jueves, 15 de diciembre de 2011

Héroe

Casi no podía mantenerse en pie, pero tenía una idea fija en la cabeza. Posiblemente nadie podría haberle hecho cambiar opinión en ese momento. Podía caerse un edificio encima suya, pero no haría cambiarle de opinión.
Hacía frío. Muchísimo frío. Era uno de los días más frescos del invierno, puede que incluso del tiempo que llevaba allí viviendo. La capital estaba toda en silencio. Por las calles, nevadas todas ellas, no corría ni un alma. Solamente un cuerpo medio deshecho, que caminaba con dificultad, temblando.
Abrió la puerta con dificultad y, cuando estuvo dentro, se sentó en el escritorio con lo puesto. Temblaba de frío, pero no tenía tiempo.
Sentía que se acababa todo.
Cogió la pluma con dificultad, aún temblando de frío y comenzó a escribir:

Capítulo Final


Quizás Kai no fuera el más fuerte del pueblo, pero le sobraba valentía. Allí, frente al dragón, mirándole desafiante y con un temperamento aparentemente normal dijo: "Suéltala" y sus palabras no sonaron a petición o a ruego... sonaron a amenaza.
El fiero animal negó con la cabeza y le devolvió la mirada desafiante. 
Tenían que luchar. Kai supo en ese momento que moriría esa misma tarde, pero no se echó atrás. Continuó con esa fuerza interna hasta el último momento. 
Se agachó en un acto veloz y sacó una pequeño puñal escondido en su zapato. Ésa era su única arma. Ésa y su coraje. 
Fue una batalla lenta y desastrosa. El dragón hirió al joven granjero con numerosas quemaduras e incluso en una ocasión clavó uno de sus afilados dientes en su brazo izquierdo, pero Kai no podía abandonar a la joven princesa ahí como lo habían hecho todos los pueblerinos de la zona. No, Kai no era así. Y aunque el dragón duplicara su altura y anchura varias veces, el joven tenía una cualidad de la que la feroz bestia carecía : La inteligencia. Aprovechando esa ventaja, había rociado el filo de su daga con un veneno letal y mortífero. Desgraciadamente de poco le sirvió su inteligencia ante la infinita fuerza del dragón. Le dejó inconsciente en varios minutos. 
La princesa Victoria lo observaba todo desde el cubil de la bestia, no muy lejos de donde estaban. Gritaba con fuerza, preocupado por el estado del joven granjero. Agradecería ese gesto toda su vida si sobrevivía, ella aún tenía esperanzas.
El dragón, mientras tanto, al ver a su presa abatida en el suelo y, puesto que acababa de devorar un rebaño de vacas salvajes, decidió llevárselo hasta su caverna y divertirse un rato con él después. 
Fue un error fatal. 
Justo cuando alzó el vuelo, con el joven agarrado con sus garras muy pegadas al cuerpo, Kai despertó. Sintió vértigo y miedo, pero vio una oportunidad perfecta. Moviéndose muy lentamente para que el dragón no lo sintiera, extrajo de su bota su cuchillo de repuesto, buscó un hueco entre las escamas de color zafiro y lo hundió en la carne de la criatura, que se sobresaltó y abrió la garra. 
El joven cayó desde una altura de trescientos metros y, mientras lo hacía, se arrepintió al instante de haber sido tan estúpido. Mientras el viento rozaba su melena rubia, pasó toda su vida por delante sabiendo que el final de ella acababa en ese mismo instante. Cuando se aproximaba al suelo elevó la vista. Lo último que vio, fue al dragón azulado desplomarse al suelo gruñendo de puro dolor. Había acabado con él.
La princesa fue rescatada tiempo después por varios granjeros de la zona y sí, estuvo agradecida toda su vida a Kai, porque él, aun siendo pequeño y débil, tuvo el valor y el coraje de enfrentarse a sus propios miedos. Porque él había dado su vida para rescatarla y no podría pagárselo nunca, por nada del mundo, porque ya no estaba. 
Sin embargo, la princesa Victoria construyó un palacio para la familia del joven fallecido y, en su honor, llamó a su primer hijo con el nombre de su héroe, Kai. Cuentan, que el príncipe Kai tuvo el mismo valor y el mismo coraje que el granjero.
Kai fue recordado en la mente de cada uno de los habitantes de aquel pueblecillo y, se dice que el espíritu del valiente Kai baga aún por palacio protegiéndolo día a día, noche tras noche, de posibles amenazas y peligros. Protegiendo a la princesa aún después de la vida, eternamente y para siempre.


FIN


El anciano sonrió. Había acabado su historia por fin, lo había conseguido.
En ese momento, sintió un dolor fuerte en el corazón. Con el frío aún azotándole en la piel, notó un soplo en la nuca.
Era el soplo de la muerte.
Agarró como pudo la última hoja de su historia y se desplomó. Aferró aquella hoja a su corazón y cerró lentamente sus ojos, mientras los latidos se hacían cada vez más lentos y el frío se apoderaba de todo su cuerpo.

Fue encontrado, esa misma noche, tumbado en el suelo con una sonrisa en la cara y con toda su mesa llena de papeles. Pronto se informó a todo el pueblo de su fallecimiento y la noticia corrió de boca en boca por todos los habitantes. Su historia se publicó más tarde y tuvo una grandísima acogida. No era para menos, ya que ésta estaba firmada con el sello monárquico: "El Héroe" escrito por el Príncipe Kai de Inglaterra.

lunes, 31 de octubre de 2011

Mi dulce infancia

-Charly, no apreciarás los privilegios de ser un niño, hasta que dejes de serlo- dijo Susan justo después de acabar el cuento que tanto me gustaba. Ese que trataba de un niño que vivía en un país donde, por mucho tiempo que pasase, nunca podías hacerte mayor. Adoraba ese cuento. En realidad, adoraba como me lo contaba Susan. Poniendo ímpetu en cada una de las palabras, gesticulando y haciendo expresiones tan personales e identificadoras. Ella era la única que me miraba a los ojos y me hacía sentir mucho más de lo que era. Ella me enseñaba cosas que desconocía. Jugaba conmigo, me hacía cosquillas, me hacía reír. Ella era mi mejor amiga, mi único apoyo. Estoy seguro de que si no hubiera sido por ella, nunca habría conseguido llegar a donde estoy ahora.
Quedé pensativo después de que pronunciara esas palabras tan sabias. Todo lo que decía era sabio, la verdad, pero ese consejo, en especial, estaba un poco más cargado de sabiduría de lo normal. Lo decía la voz de la experiencia, semejante, habitualmente, a la dulce y reconfortante voz de Susan.
-Cuando eres mayor la añoras con toda tu fuerza- continuó -Estoy segura de que la mayoría de personas cambiarían todo su dinero que poseen, por ser niños para siempre, por toda la eternidad, como Peter Pan.
Yo la observé, callado, con los ojos como platos.
-Por eso, ahora que la tienes, debes disfrutarla y aprovecharla al máximo porque, para desgracia de los adultos, solo la vives una vez en tu vida. Una única vez. Y, desgraciadamente, pasa veloz como una estrella fugaz.
-Pero... mi papá tiene mucho dinero, Susan. ¿Crees que puede convertirme para siempre en un niño?- dije.
Susan soltó una pequeña y disimulada carcajada.
-Cielo, la niñez no se compra. Ni por todo el dinero del mundo. No es posible tenerla para siempre, es algo pasajero.
Pensé durante unos segundos.
-De todos modos, yo no quiero ser un niño siempre. Quiero ser un adulto y trabajar.
-¿Por qué dices eso, Charly? Ser adulto es un rollo...- dijo Susan sorprendida.
-Quiero trabajar en la empresa de papá. Quiero ser el mejor trabajador de todos y...- hice una pausa mientras pensaba en si decir o no lo que tenía en mente.
-¿Y?- preguntó Susan.
-Y... así papá me prestará atención. Así seré su hijo favorito y me querrá muchísimo y me contará cuentos antes de irme a dormir y me dará abrazos y besos y me prestará atención.
Susan me observó con los ojos llorosos y seguidamente, me abrazó fuertemente.
-Cariño...
-Me querrá muchísimo, ya lo verás- dije.
-Cariño, tu padre te adora. Lo que pasa es que vuelca su tiempo en el trabajo, igual que tu madre. Lo hacen para compararte juguetes y todas las cosas que tienes.
-¡Pues yo no quiero las cosas que tengo, Susan! Prefiero que mamá y papá me den un abrazo, que me presten atención y que me quieran. ¡No necesito mis juguetes y mis juegos, solo necesito que mis padres me quieran de vez en cuando!
Susan me miró con pena, dolida, sufriendo igual que yo.
-Vámonos a Nunca Jamás, Susan. Quedémonos ahí para siempre, como Peter Pan.
Susan se levantó de la cama.
-Buenas noches, Charly- dijo después de darme un beso en la frente -Que descanses.
Pude apreciar como de su mejilla caía una lágrima.
-Buenas noches, Susan
-Hasta siempre- dijo ella bajito para que no pudiera la pudiera oir.

