahora fue él el que sonrió.
-Toma- dijo extendiendo su mano con el puño abierto. Era una llave -Cógela.
Yo la cogí con delicadeza. Era de oro, se veía a simple vista. Era preciosa.
-¿Y ésto?- pregunté.
-Lo necesitarás- dijo desapareciendo entre la niebla igual que lo había hecho Adrián antes.
-¿Otra vez?- exclamé -¡No te vayas!
-Lo siento, me marcho ya- dijo.
-¡Dale recuerdos a Adrián de mi parte!- grité, pero ya no había nadie. Nunca supe si lo oyó realmente.
Volvía a estar solo. La niebla y yo. Me gustaba aquel sitio. Me sentía bien.
-Lo estás haciendo genial- dijo la voz de Jon, de pronto.
-¿En serio?- pregunté -Tan solo actúo como actúo en la vida real.
-Pues sigue así. Sigue caminando, no te detengas.
Aún me quedaban más escalones.
Imité mis movimientos de antes y caminé poco a poco entre la niebla.
Pronto llegué al escalón de siempre y lo subí sin ningún problema. Estaba más alto que antes, ahora ya no me impresionaba. Me gustaba eso de subir escalones, me hacía sentirme ansioso por saber qué habría en el último.
Me detuve.
Había un gran espejo.
-¿Hola?- pregunté.
No obtuve respuesta.
Era extraño. Cada vez que subía el escalón una voz llamaba mi atención, pero esta vez no había nada.
-¿Hay alguien?- pregunté de nuevo.
-No- dijo una voz dulce, femenina, seguida de una risita.
-Y entonces, ¿Quién es la voz que me contesta?
La femenina voz volvió a reír.
-¿Dónde te escondes?- pregunté acercándome al espejo. Vi mi rostro reflejado. Tenía el rostro iluminado por la luz blanca. Me veía mucho más guapo que de costumbre.
-En ningún sitio. No me encontrarás- dijo la voz, esta vez sin risa, con un tono más serio.
-¿No? Pues no hay muchos sitios para esconderse aquí- dije con una mezcla de malicia y desafío.
Observé el espejo. Tenía que estar justo detrás.
-¡¡NO!!- gritó de pronto -No mires detrás del espejo, Sabel.
Di un paso atrás. Su voz estaba cargada de ira. Me recorrió un escalofrío de arriba a abajo.
Esperé varios minutos delante del espejo, mirándome y pensando. No tenía prisa.
-¿Estás ahí?- pregunté.
-Sí
-Tu sabes mi nombre y yo no sé el tuyo. ¿Cómo te llamas?
-Castidad- dijo -¡No mires detrás del espejo!
-¿Por qué?- dije acercándome poco a poco al cristal.
-¡¡NO LO HAGAS!!
Estaba a punto de mirar detrás. Solo tenía que volver la cara y podría ver el rostro de la mujer. Estaba dominado por la curiosidad.
-¡¡NO!!- gritó y fue ese mismo grito el que me hizo girarme, inconscientemente, hacia ella.
Era una joven. Tenía mi edad. Noté como me latió el corazón más rápido de lo normal. Me gustaba aquella chica. Me atraía. Sin embargo, su rostro estaba cargado de odio. Se abalanzó sobre mí a toda velocidad.
-¡¡Te dije que no mirarás!!- gritó golpeándome.
Habíamos caído los dos al suelo y ahora me pegaba débilmente, pero rabiosa. La agarré de los brazos con fuerza.
-¡Castidad!- grité, pero ella seguía golpeándome con las piernas.
-¡Esto no tiene sentido!- grité.
Ella continuaba golpeando, esta vez con más fuerza.
-¡Controla tu ira!- grité y de pronto se detuvo.
La solté de los brazos. Ella se levantó poco a poco y sonrió.
-Tienes razón- dijo -He de controlar mi ira y mis celos.
Yo aún seguía en el suelo, perplejo.
