miércoles, 1 de octubre de 2014

Cumpliste la profecía

Y ocurrió.
La profecía que decía que lo que una vez había ardido, volvería a arder.
Como si no fuese eso la única razón por la que existían los sentimientos.
Y ahí, sentado en esa maldita silla de escritorio, contaba los minutos que le separaban de acercarse y robar ese beso a medio hacer.
Pero no lo hacía.
Porque no era capaz. Porque era una locura.
Porque tiraría por tierra todo lo que había esperado.
Pero el corazón le gritaba tanto que tenía miedo de que alguien más lo pudiese oír. Porque sonaba muy fuerte. Porque hacía temblar todos sus músculos.
Igual era el mismo capricho que desea un niño cuando quiere un juguete, pero había sentido eso antes. Sentía algo parecido a lo que sentiría un pobre campesino que acababa de encontrar un unicornio paseando por el bosque.
Y quién sabe si ése era el deseo que le había pedido a todas las estrellas. Y quién sabe si ésa era la oportunidad. Su última oportunidad.
Y quemar la habitación no le parecía tan mala idea comparado con el miedo que sentía de perderlo tan cerca. Como sujetar una mano al borde de un precipicio.
Y quizá era él el que estaba en las miradas de los otros.
Quizá todos los caminos le llevaban al mismo punto. Quizá había destapado el jarrón de magia que había guardado en un pequeño cajón para por si acaso.
Pero estaba tan feliz de volver a sentir otra vez. De que la profecía se hubiese cumplido.
Y ni siquiera lo sabía a ciencia cierta.
Y confió. Como si le fuese la vida en ello.
Sin más certeza que su propia existencia.
Pero notaba como en ese mismo momento se estaba escribiendo un libro que llevaba varios días acumulando polvo. Ya no existían bellotas ni escaleras. Todo eso era historia.
Y no sabía si eso era amor, o qué coño, pero sentía que tenía las fuerzas para hacer de lo imposible algo alcanzable.
Y quizás perseguirlo no había sido una locura.
Quizá todo en él tenía una razón.
Y mi razón era él.
Fue complicado guardar la nostalgia en una mochila cada día.
Pero él la desabrochó en ocho segundos.
Y ya me lo habían dicho.
Y ya lo sabía.
Y en ese maldito instante tuve ganas de rearmarme en todos los momentos que me había roto.
Y esa misma fuerza fue la que me impulsó a levantarme de aquella silla de escritorio, mirarle a los ojos y decirle:
"Tú, y solo tú, cumpliste la profecía".