Lo cierto es que nunca volví a saber nada de Susan.
A la mañana siguiente ya no estaba en el parque como de costumbre. Pregunté a mis padres, pero no me escucharon hasta tres horas después. Me dijeron que se había ido de viaje a Alaska y que no volvería. Estuve encerrado en mi cuarto semanas... puede que incluso meses. Llorando, echándola de menos. Y cuando me quise dar cuenta, mi infancia se había marchado para dejar paso a la adolescencia.
"No apreciarás los privilegios de ser un niño, hasta que dejes de serlo." Cuánta razón tenías Susan. Nunca he escuchado palabras tan sabias, nunca en la vida.
Miento, sí que lo hice. Fue en una ocasión, hace tres años. Venían de la misma persona y de la misma boca. Fue cuando Susan y yo coincidimos en la parada de bus, pero, eso, por suerte o por desgracia, forma parte de otra historia muy diferente.

martes, 18 de octubre de 2011

Un sábado en Londres

Aquel día era sábado, y ellos ya habían comido.
La jornada en Londres estaba resultando ser mucho más interesante y divertida de lo esperado, especialmente para Alexia que, al ser su cuarta vez en la ciudad, no creía que las cosas siguieran conservando ese encanto. Pero con Greg, su mejor amigo, las cosas eran diferentes y la más aburrida experiencia podía convertirse en la más aventurera.
En esos instantes, se encontraban en Picadilly Circus, saliendo de la famosa tienda inglesa de souvenirs ''Cool Britania'' A pesar de tratarse de un establecimiento comercial cerrado, era tan grande que, en la hora y media que estuvieron allí, solo se vieron quince o veinte minutos, pues cada uno seguía su camino, esperando encontrar lo que buscaba para sus familiares, o para sí mismos. Cuando se cruzaban, intercambiaban cortas frases como '' ¿Sabes dónde hay bolis que pongan I love England?'' o ''Eh, abajo hay unos posters de Michael Jackson y de Marilyn Monroe super chulos'' ''¡Sí, ya los he visto!''
Por eso, cuando se encontraron en medio del maremágnum de gente, algunos conocidos y otros no tantos, se reunieron de inmediato y Alexia le propuso a Greg hacer algo juntos.
- ¿Cómo qué?- preguntó él, visiblemente ilusionado, pero con una nota de esceptismo en su voz.
- ¡Pues yo qué sé! Vamos a tomar algo por ahí.
- ¿Y si nos perdemos?
- ¿¡Qué nos vamos a perder!? Si vamos a la vuelta de la esquina, venga.Greg asintió, no del todo convencido, pero, ¿qué demonios estaban haciendo en Londres si no era sacar su faceta más atrevida y alocada?
Si se hubieran quedado en la plaza esperando, probablemente no hubiesen vivido la anécdota que ahora relato.
Doblaron la esquina y caminaron por las grises calles de la capital inglesa. Afortunadamente, aquel día estaban menos lúgubres de lo que Alexia recordaba, pues el sol brillaba en todo su esplendor, iluminando las fachadas de los edificos de un suave color dorado. ¡Sol en Londres! <>, pensó ella con sorna.
Su atención fue atraída por un pub que había en un extremo de la calle. Una figura tamaño real de un TERMINATOR fue lo que hizo que se acercasen a ver qué clase de lugar era aquel. Además, las películas de TERMINATOR eran las preferidas de Greg, y también estaban en la lista de ''favoritas'' de Alexia, por lo que no hubo discusión al respecto.
- ¿Entramos?- preguntó Greg.
La respuesta de Alexia tendía a ser negativa, pues no sabía si iban bien de tiempo, cuando vio una figura tamaño real de R2D2, el robot espacial de la saga de ciencia ficción STAR WARS, y eso fue suficiente para que ella dijera:
- Sí.
Bueno, eso, y que tenía unas ganas tremendas de ir al baño.
Una vez dentro, Greg se acomodó en un taburete de la barra y le guardó el sitio a Alexia mientras estaban en el aseo.
Allí, el pidió un baso de agua y dio cuenta de él hasta que Alexia llegó. También había pedido agua para ella.
- ¿El agua es gratis?- le preguntó.
- Creo que sí- respondió Greg, no del todo convencido-. Pregunta por si acaso.
Justo entonces, un camarero rubio, de unos veintidós años, pasó por delante de ambos y a Alexia le pareció mono, francamente, pero no fue ese el motivo por el cual le hizo llamar.
- Excuseme, is this water free?- le preguntó.
En el rostro del camarero se dibujo una radiante sonrisa blanca.
- Yeah, it is. Help yourself.
- Oh, thank you- dijo ella, también riendo.
El camarero había sido realmente amable. Alexia empezó a beber.
- Te ha gustado el camarero, eh- musitó Gregory.
- No estaba mal- alegó ella, queriendo mostrar indiferencia.
Cuando acabaron y se percataron de que ya debían marcharse, Alexia dijo, al mismo tiempo en que rebuscaba en el bolsillo trasero de su mochila:
- Era majo, el camarero.Greg profirió una carcajada.
- Sabía que te había gustado.Alexia hizo caso omiso del comentario.
- Le dejaré propina- anunció ella.
- Y yo también.
Extrajeron unas cuantas monedas de donde quiera que las tuviesen, y las colocaron sobre la barra.Greg hizo ademán de irse, pero Alexia estaba mirando de soslayo al camarero. Sacó un papel del bolsillo y un boli. Gregory la contempló, perplejo:
- ¿Qué vas a hacer?
Cavilaba que dejarle el telefono o algo así, pero no era eso.
- Ya verás.
Dejó el papel con algo escrito. << This is a bill for you>>. Greg no sabía qué era exactamente lo que quería decir, y miró a Alexia con expresión interrogante. Ella sonreía.
- ¿Sabes qué pone?- le preguntó.
- No.
- ''Una propina para ti''- citó ella-. Ahora, vámonos.
Y se marcharon, pero en la entrada del pub, algo les impedía marcharse: curiosidad.
- ¿Nos quedamos para ver su reacción?- murmuró Gregor. Alexia chasqueó la lengua.
- Así pierde la esencia peliculera, pero vale.
Y observaron la escena através del cristal. Al cabo de un minuto, el camarero reparó en el papelito y las monedas. Giró la nota, la leyó y sonrió antes de escrutar los alrededores, por si veía a los autores de la carta.
No sabía que ellos le observaban entre risas y que recordarían esa historia durante todas sus vidas.



Escrito por: Gema Bonnín.
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domingo, 21 de agosto de 2011

La meta

¿Qué haces cuando sientes que no formas parte del sitio en el que vives? ¿Por qué esta soledad? ¿Por qué ahora, a qué se debe? ¿Qué he hecho yo? ¿Para qué estoy aquí? ¿Quién soy y cómo he llegado hasta aquí?


Arranqué una de las últimas hojas de mi cuaderno con furia. Me surgían tantas preguntas... todas ellas sin una respuesta fija. Era el vigésimo primer papel que lanzaba a la papelera y el vigésimo primer papel que me hacía dudar. No era yo el que hablaba. Bueno, sí, sí era yo... más bien era mi mente. Intentaba comunicarse conmigo de alguna forma. Lo cierto era que nunca me había planteado encontrarme a mi mismo, me parecía un poco tontería, pero lo cierto es que mi mente me hacía dudar cada vez más.
Me asomé a la ventana de mi habitación. En el jardín mi padre jugaba a baseball con Ryan, mi hermano mayor. Él sí que encajaba aquí. Él sí, pero yo no. ¿Y por qué? 
Estaba harto de las preguntas sin respuesta, estaba harto de escuchar mi mente que se había desatado imparable disparando cuestiones irresolubles. ¿Qué me pasa? 
-¿Qué me pasa?- dije en voz alta.
Cerré los ojos. El sol caía y yo seguía igual. ¿Quien eres? ¿Qué estás haciendo aquí?
-¿Quién soy?- dije de nuevo en voz alta -¡¿Quién soy yo?!
Me tumbé en la cama desesperado colocándome los cascos con la intención de escuchar música. Mi pelo estaba alborotado de tanto pasarme las manos con nerviosismo. ¿Por qué no soy como otros niños? ¿Por qué soy diferente?
Abrí los ojos. ¿Soy diferente? 
La música de mi reproductor comenzó a sonar. Era una de mis canciones favoritas de OneRepublic.
No, no era diferente, era especial. Había nacido por alguna razón, una meta, un reto. ¿Cuál? Encontrar algo, encontrar a  alguien quizá. No entendía nada. Un sentimiento, un soplo, corría por mi cuerpo. Una necesidad, un impulso. ¿Libertad?
Me levanté de la cama de un salto y salí de mi habitación. Bajé las escaleras a toda prisa y en cuestión de segundos estaba sobre mi bicicleta rodando por la carretera. ¿Qué es lo que me pasa? El viento golpeaba mi cara. Era una de las mejores sensaciones que había experimentado. Libertad. No entendía muy bien a qué se debía esa sensación, pero tampoco me importaba. Era feliz, aunque esa felicidad tuviera pronta fecha de caducidad, lo era, desde la punta de los dedos de los pies hasta el último pelo de mi cabeza. Mis piernas rodaban, mis manos agarraban el manillar con fuerza y mi cara, con los ojos cerrados, disfrutaba de la brisa de la última hora de la tarde.
Notaba mil sentimientos, notaba la adrenalina, notaba una sensación de caída, como cuando caes de un precipicio. El aire golpeaba cada vez más fuerte mi cara y la velocidad de la bici era cada vez mayor. Sabía que caería, había una cuesta no muy lejos de mi casa, pero no sabía cuando. Y esa adrenalina me impulsaba a aumentar la velocidad.
La cuesta no tardó en llegar. Salí disparado de la bici cayendo de golpe contra el césped en forma de cuesta. Me había hecho daño, pero no sentía nada. Seguía con los ojos cerrados. Y allí, tumbado en el suelo, respiré hondo por fin. Había muchas preguntas pero ya no quería saber las respuestas, ya no me importaban.
-¿Estás bien?- preguntó una voz encima mío.
Abrí los ojos y observé su cara. Era un chico de aproximadamente mi edad. Tenía el pelo largo y castaño claro. Su flequillo casi tapaba sus cejas. Y sus ojos eran de color miel.
Sonreí.
-Sí- dije asintiendo.
-¿Cómo te llamas?- preguntó el chico mientras yo me levantaba.
-Steve- dije -¿y tú?
-Me llamo Michael, pero la gente me llama Mike- dijo el chico sonriendo.
-¿Tienes mi edad?
-No lo sé- dijo -Tengo 12 años ¿tú?
-Sí, tienes la misma edad que yo- dije casi riendo.
Él sonrió de nuevo. Era una sonrisa cálida, amigable y especial. Igual que yo.
-Tienes sangre en la pierna. Has pegado un salto bestial. Ven a mi casa, mi madre te curará la herida ¿vale?
Yo asentí casi al momento.
Me ayudó a levantarme y ambos caminamos por la cuesta verdosa. Y, en ese momento, supe que había encontrado a la persona que buscaba. Ahora ya no estaba vacío. Había encontrado al amigo que necesitaba. Había encontrado a mi hermano, a aquél que nunca había podido tener. No sé muy bien por qué, pero en ese momento supe que la amistad que habíamos creado no podría romperse nunca. Por nada del mundo.

sábado, 6 de agosto de 2011

Solo necesito un día.