-¿Qué te ocurre?
Poco a poco comenzó a desaparecer entre la niebla.
-¿Otra vez?
-He visto que tienes una llave en el brazo. Sé para qué sirve- dijo mientras desaparecía -Sirve para abrir un cofre. Continúa y lo entenderás.
Y se esfumó entre la niebla, como por arte de magia.
¿Qué había querido decir con que continuara y lo entendería? No, desde luego en ese momento no entendía nada.
Sin embargo, eso no me detuvo. Continué caminando entre la luz, muerto de intriga.
-Así me gusta- oí la voz de Jon -Adelante.
Le hice caso, continué. Pronto llegué al escalón de siempre. Lo subí con la misma decisión.
Allí me esperaba una chica algo bajita, con la mirada fija en mí.
-Hola- dijo
-Hola
-¿Vienes de abajo?- preguntó.
Yo asentí.
-Entonces debes conocer a mi amiga Castidad- dijo sonriendo.
-La conozco, acabo de estar con ella hace un momento y, lo cierto es que me dijo que esto serviría para algo, puede que tu sepas para que se utiliza- dije, sacando la llave que me acababan de dar, del bolsillo.
La chica la reconoció al instante y su rostro cambió.
-¡No!- gritó dando unos pasos hacia atrás -No pienso dártelo.
-Pero, ¡maldita sea! ¡Qué extraña es la gente en este sitio!- exclamé.
-No pienso dártelo, te pongas como te pongas. Es mío- dijo nerviosa.
-Bueno, ¿puedo sabes qué es eso que no quieres darme?- pregunté, sin ningún tipo de prisa ni alteración.
-Mi cofre. ¡No pienso dártelo! ¡Clara me lo regaló a mí!- exclamaba.
-¿Y se supone que esta llave abre tu cofre?- pregunté intrigado.
La chica asintió, con algo de enfado.
-¿Y qué hay tan importante en ese cofre como para no poder dejarme abrirlo?
-No... no... no lo sé- confesó ella -Nunca he visto qué hay dentro.
Sonreí pícaramente. La tenía.
-Y, ¿no te mueres por curiosidad por saber qué debe haber?
La joven volvió a asentir, pero esta vez de forma sumisa.
-Pues vamos a comprobarlo.
La joven trajo el cofre de entre la niebla rápidamente.
-¡Qué velocidad!- exclamé impresionado.
-No es para tanto, lo puede hacer todo el mundo.
-Qué modesta- dije antes de coger el gran cofre -Vamos a comprobar qué escondes, pequeña.
Introduje la llave con sumo cuidado en la cerradura. Encajaba a la perfección. La giré y después de un ligero click, el cofre se abrió y, la luz que desprendió ese cofre en ese momento, nunca podría describirla a la perfección.
Cuando mis ojos se adaptaron a la luz, pude ver lo que escondía el cofre. Una pulsera, una simple pulsera veraniega de tres cuerdas negrizas y tres caracolas incrustadas. Sin embargo, a mi me pareció el objeto más especial que he visto nunca. Sentí la necesidad de ponérmela enseguida, pero me detuve. Observé la expresión de felicidad de la chica.
-Esto escondía tu cofre. Éste es tu tesoro- le dije.
-No, te equivocas. Es tuyo. Siempre lo ha sido. Clara lo trajo para ti- dijo desapareciendo entre la niebla.
Me dejó sólo. Con el cofre entre las manos, eufórico. No lo dudé ni un segundo. Cogí la pulsera y me la puse en mi mano izquierda a toda velocidad. Lucía bien en mi brazo.
-Veo que ya conoces a Humildad- dijo Jon justo a mi lado. Había aparecido de repente.
-¿Se llamaba Humildad?- pregunté.
-Ese es su nombre y, puede parecer algo avariciosa, pero no es para nada mala persona.
-No me ha dado una mala impresión- confesé.
-Eso es porque tú eres muy comprensivo, pero a cualquier otra persona le habría parecido non grata- explicó.
-Es posible- concluí.
-Bueno, no te entretengo más. Sólo quería decirte que, esa pulsera que llevas ahí es mucho más importante de lo que parece. Este ascenso es posible sólo por la existencia de esta pulsera, recuérdalo.
-Lo haré, no te preocupes.
-Lo sé- dijo- Te reto a moverte, Sabel. Demuestra que puedes escalar muros tú solo.
Le di la espalda para obedecerle. Continué caminando entre la densa niebla blanca, hasta encontrar de nuevo un escalón. Esta vez, este escalón era mucho más alto. Tuve que escalar para poder llegar hasta arriba. Costó tiempo y fuerzas, pero lo conseguí.
En lo alto de éste, me esperaba una chica algo más alta que Humildad.
-¡Qué pasa!- exclamó.
-Em... Hola, ¿tú quien eres?- pregunté.
-Venga va, ¿no me conoces?- dijo -Si he estado ahí todo el rato, siguiéndote. Me gusta seguir a la gente, es divertido.
-¿Si? Yo creo que no lo es- le dije.
Ella se acercó lentamente hasta mí. Estaba demasiado cerca. Más de lo que un desconocido podría estar. Rozó sus labios con mi oreja antes de añadir: "Yo sé tus secretos Sabel" susurrando
Me inquietaba. Demasiado.
-¿Qué te ocurre? ¿Por qué me dices eso?- pregunté.
-¿Ves ese punto de ahí arriba?- me dijo señalando un punto algo alto -Yo sé que te diriges ahí y sé por qué, mientras que ni siquiera tú lo sabes.
La miré fijamente a los ojos.
-¿Y por qué voy ahí?- pregunté intrigado.
-Porque es el final de la escalera, el último escalón. Tú has recorrido todo esto para llegar hasta ahí. Me conoces por eso, y a Humildad, y a Castidad. A todos- explicó.
-Pero... ¿por qué quiero llegar al final?- pregunté.
La joven sonrió.
-Por la luz- dijo simplemente mirándome a los ojos, esta vez justo en frente de mí.
Yo comencé a comprender. La luz, se refería a la misma luz que había visto al abrir el cofre de Humildad. Esa magia, ese bienestar que había recorrido mi cuerpo de principio a fin, era totalmente indescriptible. Ponía la piel de gallina.
Estaba tan concentrado intentando asimilar todo que no aprecié lo verdaderamente cerca que estaba esa chica de mí. Sus labios casi rozaban los míos. CASI.
Parecía completamente inverosímil, ¡la acababa de conocer!
Y entonces hizo ademán de besarme.
Yo me eché para atrás al instante. Supe que si no lo hubiese hecho antes, lo habría conseguido, pero no lo hizo.
-¿Qué narices estás haciendo?- dije verdaderamente sorprendido.
-Besarte- dijo ella -Es solo un beso, Sabel.
-No es solo un beso. No para mí. Y no estoy aquí para besarte, estoy aquí para, como bien has dicho, llegar a la cima de esta escalera.
-¿Y si te dijese que solo besándome podrías conseguir llegar? Es la única opción- dijo ella de pronto.
Yo me quedé en silencio. Pensando.
No tenía sentido, pero todo allí era muy raro, ¿y si tenía que hacerlo? ¿Sería capaz?
La miré y sentí como si no pudiese hacerlo. Como si tuviese un compromiso con alguien. Con todos los antiguos chicos que había visto. Un compromiso conmigo mismo.
-Entonces, me retiraría- dije por fin.
Ella sonrió.
-Era una broma- dijo riéndose -No son esas las opciones que te voy a plantear, chico. Yo, Caridad, te planteo dos opciones: La primera es escalar esa gran muralla que se extiende frente nosotros. Y, la segunda... es volver por donde has venido. Irte con lo que tienes, como en los concursos de la tele- explicó.