El coche arrastraba todas las rocas que se encontraba en su camino provocando un ruido eclipsado por el sonido de la radio, encendida dentro. La vista desde la ventanilla trasera no estaba para nada mal. Desde ella se podía apreciar a la perfección e íntegramente el pueblo de Cornwall, junto con su mar y con sus pequeños acantilados. Se veían las casas, los parques y a lo lejos se podía apreciar el ayuntamiento. Junto a él se podía apreciar la multitud de gente convocada en la plaza. Posiblemente toda la gente observara la llegada del oscuro coche que cruzaba la calle más larga del pueblo. Ambos, el conductor y el pasajero, lo sabían.
Sin mucha prisa, el coche aparcó por fin delante de la plaza. Misteriosamente todo el mundo guardaba un extraño silencio. La puerta trasera se abrió de repente. El hombre sacó la pierna derecha del vehículo y la clavó con fuerza en el suelo, pisando fuerte. En cuestión de segundos, el hombre, vestido con una gabardina con botones de oro y con unos zapatos de piel carísimos, se alzó frente a la multitud.
-Bastardo- gritó una voz a lo lejos.
Todas las miradas se centraron en la persona de la que provenía el insulto.
-¿Qué quieres hacer con nuestro pueblo? ¿Convertirlo en una ciudad de vacaciones llena de hoteles y de lugares de lujo? ¡Pues no queremos tus modernidades, somos felices así, no necesitamos que nada ni nadie nos cambie nuestro hogar!
Muchas otras voces se unieron a la protesta asintiendo en alto, otros, en cambio, simplemente se limitaban a insultar al hombre que aún no había hablado en toda la discusión. Los insultos continuaron durante varios minutos. Algunas personas pedían incluso la muerte del ricachón, pero este se limitaba a escuchar impasible.
De pronto y sin ningún motivo aparente se creó el silencio en la plaza. El hombre se clareó la garganta haciendo ademán de comenzar a hablar. De nuevo todas las miradas estaban fijas en él, buscando una respuesta o como mínimo una señal de vida.
-Os entiendo- dijo el hombre y su voz sonó firme y imponente -Comprendo que os sintáis de esta forma, no esperaba menos.
-Y entonces... ¿Qué vas a hacer?- gritó una voz al fondo, puede que la misma que había comenzado la discusión.
El hombre dibujó en su cara una media sonrisa.
-Solo necesito un día. Un día en esta ciudad. Un día para demostrar que estoy aquí, que sigo vivo. Podéis llamarme Noah, el aliado, el enemigo, el loco, el iluminado, pero yo soy uno más. Solo necesito un papel, un micrófono y unas mentes dispuestas a escuchar y a sentir. Solo necesito un día. Un día en Cornwall.

lunes, 25 de julio de 2011

Carta en una botella

Julia observaba el horizonte. Miraba quizás el mar iluminado por los últimos rayos del sol del día. Puede que mirara la puesta de sol que caía justo enfrente suya, iluminando sus castaños ojos con un brillo especial, transformándolos en marrón más claro; o puede que esperara la pronta llegada de la luna llena a la playa.
No, nada de eso. Julia tenía la vista fija en ninguna parte. En la nada. Sumergida en sus pensamientos soñaba despierta que caminaba por encima del agua, bailando Singing In The Rain. Feliz. Lejana a todo lo real, porque ya nada le ataba a la realidad. Absolutamente nada. Ni siquiera su madre que la esperaba con la comida fría sobre la mesa; tampoco su padre sentado en un sillón escuchando su canción favorita y fumándose un puro del 59; Ni Marie, su mejor amiga, que había viajado a la capital días antes. Ni siquiera Tomas la ataba a la realidad, el único motivo por el que había escapado de ella.
Porque había llorado muchas noches esperándole, pero él nunca había vuelto. Ni volvería, lo tenía claro. Había preferido marcharse con la sucia de Kate Hathaway, la más pordiosera del pueblo, la más furcia. Pero ello no la alteraba, al menos ahora no.
Bailaba tranquilamente sobre el mar. Dando vueltas, giros y pasos largos. Refugiándose de la lluvia inexistente, también imaginaria. Sonriente, muy sonriente. Irradiando felicidad. Una felicidad tan real como la lluvia, como el paraguas o como el hecho de caminar sobre el agua. Una felicidad inventada por ella misma, en su propio sueño. Felicidad que pedía a gritos una señal. Una felicidad que pedía a gritos a Tomas Ryan.
Julia se halló de frente con la realidad y no pudo con ella. Echó a llorar desconsoladamente en un grito repleto de sufrimiento. Cargado de dolor y de agonía. Cargado de sentimiento que provenía de un corazón roto en mil pedazos.
Acabó tumbada en la arena, notando las olas rozando sus pies, medio evadida de la realidad de nuevo. Dibujando el rostro de Tomas en cada rincón, en cada imagen: en el cielo, en las nubes, en las caras de la gente... Todos eran Tom.
Entonces algo golpeó su pie derecho. Julia fue rescatada de sus sueños. Se levantó con ayuda de sus brazos y observó el objeto que había tocado su pie. Una botella tapada con un corcho, aparentemente vacía, de un tono verdoso fuerte y sin etiqueta. Julia la cogió con cuidado y la puso frente a la luz del sol que ya se escondía por el horizonte. Descubrió que la botella no estaba vacía, que tenía algo dentro. Julia dudó. No sabía si abrirla o dejarla donde estaba.
La curiosidad pudo con ella.
Le costó abrir el corcho cerrado a presión y, cuando lo consiguió, con todas las manos rojizas, giró la botella y la meneó con fuerza. Un pequeño pergamino calló de ella en su tercer intento. Julia lo abrió muerta de curiosidad. El papel estaba amarillento y tenía un aspecto antiguo. La tinta era de un color liláceo. Julia dedujo que se trataba de una carta. >>¡Una carta en una botella! Como en las películas<< pensó y, acto seguido, comenzó a leer:

Querido tú que me lees:


Si has encontrado esta nota, eres la persona indicada. Tú y solo tú tienes el privilegio de poder leerla por primera vez. Mi nombre es Tom Norrison 

-Justamente- dijo Julia furiosa.

Hace tiempo que formo parte de la Marina Real Británica (Roya Navy) como marinero. Actualmente nos encontramos en plena guerra contra la Alemania Nazi. He perdido compañeros, he perdido amigos, he perdido incluso la esperanza. Mi familia vive en Manchester y hace meses que no sé nada de ellos. Tampoco ellos saben nada de mi. Por eso, te he de pedir un gran favor. No, no necesito que les mandes recuerdos de mi parte. Es muy probable que cuando leas esto yo esté muerto. Lo que yo necesito es que reflexiones. Necesito que te pongas durante unos minutos en la piel de la gente que lucha por su país, por su nación. Por esa gente que nunca es recompensada lo suficiente. Por esa gente que entrega su vida en defender sus principios y su ideales. Necesito que pienses, necesito que sientas el miedo que sentimos nosotros. Necesito que nos recuerdes, que me recuerdes, que mires al cielo y intentes imaginarme. 
Si has leído esto, si has abierto esta botella es porque tú eres el elegido. 
Solo te pido un minuto. Nada más. 


PD: Recuerda siempre que las lágrimas están para borrar el dolor. Llora si lo necesitas, sacúdete las lágrimas y vuelve a empezar. 


                                                                             En 12 de diciembre de 1943
                                                                                                                                                                                                                                   Tom Norrison.

Julia cerró los ojos. Una lágrima rozó su mejilla.
 >>Este hombre puede que esté muerto en este momento<< pensó. >>Hace treinta años que se escribió esta carta. Es imposible<<
Tomó aliento y suspiró. Observó el cielo rosáceo y como había mandado Tom en su carta, pensó en él. Lloró por él, sufrió por él. Y estuvo varios minutos intentado imaginarlo.
Se levantó de pronto con la carta aún en la mano. Miró de nuevo el último rayo del sol de la tarde y caminó descalza por la playa, con las ideas claras.
Tengo que saber si sigue vivo. Tengo que decirle que me ha llegado su carta.
Sonrió. Al menos ahora ya no pensaba en el otro Tom. Al menos ahora algo le aferraba a la realidad. Y se marchó de allí, dejándo la botella verdosa vacía y enterrada en la arena. Se marchó con un único pensamiento en mente.
-Te encontraré Tom Norrison de Manchester- susurró antes de echar a correr.

lunes, 13 de junio de 2011

Eclipse (Parte II)

La tormenta había amainado. Al menos eso pareció cuando un pequeño y breve rayo de luz entraba por la buhardilla superior.
El eclipse había acabado.
Aquel débil rayo, nos iluminó, a la brasileña y a mi, mientras ella lloraba en mi hombro. Y, entonces, el milagro ocurrió. La puerta de la celda comenzó a abrirse poco a poco. El agua caía por la puerta más fuerte que nunca y el sonido era ensordecedor. Cuando la puerta se abrió un par de centímetros, pudimos ver a dos hombre intentado abrirla. Desgraciadamente, la fuerza del agua no dejaba abrirla más. Pude reconocer al marinero rubio que había traído a Blanca la noche anterior. Él y otro chico también rubio empujaban la puerta como si les fuera la vida en ello.
No dudé en ayudarlos.
Cogí la puerta con fuerza. Logramos abrir casi el doble, justo para la anchura de una persona.
-¡Sal Blanca!- grité fuerte para que pudiera oírme.
Ella caminó a la velocidad que el agua le permitía y cuando llegó a la puerta, cruzó sin problemas. Blanca era libre, estaba salvada. Ahora me tocaba a mi. Abrí con toda mi fuerza la puerta. Estaba seguro de que, minutos después mis brazos estarían lesionados, puede que con varias fracturas, pero mi libertad estaba tan cerca, que casi podía tocarla con la punta de los dedos.
Los jóvenes apretaron la puerta, esta vez con la ayuda de Blanca y, por un momento creí que lo habíamos conseguido.
El agua ya me llegaba por la cintura y cada vez era más difícil mover la puerta. -¡Tienes que salir por ese espacio o te quedarás encerrado!- gritó uno de los chicos rubios -¡Ahora o nunca!
Yo vi el hueco.
Sabía que corría el riesgo de que la puerta se cerrara aplastándome. Una muerte terrible y muy dolorosa, pero morir ahogado y sin poder remediarlo... Tenía la posibilidad de salir, de escapar y no iba a dejarla pasar.
-¡Cuando yo grite tenéis que empujar la puerta con todas vuestras fuerzas!- dije fuertemente para que pudieran oírme. Empujé la puerta un minuto más. Mis músculos se tensaron como nunca.
Era el momento.
Di el grito de aviso y ellos empujaron tal y como había dicho. Luché contra el agua para poder entrar por la puerta.
-Date prisa- gritaron cuando estaba en el centro de la puerta. Y, cerrando los ojos, cruce casi nadando hacia el otro lado.
Agradecí ver los preciosos ojos de Blanca mirándome una vez más. Agradecí abrazarla de nuevo. Lo agradecí, porque lo hice.
-Lo he conseguido- susurré y, dicho esto, miré a los dos chicos rubios que me habían salvado. Aunque mi mirada lo dijo todo, no pude remediar darles las gracias. Por haberme salvado aun sin ser un miembro de la tripulación, aun siendo un esclavo. Por arriesgar su vida y poner toda su energía en mover esa maldita puerta que ahora estaba cerrada.
-Gracias- dije de nuevo -Nunca olvidaré lo que hoy habéis hecho.
Los dos sonrieron.
Uno de ellos, el más bajo, tenía el pelo más rubio que el otro. Sus ojos tenían un color de marrón peculiar. Llevaba el pelo corto, a penas tocaba sus cejas y, lo tenía de un liso ideal. El otro, en cambio, tenía el pelo menos liso. Sus ojos eran castaños y su pelo, de un rubio más oscuro. Su piel estaba bronceada, puede que natural o debida al esfuerzo de estar horas y horas expuesto al sol.
-¡Hay que salir de aquí!- gritó el joven rubio más bajo.
-¡¿Cómo?!- pregunté volviendo a la realidad -¿Cómo pensáis salir de aquí?
Los dos se miraron.
-Hay una barcaza en la cubierta- dijo uno de ellos -La del capitán. Me mandó comprobar que todo estuviera en orden... no os pude dejar aquí.
Sonreí de pura felicidad.
Caminábamos a contracorriente por el agua, que nos empujaba con fuerza, hacia la única salida. Unas escaleras al fondo se iluminaban ya por la leve luz del sol. Los dos chicos rubios iban en cabeza y Blanca, justo detrás de mi, era la que menos velocidad llevaba.
-No puedo más- gritó una vez. Todos nos giramos y la vimos con la cara pálida, del frío, congelándose por momentos.
-Aguanta- dije simplemente -Estamos cerca.
Y, era cierto.
Minutos más tarde, los cuatro subíamos las escaleras que llevaban hacia nuestra salida. La luz del día, aun siendo nublado y lluvioso, me deslumbró. Llovía levemente mientras el sol de tanto en cuando se iluminaba durante breves segundos.
-Tu eres Blanca...- dijo el rubio más bajo -Y tú eras...
-Mi nombre es Savier- dije aún tiritando de frío -¿Cómo os llamáis vosotros?
-Me llamo Arthur- dijo el chico rubio más alto -Y él, mi hermano pequeño, se llama John.
-Nunca, en la vida, olvidaré sus nombres- dijo Blanca con dificultad -Son los enviados de Dios. Aquellos ángeles que tanto pedí ayer noche. Ustedes nos han salvado.
John se sonrojó, mientras que Arthur apretó los puños.
-No podía dejaros morir- dijo -Vi por los delitos por los que estáis encerrados y, sin duda, no son motivos para morir ahogados como escoria.
Reinó el silencio hasta que John lo interrumpió:
-Aunque, si realmente habéis cometido un delito, es justo que lo paguéis... en tierra, claro está.
Blanca y yo nos miramos.
-Lo cierto es que...- comencé a decir.
-No hay tiempo, Savier... el barco se hunde y nuestros enemigos nos están esperando.
Los cuatro corrimos por cubierta a toda prisa. Notábamos como, cada vez, era más difícil andar. Uno de los motivos era la ropa mojada que pesaba en abundancia, pero, sin duda, el motivo principal era que el barco comenzaba a colocarse horizontalmente, moviéndose cada vez más grados hacia la derecha. Por tanto, los pasos que dábamos eran cuesta arriba y, a la vez, más agotadores.
Arthur y a John. Era una voz peculiar, era una voz especial. Ahí enfrente, justo delante nuestro estaba el capitán, Lean Roch.
-¿Τι κάνεις εδώ? ¿Αυτό που κάνουν εδώ?- dijo el capitán furiosamente.
Ellos comenzaron a hablar en su mismo idioma. Había oído hablar a toda la tripulación de la misma manera toda la semana y, unos días atrás, había deducido que todo el mundo hablaba en griego.
-Κλείδωμα και πάλι- gritó el capitán -¡Escoria!
-No- dijo John con valor y su hermano le miró preocupado. -Inténtalo tú, si quieres, pero no te lo voy a permitir. Esta gente a la que tú llamas esclavos, ha trabajado más que tú y que toda tu familia junta. ¿Por qué lo han hecho? ¿Cuál es el motivo? Pagar un delito que no han cometido, un delito que el propio capitán, mi ejemplo a seguir, hasta hace unas horas, ha inventado para ganar dinero en la venta de esclavos.
El capitán hirvió en furia.
-No puedo creer como he podido estar tan equivocado. Por un tiempo te traté como un marinero especial, con todos los cuidados, a ti y a tus hermanos, os rescaté dela miseria y tú me lo pagas de esta manera. Tú eras como un hijo para mi.
-En cambio...- comenzó a decir- tú nunca has sido mi padre.
Lean Roch, hirviendo de odio y con unos ojos que derramaban locura a trompicones, se abalanzó sin pensarlo sobre John, mientras desenfundaba su pistola flintlock.
Arthur, entre sorprendido y asustado, decidió intervenir y defender a su hermano. Ambos luchaban contra el capitán, el mismo que les había dado cobijo durante tanto tiempo, el hombre que les había sacado de la pobreza de su pueblo, pero, también el hombre que había ordenado matar a su verdadero padre. Y, ese era el motivo principal por el que John había decidido enfrentarse a Lean Roch. Aún así, el valor que había demostrado el joven y, el interés por rescatarlos de aquella prisión no podría pagárselo nunca, ni con todo el oro del mundo.
Todo sucedió muy rápido. En pocos segundos, el capitán se incorporó dejando a los hermanos en el suelo, sorprendidos, nerviosos. Cogió a Blanca por el cuello, situada a su lado, y la apuntó con la pistola en la cabeza. Mi corazón se congeló durante varios segundos.
-Es muy sencillo- dijo el capitán respirando entrecortadamente- Os daré la posibilidad de escapar con vida. Tan solo tenéis que coger la barca, traerla hasta aquí y marcharnos de este trasto que se va a pique.
John tragó saliva, se esperaba lo peor.
-Pero, en el barco, tan solo cabemos cuatro personas. Elige, John, o la negra o el blanco.
Arthur observó a su hermano. Yo no daba crédito.
-¿Qué pasa? Tienes lo que tú querías. Vais a salir con vida, tu hermano y tú, y podréis rescatar a uno de estos esclavos, sólo a uno.
John apretó los puños y la mandíbula nerviosamente. Su corazón se había disparado de pronto. Blanca lloraba, con los ojos cerrados.
-¡Aprende a ser un hombre! ¡Decide, razona, lucha!
-Luchar... eso es lo que haré- susurró y, de pronto, en un movimiento rápido y ágil, golpeó con fuerza las piernas de Lean Roch, que, instintivamente soltó a la muchacha. Se oyó un disparo. La pistola se había disparado de golpe. Blanca cayó al suelo.
Grité, grité con fuerza.
Arthur se levantó de pronto y cogió la flintlock que había caído al suelo y, aun caliente, la sujetó con las dos manos apuntando en la cabeza del capitán del buque.
-Bum- dijo simplemente antes de que la pistola se disparara de nuevo.
La bala de Lean Roch había herido a Blanca en su hombro izquierdo No era una herida mortal, por suerte, pero si Blanca perdía demasiada sangre, podría llegar a desangrarse.
-¡Traed algo para taponar la herida!- grité desesperadamente.
Arthur, aún aturdido por lo que acababa de ocurrir se quitó la camiseta sin dudar y me la entregó. Yo intenté taponar la herida, como lo había hecho minutos atrás en el umbral de la puerta.
-¡Cógela en brazos y vamos a por la barca!- gritó John sin poder quitar la mirada del cuerpo sin vida del capitán.
Yo le hice caso. Y, junto a Blanca, corrimos una vez más hacia la barca.
-Se marchan- dijo Arthur -Han visto que nos hundimos, nos dan por muertos.
Todos sonreímos de pura felicidad.
Cuando llegamos a la barca y zarpamos, había parado de llover. El sol comenzaba a abrirse paso entre aquellos negros nubarrones y nuestro barco se hundía, lentamente, en el fondo del Atlántico.
-Estamos salvados- dijo Blanca débilmente -Ha ocurrido tal y como yo dije, hemos abandonado el barco los últimos, pero lo hemos abandonado al fin y al cabo.
La miré a los ojos y, miré a los hermanos rubios que observaban el horizonte.
-Los últimos serán los primeros y los primeros, serán los últimos- dije.
Y, nuestra barcaza se alejó poco a poco, dejando tras de sí un barco, de más de medio siglo, hundiéndose lentamente junto al cadáver de su capitán.
Nuestra barcaza se abría paso entre las olas, aproximándose, lentamente, hacia las costas de Carolina del Norte en las que atracaríamos días después.