No contesté enseguida. Sabía que era una elección importante y que ninguna de las dos opciones era una tontería. El muro era verdaderamente alto. Estaba seguro de que era el próximo escalón, pero... ¿podría escalarlo? No estaba del todo seguro...
-Yo, personalmente, elegiría la segunda- dijo -Ya tienes la pulsera, ¿no? Puedes conformarte con esa luz, no hace falta abusar.
La miré a los ojos. Me hizo dudar un momento. Entrecerré los ojos y, acto seguido, sonreí.
-Voy a escalarla. Voy a continuar- dije.
-No creo que lo consigas- dijo Caridad.
-No me importa. No puedo esperar a ver qué hay en el último escalón. Al fin y al cabo estoy aquí por eso, ¿no? He recorrido todo este camino por el último escalón y, ahora no puedo rendirme- dije antes de  abalanzarme sobre el gran muro.
Esta vez ni siquiera esperé a que el visitante despareciera entre la niebla.
Agarré con fuerza los cimientos blanco y me empujé a mi mismo hacia arriba. Era duro, acababa de comenzar. Escalé poco a poco los metros del gran muro. En una ocasión, sentí que caía, pero vi a Lujuria impulsándome hacia arriba. Me estaba ayudando. Eso me motivo de tal manera, que, casi sin darme cuenta, acabé de escalar el muro.
Sentía el aire. Un aire frío, que rozaba mi pelo y me llenaba los pulmones de sensaciones. Un aire único.
Notaba que estaba altísimo. Tan alto como nunca había estado. Rozando el cielo con las yemas de mis dedos. Justo detrás mío, estaba toda la bajada. Podía apreciarse uno a uno los escalones que había subido durante mi camino. ¿Cuánto hacía que había comenzado? Parecían días, incluso meses. No sentía cansancio, no tenía sueño. No, allí no. No era capaz de sentir otro sentimiento que no fuese realización.
Justo frente a mí, se alzaba un inmenso portón. Al rededor de él, había diferentes plantas, que trazaban un bonito camino hacia la chica que se encontraba sentada enfrente de la puerta.
Era una chica rubia, no muy alta y con pecas en la cara. Me parecía bastante guapa, pero, su semblante seco, casi sin vida, me inquietaba demasiado.
Me acerqué poco a poco hacia a ella y, al ver que ella no reaccionaba, tomé la iniciativa.
-Emm... disculpa- dije para llamar su atención
-Ah- dijo ella fingiendo sorpresa.
-Soy Sabel.
-Ah
Me sorprendió su desinterés. No esperaba que me saludasen con cordialidad, ni que se sorprendieran por verme pero, aquello era demasiado seco. Sentí que había interrumpido su tranquilidad. Me sentía extremadamente incómodo.
-Disculpa, pero...- comencé, algo asustado por si mi comentario le sentaba mal -Necesito pasar por esa puerta.
-Ah- dijo sin ningún tipo de energía. Tampoco se movió. Era como si fuese una respuesta que utilizaba para cualquier situación. Estaba comenzando a irritarme.
Me agaché y me puse a su altura, algo molesto por su comportamiento.
-¿Me estás oyendo?- dije clavando mi mirada en la suya.
Ella no contestó. Simplemente apartó la mirada.
Resoplé, indignado.
Estuve varios minutos (puede que horas) intentando que esa chica reaccionase. Pero no había manera. Ni siquiera un pestañeo más de la cuenta. Nada. Parecía estar completamente vacía. Hasta que...
-Mira, no sé quién narices eres, ¿vale? Yo, hace unas horas... puede que días o... semanas, (¿quién narices sabe?) era un estúpido y un maldito envidioso. Todo lo que había a mi alrededor era mucho mejor de lo que tenía porque, ¿sabes? ¡NO TENÍA NADA! Hoy, ahora mismo, puedo decir que lo único que tengo es esta jodida escalera. Escalarla ha sido lo única cosa que le ha dado sentido a mi vida. He pasado por todos y cada uno de los, llamémosles obstáculos, que habéis sido capaces de ponerme pero éste... éste maldito bache es el peor que podríais haberme puesto, ¿ME OÍS? No soy capaz de conseguir nada de una piedra. Porque sí, preciosa, ahora mismo eres una maldita piedra que me separa de MÍ destino.-exclamé alteradísimo.