Eclipse (Parte I)

Los últimos rayos de la tarde penetraban por la pequeña buhardilla de la parte superior de la celda. Observaba, con poco interés, la luz reflejada en la pared, mientras notaba que había perdido un día de mi vida. Otro más. Llevaba encerrado allí durante... ¿Dos semanas? No lo recordaba bien. A partir de la primera había perdido la cuenta. Mis ojos caían lentamente, mientras el sueño se apoderaba poco a poco de todo mi ser y, cuando perdí la conciencia y mi mente comenzó su viaje al país de los sueños algo le hizo retornar. Pasos periódicos y fuertes acompañados de los llantos y gemidos de una muchacha que, por el acento, deduje que era una joven extranjera. Acerté completamente.
Los dos guardias abrieron la puerta de mi celda y, seguidamente soltaron a la extranjera de mala gana, mientras la chica suplicaba a gritos su liberación. Su piel, de un moreno oscuro, complementaba a la perfección con sus negrizos ojos. Su nariz respingona la caracterizaba. Tenía el pelo descolocado, revuelto, y su cara estaba sucia, llena de tierra.
Los dos soldados que la habían traído se la quedaron mirando un rato. Quizás observando su belleza o puede que insultándola mentalmente. Por el vestuario pude deducir que uno de los soldados -repeinado y con un traje blanco con hombreras negras y con tres estrellas de decoración- tenía más prestigio que el otro -un chaval rubio con ojos castaños, más o menos de mi edad- que seguramente estaba en prácticas.
El marinero de traje blanco cerró la puerta de pronto, provocando un fuerte ruido que, sin lugar a dudas, se habría oído por todo el barco. La mujer lloraba desconsoladamente tumbada en el suelo y apoyada en la pared. Cuando la chica comenzó a calmarse, respirando cada vez más poco a poco, cerró los ojos.
-No te preocupes- dije rompiendo el silencio que acababa de sucederse -nos sacarán de aquí.
La mujer me miró fijamente, con sus negrizos ojos llorosos.
-¿Hablas mi idioma?- pregunté hablando despacio para que me entendiera.
La chica asintió.
-¿Cómo te llamas?- pregunté -Mi nombre es Blanca- dijo la chica con dificultad.
La observé de nuevo. Era preciosa, cada detalle que observaba de ella me gustaba más y más.
-No te preocupes, Blanca, vamos a salir de aquí- repetí.
La mujer sonrió con tristeza y seguidamente cerró de nuevo sus ojos. Durmió toda la noche.
El ruido de la marea y el movimiento del barco me despertó de mi profundo sueño. La cacerola con agua que tenía bajo un agujero, que utilizaba para recoger el agua de la lluvia, se estaba desbordando. Llovía con fuerza y el sonido era medio ensordecedor. El barco se tambaleaba con fuerza. La marea estaba agitada e imparable. Estaba seguro de que el capitán del buque luchaba contra las olas intentando no perder la calma, pero yo no podía fiarme de que controlara el barco el mismo hombre que había mandado encerrarnos, a Blanca y a mi, ahí. Estaba seguro de que si el problema hubiera sido sobrepeso, nos habría lanzado, sin dudarlo, por la borda.
La muchacha se acababa de despertar y, viendo su cara, no había asimilado que la encerrarían al llegar a tierra.
Era normal. Ni siquiera yo lo había asimilado.
-Hay una gran tormenta- expliqué al ver su cara interrogante.
Ella me miró comprendiendo, pero no dijo nada. Y, extrañamente, algo mágico, a parte de nuestras miradas, ocurrió. En pocos segundos la luz que entraba por la buhardilla se fue apagando. El día se convirtió en noche. Yo, intrigado, me levanté y observé, por la buhardilla, con interés el espectáculo que estaba sucediendo en el cielo. Un eclipse. Así lo llamaban los astrónomos. El espectáculo era impresionante, inconcebible. La lluvia caía con fuerza, mojándome, pero yo no podía apartarme de la buhardilla: en el cielo, el sol era tapado casi en su totalidad, dejándolo en un simple aro finísimo. En el horizonte un barco navegaba con una supuesta normalidad. Era extraño, lentamente el barco se iba acercando y, los tripulantes no paraban de moverse por toda la cubierta. Podrían estar, quizá asombrados por el eclipse, pero preparaban las armas en posición de ataque y sus cañones apuntaban hacia nuestro barco. Entonces comprendí todo, pero ya era demasiado tarde.
Primero fue un fuerte disparo y, seguidamente, una terrible explosión. Blanca gritó con toda su fuerza y salimos disparados contra la pared. Desperté cubierto de polvo y con un fuerte dolor de cabeza. A penas había estado unos minutos sin sentido. De la cabeza de Blanca, a mi lado, corría un terrible camino de sangre, aún así, ella comenzaba a despertarse, cosa que me tranquilizó algo.
-¿Qué pasó?- preguntó confusa.
Observé la sala en la que estábamos encerrados. Entre la oscuridad que aun provocaba el eclipse, pude observar que casi no había sufrido daño. Por desgracia, la puerta no había caído, así que seguíamos encerrados, pero, por el umbral de ésta, comenzaba a brotar agua con velocidad. Mi corazón empezó a latir con nerviosismo.
-¿Has visto el barco que navegaba junto a nosotros?- pregunté y, después de verla asentir, expliqué: -pues nos ha atacado, Blanca, el disparo ha ido a parar a la habitación de la derecha. Está entrando agua en el barco. Nos vamos a pique por momentos.
La chica abrió los ojos como platos y, seguidamente comprobó con sus propios ojos que lo que decía no era mentira. El agua casi nos tocaba ya.
-Tenemos que salir de aquí- gritó con nerviosismo -¡Vamos a morir ahogados!
Ambos corrimos entre la oscuridad, mojando nuestros pies.
-¡Tapemos la entrada de agua!- gritó ella.
-Esto puede servir- dijo Blanca aproximándose con un par de trapos sucios. Me los tendió con delicadeza y yo los cogí a toda prisa.
Taponé gran parte de aquel desbordante umbral, pero no todo entero.
-Necesitamos más- dije.
Ella me miró a los ojos y no necesité escuchar sus palabras para entenderlo. Aun así, ella respondió: -No hay nada más que estos trapos-
Resoplé en una mezcla de nervios y impotencia.
-Éstos no durarán más de veinte minutos y, si no tenemos nada más para tapar, habremos muerto ahogados en la mitad de ese tiempo.
La chica dio un respingo y comenzó a golpear la puerta con toda su fuerza.
-¡Socorro!- gritaba desconsoladamente y repetidas veces.
La miré sorprendido.
-No vale la pena, Blanca, en cuanto en cubierta sepan que el barco se está hundiendo, el capitán dará la orden de subir a las barcazas de repuesto. Nos abandonaran como animales.
-¡Tenemos que tirar la puerta, tenemos que salir de aquí!- gritó.
-Primero tenemos que tapar el umbral y, después ya pensaremos qué hacer- dije yo finalmente.
Ella no dijo nada más, rebuscó por toda la sala en busca de algo para tapar la puerta. Cuando el agua tocaba ya nuestras rodillas, tuvo una idea. Se quitó la camiseta a toda velocidad, quedando solo con un sostén que cubría sus espectaculares senos. Su anatomía era muchísimo mejor al desnudo, sin duda. Decidí hacer lo mismo, dejando mi torso desnudo. El frío congelaba absolutamente mis piernas y, la oscuridad del eclipse no dejaba ver la sala al completo.
Desde que había comenzado el eclipse, todo había ido mal.
Blanca intentó taponar el umbral con toda su fuerza, pero, el océano Atlántico ganaba la partida.
En un arrebato de fuerza, la mujer salió disparada. Yo, corría la misma suerte. Quizás los trapos impidieran entrar mucha agua, pero aun así el agua seguía pasando y, tan solo alargábamos más nuestro sufrimiento, nuestra muerte.
-Es inútil Blanca, se acabó- dije rindiéndome y soltando la camiseta, que corrió por toda la sala. La chica primeramente se negó a parar, se negó a dejarse ganar, a dejarse morir.
-Seremos los últimos en abandonar el barco, pero lo abandonaremos con vida- dijo ella esperanzada. Pero, de pronto, chocó contra la pura realidad: estábamos en una ratonera blindada, en la boca de un lobo hambriento. Íbamos a morir y teníamos que afrontarlo de una vez.
Lloró. Lloró desconsoladamente por nuestra maldita suerte.
No pudo aguantar el equilibrio y calló en mis brazos. Yo, la sujeté mientras ella lloraba en mi hombro. Mientras, el agua, subía como la espuma, preparándonos lentamente nuestra propia tumba, en la que seríamos sepultados en el fondo marino. Solo un milagro podía salvarnos, un milagro imposible, en aquel barco del que, seguramente, los marineros habían comenzado a desalojar, dejándolos solos, sin percatarse de su existencia siquiera. Abandonándonos a nuestra suerte, que, hasta el momento, no había sido para nada buena.

lunes, 23 de mayo de 2011

El mayor milagro de la humanidad

Abrí los ojos de golpe.
Un fuerte dolor obstruía mi cabeza.¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?
Mis ojos, poco a poco, se acostumbraron a la fuerte luz que había en aquella sala. Tenía sus paredes teñidas de una tonalidad blanca y una luz muy luminosa en el techo.
¿Qué era eso... un quirófano?
Me sentía débil, muy débil. Ni siquiera podía levantar la cabeza ni mover mis manos. Estaba seguro que lo único que podía hacer en aquel momento era abrir y cerrar los ojos.
Me equivocaba.