Suspiré al acabar mi discurso, más que satisfecho por haberme liberado de aquella carga tan pesada.
La chica pareció reaccionar de verdad. Me volvió a mirar a los ojos y añadió:
-Bueno, bueno, no hace falta ponerse así. No te preocupes, ¿vale? Lo siento, siento haberme puesto en tu camino- dijo levantándose y dejando el camino hacia el portón libre por fin.
-Gra... gracias- dije casi con lágrimas en los ojos.
-De nada- dijo sonriendo y, acto seguido, cogió carrerilla y saltó escalera abajo.
Si tengo que ser sincero, no me preocupó ni una pizca. Ahora mi camino no tenía ningún obstáculo más. Había conseguido mi objetivo.

Noté como mi corazón se aceleraba con cada paso. Estaba a punto de llegar al portón. Cuando llegué a ella, pensé que me iba a estallar de la emoción. La puerta, estaba entreabierta. No tuve ningún problema para abrirla.
Al hacerlo, un potente viento y una fuerte luz, me golpearon con fuerza. Era la sensación más placentera del mundo. Las lágrimas se escaparon de mis ojos sin querer. Estaba volando con los pies en la tierra. Estaba drogado o puede que soñando el sueño más magnífico que había tenido nunca.
Justo tras la puerta, encontré un rostro familiar.
Era Jon.
-Hola Sabel- dijo con una bonita sonrisa.
Yo no podía hablar, tenía un nudo en la garganta.
-No me quedaba ninguna duda de que llegarías aquí. Ninguna. Nunca dudé de ti. Te dije que avanzases porque sabía que podías llegar alto y mírate. Has escalado la escalera. Lo has conseguido.
Cogí aire.
-Te estarás preguntando: ¿y ahora qué?- dijo clavándome sus hermosos ojos claros -Bien, antes de vivir lo que está a punto de ocurrir, tengo que explicarte cómo has llegado aquí.
>>Puede haberte parecido extraño la forma en la que cada miembro de la escalera ha reaccionado al verte. Es normal. Cada uno de ellos tiene algo muy especial dentro. Dos cualidades. Una hermosa virtud y un terrible defecto. Sabel, acabas de palpar con tus propias manos los siete pecados capitales.
El primer chico que te has encontrado, al que conoces como Adrián, estaba maldito por una poderosa enfermedad, la gula. Generosidad, era un soberbio. La chica del espejo, no podía controlar su ira. La guardiana del cofre fue invadida por la poderosa avaricia. Te encontraste con Lujuria casi al final del camino y te hizo tener que elegir y, por último, acabas de vencer a la chica más perezosa que encontrarás nunca.
Tú, y solo tú, has activado en esas personas su virtud más preciada. La paciencia, la generosidad, la castidad, la humildad, la caridad y la templanza. Tú has sido el causante de su salvación, Sabel.<<
Llevé mi mano a mi boca irremediablemente. No podía asimilar del todo aquella información. Era demasiado. No lo comprendía, había entrado en un ascensor y ahora estaba en el mismísimo cielo. No entendía por qué yo, por qué a mí.
Necesité varios segundos, pero cuando asimilé lo que había ocurrido, me surgieron demasiadas dudas.
-Pero...- pude pronunciar, -Eran seis. Y, los pecados capitales son siete, ¿verdad?
Jon rió con fuerza.
-Tú eres el séptimo. Como bien has dicho, antes eras un envidioso. Ahora, has cambiado a todos los miembros de cada uno de los escalones, pero, ellos también te has cambiado a ti. Has despertado un valioso don que pocas personas conocen, Sabel, la diligencia. Has demostrado poseer grandes cantidades de ella durante todo el camino- dijo Jon sin dejar de sonreír - ¿Sabes de dónde viene la palabra Diligencia, Sabel? Del amor. Del mayor motor que existe. Lo que te mueve. A ti, a este chico de dieciséis años que no sabe por qué existe. Tú y sólo tú eres te has ganado ese sentimiento.
No supe qué decir. No existían palabras en este mundo para definir lo que sentía. Ni en este, ni en el siguiente.
Jon se acercó a mí y me abrazó. Sentí como si me envolviesen en una capa de bondad y paz. Sentí que Dios me abrazaba.
De hecho supe que lo hacía.
Cerré los ojos casi irremediablemente.
Y fue entonces cuando todo se apagó.

La oscuridad cubrió toda la luz que hubo en su momento. Ahora todo era negro. Bueno, casi todo. Mi pulsera brillaba. Desprendía una ténue luz que me servía de guía en aquel sitio.
Caminé casi por inercia. Era lo que llevaba haciendo todo ese tiempo.
Era increíble los sentimientos que había experimentado en tan poco tiempo. Al recordarlo me parecía un cuento, una leyenda, algo irreal, pero no lo era. Había ocurrido.
Y entonces vi una luz.
Era muy débil y estaba muy al fondo, pero era real.
Era tan bonita. No sabía definir lo preciosa que era, pero nunca he visto algo así.
Un hormigueo recorrió mi estómago. Era lo que quería.
Me parecía absurdo seguir caminando a aquel paso, tan lento.
Comencé a correr. Quería llegar cuanto antes.
Cada vez era más clara. Estaba ahí, estaba a varios metros de mí.
Quería tocarla, rozar la punta de mis dedos.
Era eterna, era infinita.
Brillaba tanto que parecía que mis ojos se derretirían.
Las lágrimas los cubrían como una capa protectora. No podía contenerlas. Tampoco mis piernas.
Y entonces llegué.
Y sentí como nunca había sentido.
Aquella luz me cubrió tan de golpe que sentí que el corazón me iba a estallar.
¿Era aquello el amor? Ahí, en la completa luz, sentí que estaba enamorado.
Sentí todo. Absolutamente todo.
Y lo peor de todo fue saber que nunca más podría volver a sentir de aquella manera.
Pero juro que en aquel momento no me importó.

Él llego varios segundos después.
Brilló entre la luz (¡parece mentira!) y me miró.
Tenía el pelo castaño, aparentaba tener mi edad (igual algo más joven), los ojos claros y la sonrisa más bonita del mundo.
Le eché de menos.
Le eché de menos por todo el tiempo que no le había tenido a mi lado.
Quise que nunca se separase de mí, que estuviesemos juntos para siempre, aunque sabía que era imposible.
Y entonces habló.
-Hola- dijo sin borrar su sonrisa de la cara.
Sentí como si ya le conociese. Como si ya conociese su voz.
-Sabía que te encontraría aquí- dije -Bueno, realmente no lo sabía, no lo comprendí hasta que escalé la escalera y... aquí estás. En el último escalón. Se supone que tu eres mi meta.
Me quedé en silencio unos segundos.
-Tú eres mi meta- me corregí y su sonrisa se alargó un poco más.
Reinó el silencio. El silencio más bonito que había vivido.
Eramos él y yo. Nadie más existía en el mundo.
Y me abrazó.
Y sentí que todo se desmoronaba.
Era jodidamente feliz. Como nunca nadie en la tierra lo había sido.
Estuvimos abrazados varios minutos, a mí se me esfumaron enseguida.
Varios segundos antes de soltarme dijo las palabras que nunca olvidaré:
-Si puedo evitar quebrantarme... te encontraré en el otro lado. Te encontraré en la luz-
Yo le miré atentamente, sorprendido.
Le vi sonreír, por última vez, antes de que dijese sus últimas palabras: "me encontraré contigo... en la mañana, cuando despiertes".