Pude mover la cabeza al oír un ruido. Una mujer rubia y con unas extrañas gafas entraba desde una puerta que estaba situada a mi derecha.
-Veo que ya te has despertado- dijo la extraña mujer que vestía una bata blanca.
Intenté pronunciar alguna palabra, pero de mi boca tan solo salían balbuceos.
-No te preocupes, no es necesario que hables. Al menos no por ahora- pronunció la mujer -Necesitamos que veas esto...
Y, casi sin acabar de pronunciar la frase, apretó un extraño botón situado justo al lado de mi cara. Inmediatamente, la camilla comenzó a moverse. Abrí los ojos como platos.
Pude observar mi cuerpo -si es que podía llamarlo así- rodeado de cables y circuitos extraños. Aparatos que en la vida había visto y que se adaptaban a la perfección en mi cuerpo. ¿Era un... robot?
-Se podría decir que eres lo más parecido a un milagro que se ha podido ver en la historia de la humanidad- dijo la mujer y se dispuso a contar la historia que aclararía todas mis dudas: -Ibas en moto. Tenías tan solo 20 años. Era una noche de niebla, una niebla densa que cubría toda la carretera. Un confiado conductor, había apretado más de la cuenta el acelerador. El choque fue brutal. El conductor falleció en el acto, tú, en cambio caíste aún con vida al asfalto. La ambulancia llegó tarde. Aún así, cuando te encontraron, estabas aún con vida. Intentaron reanimarte, te llevaron al hospital más cercano. Los doctores tiraron la toalla. Tenías pocas posibilidades de sobrevivir y si lo conseguías, quedaría paralítico de por vida. En ese momento aparecimos nosotros, la CEA. Sí, es cierto, experimentamos contigo, pero tú eras el principio de algo que podía ser muy grande, Peter.
Fijé la vista en la blanca pared mientras asimilaba toda aquella extraña información. La historia que contaba aquella doctora no parecía ser mi historia. Bueno, lo cierto era que no recordaba nada. Y eso era lo más extraño: No recordaba nada. Si no llega a ser por esta mujer ni siquiera sabría como me llamaba. Peter. Y, en ese momento, me percaté del extraño calendario que había colgado en la pared del quirófano. En letras rojizas y grandes marcaba claramente: ENERO de 2024. ¿2024? ¿Cuánto tiempo había pasado en coma?
-Te estarás preguntando que ha ocurrido con tu cuerpo...- dijo la mujer interrumpiendo mis pensamientos y clavando sus pardos ojos en los míos. Era una mirada intimidante, extraña. Solo recordarla, ahora, dos años después, me produce escalofríos.
Asentí con dificultad.
-Digamos que tu cuerpo real... no existe. No servía para nada. La única manera de que volvieras a moverte era un trasplante de cuerpo. Por eso la CEA pensó en ti como el primer "ciborg" de tierra. Con tu cerebro puedes controlar absolutamente todo tu cuerpo robótico. Absolutamente cualquier extremidad sin necesidad de más ayuda que tu propio pensamiento. Al igual que cualquier humano.
La mujer movió su mano para coger un objeto que tenía en el bolsillo trasero del pantalón y, sin ni siquiera dejar tiempo para asimilarlo, asestó cuatro disparos, con el artefacto que acababa de coger, que fueron a parar directamente a mi pierna.
Grité de dolor inconscientemente y mi presión sanguínea se disparó a toda velocidad.
La extraña mujer soltó una carcajada, aún con la pistola entre sus manos. Y, mientras escuchaba mis gritos de dolor, susurró:
-Bienvenido a la CEA, Peter.

martes, 17 de mayo de 2011

Con los ojos cerrados

Vuelo.
Vuelo y siento que no me importa nada. Que no hay más vida que el aire que golpea mi cara. Que no hay pesadillas, no hay preocupaciones. Vuelo y siento que lo único que existe es el amor y, que éste, no trae quebraderos de cabeza irresolubles que para lo único que sirven es para crearte falsas especulaciones.
Vuelo y siento que esta experiencia es magnífica, que no existe nada más. Vuelo y cierro los ojos mientras mi pico resquebraja las bocanadas de viento que golpean mi cara. Noto la necesidad de parar el tiempo, de detenerlo en este momento y vivirlo hasta la eternidad. Como aquel beso apasionado en la playa donde sientes que puedes volar, que puedes tocar la bóveda celeste con las yemas de tus dedos.
Vuelo y siento como caigo. Al vacío. Despego mis alas del cuerpo en posición horizontal. Como un ángel divino  que cae del cielo. El precioso atardecer ilumina mi figura aproximándose al suelo firme.
Abro los ojos. Surgen en mi sentimientos contrarios: desesperación, agobio, preocupación, agonía... Voy directo al suelo. Voy a morir.


Abro mis ojos lentamente. Observo una pared de rocas y un gran agujero en el centro de ésta por donde entra la luz de la luna. Ya ha anochecido.
¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?
Me percato de que mi plumaje está húmedo. Estoy en la orilla de lo que parece ser un pequeño lago. Sí, eso explicaría por qué sigo con vida y por qué no me duele ni un solo hueso. El lago ha amortiguado mi caída.
Me pongo en pie. Sacudo todo mi cuerpo intentado secarme.
He aterrizado en una extraña cueva con un agujero en el techo y un pequeño lago.
Cierro los ojos.
Mi vida ha corrido peligro, pero esa experiencia... el cúmulo de sentimientos agradables que sientes cuando alzas el vuelo...
Sí, es cierto que he estado a punto de morir, pero cuando estás en el aire, cuando sientes que el mundo es tan pequeño, tienes la sensación de que no todo en la vida es sufrimiento, que la vida te regala pequeñas cosas que tienes que aprovechar. Por eso sé, que en cuanto tenga oportunidad de poder echar a volar, lo haré sin dudar, con los ojos cerrados.

viernes, 13 de mayo de 2011

Lo último que me queda

El joven rasgueó las cuerdas de su guitarra.
Tenía treinta años, aproximadamente. Era castaño, con ojos del mismo color. Su ropa, con apariencia desgalichada, y su barba de una semana le definían como un transeúnte más. De hecho, nadie habría dicho que ese joven disponía de graduado escolar, pero lo cierto es que lo tenía. No obstante, de poco le servía.
Vivía, día a día, en aquella plazuela, anhelando que alguien solidario y caritativo se dignase a perder su importante tiempo en buscar la calderilla que le sobraba y malgastarla en un joven talento que se ganaba la vida tocando la guitarra y cantando canciones tristes que trataban del desamor. Muchas de ellas, escritas basándose en sus propios hechos reales.
Eran pocos los que se paraban siquiera a observarle, pero aun así, aunque no lo demostraban, la mayoría disfrutaba de su música que daba ambiente en la plaza. Centenares de personas pasaban por delante suyo día tras día, sin mirarle, ignorándole, pero escuchando y disfrutando al fin y al cabo de la bonita melodía que desprendía su guitarra.

Aquel día estaba siendo como cualquier otro. La gente pasaba a toda prisa, nerviosa, cada uno metido en sus asuntos, sumidos en sus propios pensamientos. Pero, aunque él no tenía preocupaciones de aquel tipo, deseaba realmente tenerlas. Deseaba realmente ser una persona normal, con trabajo con familia.

Un grupo de estudiantes caminaban charlando amigablemente. Uno de ellos, miró al joven músico directamente a los ojos. Tenía los ojos castaños y el pelo ondulado. Vestía con el uniforme escolar.
>>Me recuerda tanto a mi<< pensó el cantante. >>Va exactamente al mismo colegio que iba yo, es parecido físicamente a mi y su mirada... ¿Ilusión? ¿Desprende ilusión? Ganas de vivir, juventud, felicidad. Exactamente la misma que yo desprendía con su edad. Y ahora, mírame. Ni siquiera me reconozco<<
El joven estudiante dibujó una media sonrisa en su cara y rebuscó en su bolsillo.
-Toma- dijo el chico.
>>Me lo ha dado en la mano<< pensó.
-Muchísimas gracias, chaval. Ten un grandísimo día.
El chico apartó su mirada y continuó caminando y charlando con sus compañeros.