Y, de pronto, todo se desmoronó.


Me despertó de golpe la música del ascensor.
No podía creerlo. Ahí estaba, como al principio, en un ascensor. Mi madre estaba justo a mi lado.
-Que te vas a quedar dormido- dijo con tono burlón.
Yo no pude hacerle caso. Tenía los ojos abiertos como platos.
¿Qué acababa de ocurrir? ¿Había sido un maldito sueño?
No, lo recordaba demasiado real como para ser un sueño. No era un sueño, era un recuerdo. Estaba seguro.
Pero estaba ahí. Como al principio. No había escaleras, no había último escalón, no estaba él.
¿Cómo podía haber sido capaz de soñar en tan poco tiempo tantísimas cosas? Sentía que llevaba separado de mi vida demasiado tiempo como para volver al mismo sitio.
¿Cómo podía haber sido un maldito sueño?
Me llevé las manos a la cabeza, devastado.
Y ahí estaba.
En mi mano derecha.
La pulsera de caracolas.


Aún sigo recordando ese sueño.
Sigo llamándolo sueño, pero sé que no lo fue.
Fue real.
Recuerdo a Jon, a Paciencia, a Generosidad, a Castidad, a Humildad, a Caridad, a Templanza... le recuerdo a él.
Sí. De él es imposible olvidarse.
Nunca comprendí aquella última frase que me dijo.
Saber que me está esperando en algún lado me atormenta los días.
Pero sé que le encontraré.
Jon me dijo que nunca perdiese la fe.
En cuanto a la pulsera... sigue aquí conmigo.
Las caracolas ya se cayeron y está casi rota de tanto usarla pero... bueno, supongo que aún guarda un poquito de su luz.
En noches muy oscuras, en las que apenas puedo dormir una hora seguida pensando (en él), suelo ponérmela y los recuerdos llegan a mí como una catarata de emociones.

Supongo que la vida es una sucesión de escaleras y de últimos escalones inalcanzables.
Yo alcancé el mío, poco a poco y con diligencia.
Antes yo no era nadie, no parecía existir para el mundo. Nunca me habría visto a mí mismo capaz de escalar semejante escalera. Solo era capaz de quejarme y confiar en que el destino hiciese el resto.
Pero la escalé.
Costó pero llegué.
Y valió la pena llegar al último escalón, aunque solo pudiese disfrutar unos segundos.
Porque era él. Estaba ahí y pude abrazarle.
Y os juro que nunca me he sentido tan infinitamente humano.

domingo, 6 de abril de 2014

Desde lo alto

-¿Te subes?
Como si todo fuese tan fácil, Kev. Ya está. Compras el primer ticket al fin del mundo y arriesgas tu vida solo por "diversión".
Los parques de atracciones nunca me han parecido el lugar perfecto para pasar el rato. Bueno, quizás eso no es del todo cierto, digamos que el problema son las atracciones. A mí eso de confiar en que unos engranajes funcionen, no me genera mucha confianza. Ya, ya sé que tampoco es que vaya regalando confianza a todo el que pasa por la calle, yo soy más bien cerradillo. No suelo confiar en nadie. Quizás es que tengo algo de miedo de tragarme la... cobardía. ¿Soy un cobarde? Bueno, a ver, todos lo somos a veces. Somos cobardes por naturaleza, ¿no?
Qué coño.
No somos cobardes (no todos al menos), SOY cobarde.
Y no lo soy únicamente por no tener el valor de subirme a esta atracción.
-Eh, ¿me oyes?
-No estoy del todo seguro, Kevin...- digo, desconfiado.
Él me mira, frunciendo el ceño.
-No pienso obligarte, si no quieres, pues no nos subimos.
-Prefiero no montar- digo medio riendo, medio intentando salir del paso.
Vale. Soy un maldito cobarde, pero bueno, no ha ido todo tan mal, ¿no? Espero que la decepción no le dure mucho tiempo.