El joven, rasgueó de nuevo su guitarra.
Recordó aquellos momentos tan felices que había vivido en su juventud, pero el recuerdo más presente en su mente, era el de una mujer. Una hermosa mujer que no había podido olvidar, el amor de su vida. Recordó aquellas tardes en las que no hacía otra cosa más que escribir canciones, una detrás de otra, dedicadas a ella. Recordó una en concreto, su favorita, "Te fuiste".

Ya te has ido,
ya no estás,
te has marchado sin mirar atrás.


Y ahora que te has ido
y que te echo de menos
que no escucho tu risa 
que no rozo ya tu pelo
¿Dónde ha quedado esa sonrisa?
Esas promesas que hiciste
y que nunca cumplirás.


Que ya se fue
que ya no está
que ya no volverá
que te has marchado
que me has dejado solo aquí.
Tu te fuiste y ya, sé que, no volverás.


Pasan los días
y yo sigo aquí
roto por dentro
sin ganas de vivir.


Y estando aquí tirado
recuerdo esos momentos
esas largar tardes
ese primer beso
¿Dónde ha quedado todo eso?
Esas promesas que hiciste
y que nunca cumplirás.



Que ya se fue
que ya no está
que ya no volverá
quete has marchado
que me has dejado solo aquí.
Tu te fuiste y ya, sé que, no volverás.



Te vi marcharte
te vi esfumarte
sin mirar atrás (x6)


Que no escucho tu risa
que no rozo ya tu pelo
¿Dónde ha quedado esa sonrisa?
Esas promesas que hiciste y que nunca cumplirás.



Tuvo que cerrar los ojos para impedir que una lágrima cayera por su mejilla. ¿Qué había pasado todo este tiempo? Su vida se había convertido en una autentica mierda, sin comida, sin ropa, sin casa... No tenía nada. Solo le quedaba su guitarra y sus recuerdos de un futuro que había sido mejor.
-Tienes que irte de aquí- dijo un hombre posado en frente suya.
El joven le miró con detenimiento.
-Llevo aquí meses, años- explicó -¿Por qué he de irme?
-Porque no me gustas, no me gusta tu música y no me gusta, para nada, ese maldito trasto- dijo el hombre arrancándole la guitarra de las manos.
-¡¿Qué coño haces?!- gritó el joven de pronto, pero no pudo detenerlo.
El hombre, cogiendo el mástil de la guitarra como si fuera un martillo, estampó el instrumento directamente contra el suelo, armando un escándalo que dejó paralizada la plaza entera.
El joven palideció. Observó los trozos de madera, esparcidos por el suelo, de lo que había sido su guitarra, su única amiga en todo este tiempo. Ese hombre la había destrozado por completo. Había roto en pedazos lo poco que tenía, lo último que le quedaba. 
-Te dije que tenías que irte- dijo el hombre, soltando lo que quedaba de la guitarra y esfumándose entre la multitud.
La gente continúo caminando, como si no hubiera pasado nada, ignorando por completo, otra vez, la figura del joven tumbado en el suelo, con la cara pálida y sin capacidad de pronunciar ni una sola palabra.


lunes, 2 de mayo de 2011

Te echo de menos, Joe

Marie llevaba diez días encerrada en su habitación. Pasaba horas muertas en su cama, mirando un punto fijo, casi sin pestañear. Unas grandes ojeras ocultaban el hermoso rostro que había lucido antaño. Antes de aquel accidente de avión. Aquel accidente de avión que había cambiado su vida.
-Te quiero- repetía repetidas veces.
Su madre entraba de vez en cuando para ver como estaba, pero ella no hablaba. No tenía fuerza. Un nudo en la garganta no le dejaba pronunciar palabra.
Solo se levantaba de la cama para continuar con una carta que había empezado cinco días atrás. Una carta de amor:

Joe
¿Dónde estás? ¿Dónde has ido? Hace días que te echo de menos.
Te quiero Joe, puede que no te lo dijera a menudo, pero te quiero muchísimo. No sabes lo que realmente sería capaz de hacer por ti.
¿Dónde estás? Te echo de menos. Hace días que no me envías mensajes. Hace días que no me pasas a buscar con tu coche. Hace días que no escucho tu voz. Hace días que necesito oír que me quieres. Ése es el único remedio para que salga. Hace días que estoy encerrada en mi habitación llorando por ti.
¿Dónde has ido? Te echo tanto de menos. Tu viaje a París era solo de un fin de semana. ¿Se ha alargado más de la cuenta?
Por favor, Joe, dime que sigues en París. Dime que te ha surgido mucho trabajo y no has podido venir antes. Dime incluso que estás con otra, que ya no me quieres, pero por favor, no me dejes aquí, sola. Por favor, dime que tú no ibas en aquel avión. Dime que me esperas al salir del trabajo en nuestro sitio de siempre.
Te echo de menos y te eché de menos desde que te despedí en el aeropuerto...
Te quiero Joe, te quiero muchísimo...

Marie no podía acabar la carta, cada vez que intentaba continuar, lloraba desconsoladamente.
>>¿Me estoy volviendo loca?<< pensaba. Ni siquiera ella sabía la respuesta. Todo le daba igual. Absolutamente todo. Dormía más horas de la cuenta, ya que, dormir, era la única manera de evadirse de la realidad. Era la única forma de estar con Joe, aquel chico que había conocido en el instituto y que tan enamorada la tenía. A veces, cuando se despertaba, creía que todo había sido una pesadilla, pero pronto se chocaba de golpe con la realidad. Volvía a llorar.
Revivía los momentos que había pasado con él. Llevaba con él tanto tiempo... ¿Cuánto 5, 6, 7 años? Y es que, Joe, se había ganado un hueco en su corazón a pulso. Él siempre le repetía: >>Llevo enamorado de ti desde que no levantaba un palmo del suelo, desde antes de saber lo que era amor<<.
Pero ahora nunca podría repetírselo. Nunca más. Porque él ya no estaba, se había marchado.Y nunca más volvería.

sábado, 30 de abril de 2011

Secretos

El ruido de los coches, de la gente y de la ciudad en sí, sumía a todos los habitantes a centrarse en sus propios problemas. Problemas familiares, matrimoniales, personales... fueran del tipo que fuesen, eran problemas al fin y al cabo. Tal era la concentración que, aunque en ese momento una jauría de lobos hubiera atemorizado la ciudad, nadie les habría prestado atención, siquiera. Por eso, ver a un joven corriendo a toda prisa, no era nada fuera de lo común. Quizás en otro barrio o en otra ciudad, sí, pero en aquella, nadie notó nada extraño.
Aunque la gente lo ignorará, el chico corría a toda velocidad, esquivando obstáculos. Intentado que "algo" no le encontrara. El joven corría con una caja de tamaño mediano. Giraba la cabeza de vez en cuando para asegurarse de que no estaban lo suficiente cerca para cogerle. Se temía lo peor. No podía correr durante horas y ellos... ellos quizás sí. Buscó entre las caras de la gente, intentando encontrar a la persona adecuada, a la persona ideal para revelarle la identidad de aquella caja. Ésa, era la única manera de conseguir que ese secreto, siguiera escondido durante más tiempo.
Sus perseguidores ya le pisaban los talones. Podía notar su aliento rozando su nuca. Era una sensación de todo menos agradable. Tenía que pensar algo, rápido. La única idea que tuvo fue meterse en una callejuela estrecha aparentemente inhabitada. Entró a toda prisa mientras oía el sonido de un rayo. Se acercaba una tormenta.
El joven volvió a voltear la cabeza. Esta vez ya no estaban. Les había despistado.
Se apoyó en una pared para recuperar el aliento. Sí, era cierto que les había despistado, pero sabía que eso no duraría mucho. Tal y como lo había visto en su visión, aquella noche le matarían. 
Caminó despacio mientras un rayo iluminaba toda la calle de golpe. El sonido habría estremecido incluso al más valiente. 
Sostuvo la caja fuertemente.
Comenzaba a llover.
Mientras las gotas de lluvia mojaban el sombrero del joven, él, seguía caminando por esa extraña callejuela. Y fue allí donde la vio.
Justo al final de la calle, paseaba una mujer con un paraguas color turquesa. No la pudo observar bien, pero supo que, su pelo color castaño claro, era rizado.Tal y como la recordaba.
El joven atravesó la calle sin dudarlo.
-Kata- dijo el joven.
La chica se giró de golpe.
-¿Có.. cómo sabes mi nombre?- preguntó entre intrigada y asustada.
-Eso no importa ahora- dijo el joven, serio -Coge esto.
El chico tendió en sus manos la caja de madera.
La chica no entendía nada, no podía creerlo.
-¿Por qué? ¿Qué es?
-Tienes muchas preguntas y yo, tengo poco tiempo- explicó el joven -Lo único que quiero decirte es que... necesito que la protejas con tu vida.
La chica abrió los ojos como platos.
-Hoa- entendió la chica -¿Eres tú?
El joven asintió quitándose el sombrero y dejando su pelo castaño al descubierto.
-Es hoy- dijo la chica entendiendo de golpe.
El joven volvió a asentir.
El único sonido que se oía era el de la lluvia caer sobre el asfalto.
La chica se aproximó a él para evitar que la lluvia le mojara más de lo que ya estaba. él, lo agradeció con una sonrisa y, inclinándose un poco hacia ella, la besó.
Fue un beso apasionado, único, de película. Ella tiró el paraguas al suelo y, ambos, disfrutaron de aquel último beso.
-Te quiero- pudo decir ella antes de que el joven desapareciera para siempre.


miércoles, 6 de abril de 2011

Fidelidad y otros mitos

Cuando Jonh abrió la puerta se dio cuenta de que todo había cambiado.
Llevaba varios años en la guerra, matando gente por su país, por su patria. Ocultado en trincheras, pendiente de posibles ataques enemigos. Su vida había cambiado totalmente aquel 26 de febrero. Su vida era totalmente distinta. Ahora, en vez de preocuparse de pagar las facturas, tenía que comprobar si había munición en su arma. En vez de temer que entrara un ladrón, tenía que temer el disparo enemigo.
Un disparo que, aunque no había sentido en la guerra, lo había sentido al cruzar el marco de la puerta de su casa.