Caminamos varios minutos más. Bueno, digo caminar por decir algo, en realidad deambulamos. La conversación se enfría, nadie tiene nada que decir.
-¿Alguna vez has hecho algo sin pensar?- me pregunta.
Trago saliva.
-Posiblemente no. Puede que cuando no supiese lo que era pensar, yo ya pensase las cosas. Soy así.
Sonrío.
-Eso no puede ser bueno. Tú, que estudias psicología, debes saber que eso debe ser algún trastorno de esos raros.
-Yo soy raro.
Reina el silencio.
-Tienes que empezar a dejarte llevar. ¿Crees que un pájaro no está asustado antes de empezar a volar?
-Hombre, lo cierto es que científicamente tienden a querer volar por instinto.
-Calla, inútil, era una metáfora- me interrumpe riéndose -La cosa es que debe estar acojonado. Es una experiencia nueva. Es normal. Y, sin embargo, ¿ves a alguno que no lo haga?
-Supervivencia
-Que te calles. ¿Ves a alguno que no lo haga o no?
-La verdad es que no.
-He ahí tu respuesta. Experimentar, arriesgar, vivir. Van cogidas de la mano. Quién sabe si encontrar al amor de tu vida depende de que golpees esta piedra- dice mientras la golpea- y acabe en aquella alcantarilla.
-Deliras.
-Posiblemente, soy feliz jugándomela a cada instante.
-Definitivamente eso no puede ser sano.
-Ninguna de las mejores cosas que hay en este jodido planeta son sanas.
Se acaba la conversación. Nadie habla, nadie respira o al menos a nadie se le oye. Lo tapan las ruidosas casetas de la feria, llenas de alegría. Hay ruido a nuestro alrededor, pero el silencio es cortante. Las luces nos ciegan. Todo es diversión, todo es felicidad.
-Vamos- digo de pronto.
-¿Qué?- pregunta extrañado.
-Vamos a subirnos a esa atracción.
-¿Estás pensando lo que estás hacien...?
-Obviamente que no. Por eso te pido que me lleves rápido y que esto acabe pronto.
Y así fue.
En varios segundos estábamos en la cola y, un minuto después, atando nuestros cinturones.


La atracción arrancó antes de lo que me esperaba. Puede que el tiempo pase distinto cuando no piensas las cosas. Con unos leves balanceos, mi pelo comenzó a arremolinarse. Sentía la necesidad de levantar los brazos. Por mis venas corrían caballos de adrenalina a toda velocidad. Era una locura. Era una dulce locura. Joder, estoy volando.
-¿Qué tal lo llevas?- dijo Kevs mientras nos balanceábamos más y más.
-Bah, esto no es nada- dije, pero podía leerse en mis ojos el miedo a caer.
Él los leyó, pero también la letra pequeña: "quiero arriesgarme".
Nunca he perdido la noción de lo que estaba ocurriendo, pero ahí, en esa atracción, perdí el norte.
Hay que ver. Con lo calculador que he sido yo siempre, no era capaz de analizar la razón por la cuál había decidido subirme a aquel cacharro. Era más simple de lo que creía: No lo había pensado. Y Kevin tenía razón. Jugársela puede llegar a ser divertido.
Quizás no entendía lo que era vivir hasta que sentí el viento fuerte golpeando mi pelo en aquella atracción.
Volaba.
Desde esa altura podía ver todo. Era como un pajarillo que acaba de aprender a volar.
Desde lo alto... lo comprendí.
Y posiblemente aquella no era la mejor noche, ni el mejor lugar, ni la mejor compañía, pero sí el mejor momento para apostar todo a una misma carta y cortar de raiz aquella piedra que me hundía. No fue fácil, no voy a engañaros, pero varias horas después estaría cogiendo el primer vuelo a quiénsabedónde para empezare mi vida de nuevo.
Y, ahí, desde lo alto, comprendí que estaba haciendo lo correcto.