Los muebles del recibidor eran distintos de como los conocía. ¿Dónde estaba la foto que tenían él y su esposa? ¿Qué hay de la decoración que habían comprado juntos? Bueno, no importaba, lo realmente importante era volver a ver a su mujer, después de tanto tiempo.
Caminó con sigilo por toda la casa, pero parecía no haber nadie. Había ocultado su vuelta al país para dar una sorpresa a sus seres queridos y ya se comenzaba a imaginar la cara que se le quedaría a su mujer al verle.
Entonces, se oyó el sonido de la puerta al abrirse y, Jonh caminó con nerviosismo hacia ella.
De ella entraba un hombre, de más o menos su edad, con el pelo oscuro y con un pendiente en la oreja, cogido de la mano de su mujer.
Su alma se congeló en el tiempo y su corazón pareció dar un vuelco de 360º.
-John- pudo pronunciar su mujer, antes de que el joven se marchara de la casa, dando un portazo, para no volver nunca más.

viernes, 25 de marzo de 2011

Todo tiene un sentido

-¿No ha tenido ningún sentido todo lo que he hecho?- preguntó el hombre repleto de indignación y de ira.
Llevaba meses allí tirado, debajo de un banco, durmiendo entre cartones. Hablando lo mínimo y sólo cuando era necesario. Sus evidentes marcas de dejadez (como su barba larga y su cara llena de manchas) denotaban un cierto aire terrorífico.
Pero aun así, por algún motivo, un joven se había acercado a él. Un joven soñador, con ojos brillantes, al cual no había visto en su vida.
-Claro que ha tenido sentido, señor- intentó explicar el joven que se había sentado a su lado.
-¿Sabes una cosa? Yo no estoy aquí por mi culpa. Estoy aquí por la culpa de otros. La culpa la tiene el gobierno de este país y el poco trabajo que hay en la calle- explicó el hombre.
-Pero... ¿usted tiene carrera?- preguntó el joven -¿Tiene posibilidades de trabajo, algo que poner en el curriculum?
La cara del hombre se transformó totalmente. Se volvió una cara de ira, de odio hacia su propia raza.
-No sé ni por qué estoy hablando contigo...- dijo el hombre levantándose del suelo.
El joven se extrañó.
-Pe... pero señor... ¿he dicho algo que le ha molestado...? ¡No.. no se vaya!
-Déjame en paz- añadió el hombre mientras recogía los cartones tirados en frente del banco -Y no vuelvas a buscarme por aquí, no voy a estar
-¿Qué vas a hacer?- preguntó el joven -¿Qué vas a hacer ahora?
-Algo que tenia que haber hecho hace mucho tiempo.

El chico joven nunca más volvió saber nada de aquel anciano. A veces, cuando paseaba por esa calle, intentaba buscar entre los rostros de la gente la cara de ese vagabundo, pero nunca la encontraba. Poco a poco, con el tiempo, el olvido consiguió arrebatarle los pocos recuerdos que le quedaban de aquel hombre, hasta que, un día, el destino quiso que renacieran cual ave fénix.
-¿Eres Miguel Ángel ¿Miguel Ángel Escobar?- preguntó una voz al otro lado del teléfono.
-Esto... sí- dijo el chico -¿Con quién hablo?
Pudo oír una breve risa nerviosa que atravesaba el aparato.
-Puede que no te acuerdes de mi, pero creo que yo nunca te olvidaré. Tuvimos una charla, hace ya más de dos años, una charla que me hizo reflexionar.
El joven recordó de pronto todo. El viejo, el banco, las cajas...
-Sí, creo que ya recuerdo
-Bueno, pues... llamaba para darte las gracias.- dijo el anciano -Hace casi dos años que volví a casa, con mi familia y casi un año que dejé las drogas. Ahora trabajo como voluntario para obras humanitarias y no puedo esconder la felicidad de haber retomado mi vida
-¡Eso es estupendo!- dijo el joven impresionado
-La verdad es que sí. Me ha costado un mundo encontrar tu teléfono, pero parece que ha dado en el clavo- dijo el anciano riendo.
-Pero... ¿Qué hice yo? No he tenido ningún mérito en su recuperación, yo no he hecho nada, no debería darme as gracias.
-¿No debería?- dijo le hombre -Te olvidas de un pequeño detalle, joven. Yo estuve sólo durante mucho tiempo, encerrado en mi mismo, hasta que llegaste tú. Cuando no había nadie a mi lado y sabía que ya nadie vendría, apareciste, de improvisto. Y pude charlar con alguien.
Miguel Ángel se quedó sin palabras.
-No sé que decir...
-Yo sí sé que decir: Gracias. Gracias por prestarme atención aunque no me conocieras. Gracias por no tener prejuicios por mi aspecto. Gracias simplemente por haberme devuelto  las ganas de vivir.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La cuarta marioneta del espectáculo.

Allí estaba, sentado en la mesa, esperando que volviera. Esperándole como cada noche, como cada día, como cada hora.  Esperando volver a manejarle, como maneja a tanta gente más. Esperando volver a usarle como si fuera un ser sin sentimientos. Dominado, sensible, ingenuo, frágil.
-¿Crees que es sólo eso? ¿Crees que puedes controlarle?- dije mientras pronunciaba las palabras con odio.
La marioneta de pelo castaño claro acababa de sentarse en la mesa, cabizbajo, sin pronunciar palabra.
-No, no puedes- respondí  -Puede que hace tiempo sí, ahora no. No pienso dejar que le toques un pelo, no pienso dejar que te lo lleves. Voy a poner absolutamente todo mi empeño en que pueda olvidarte.
Hubo un largo y duro silencio.
-¿Quién tú?- preguntó de pronto el hombre con la tez grisácea y los ojos ambarinos -¿Tú, que no sabes ni quién eres? ¿Tú, que acabas de entrar en su vida hace relativamente poco? No, lo dudo.
Apreté el puño con fuerza. Lo apreté tanto que comenzó a sangrar.
-¡¿Quieres dejarle en paz?!- grité -¡¿Quieres dejar que continúe su vida como cualquier otro chico de su edad?! él no te ha hecho nada.
-Él me buscó- respondió de golpe.
-Eran otros tiempos- dije y le miré fijamente.
-¿Te refieres a esos tiempos en los que no lo conocías? Sí, hablas de esos tiempos como si hiciera mucho.
-No voy a caer en tus trucos, eso nunca. Sólo he venido aquí para que sepas que no te va a ser fácil llevártelo para siempre. Puede que hace pocos días no tuviera ni un sólo motivo para continuar viviendo, pero ahora... ahora ya tengo uno: proteger a este chico como si fuera mi vida. Voy a salvarlo. Voy a salvarlo de tus sucias manos llenas de ceniza.
-Te reto. Te reto a que lo hagas- contestó el hombre -Pero recuerda, que el que ríe el último, ríe mejor.
Y al pronunciar esas palabras se esfumó. Dejando un rastro de ceniza y dos cigarrillos en el suelo.


4.

domingo, 20 de febrero de 2011

Aleluya

El baile comenzó más tarde de lo debido.
Eran más de diez parejas, -cada una con su máscara- moviéndose al son de la música, en  la pista de baile. Entre ellos, estaban los recién casados con una chispa de ilusión en sus ojos.
Todos los invitados a aquella fiesta estaba rebosantes de felicidad y recordarían aquella boda toda su vida. Todos, menos una muchacha que observaba tristemente la escena. >>Ellos se aman<< pensó ella >>Ellos se quieren con todo sus ser y yo... Yo no<<. Giró la mirada para observar al joven que la agarraba de la mano. Un chico con el pelo castaño y corto que, para esta ocasión, se había vestido con sus mejores galas. >>¿Cómo pueden obligarme a casarme con una persona de la que no estoy enamorada? ¿Cómo pueden querer que comparta mi vida con alguien totalmente extraño para mi?<< pensaba mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Fuera de allí, de aquella sala llena de gente, un chico lo observaba todo escondido tras una cortina. Observaba el baile, observaba a la gente, a los recién casados. Pero a quien realmente no podía quitarle el ojo, era a una chica que estaba sentada en la mesa presidencial. Una chica con el pelo castaño que observaba la danza de los novios con una tristeza mal disimulada.
El chico suspiró y se mordió el labio inferior. Dio media vuelta y volvió al trabajo.

La chica apartó la mirada de los novios. Su mirada se perdía en el jardín oscuro que se podía ver por la ventana.
Sus ojos estaban a punto de desbordarse. Sintió un tremendo escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.
-¿Qué pasa, cariño?- dijo el chico que estaba agarrándola de la mano.
-Eh...- dudó la chica -tengo que ir un segundo al lavabo, enseguida vuelvo.
Y se levantó del sitio soltando la mano de aquel joven, con el que, dentro de pocas semanas, tenía que contraer matrimonio.
La chica caminó con sigilo entre la gente.Aquella situación era de lo más surrealista. Las parejas de enmascarados bailaban al ritmo de la música un famoso vals y ella, sentía un agobio inmenso en el pecho. Como en aquellas pesadillas en las que sabes que te sientes solo, aunque estés rodeado de gente.
Salió de la sala mientras una lágrima se derramaba por su pálida mejilla.

El chico fregaba la mesa con esmero, aunque inevitablemente, no podía de dejar de pensar en la chica que se encontraba en la fiesta. Se había quedado hipnotizado por aquellos ojos granates. Esos ojos, habían despertado en él, sentimientos que había sentido mucho tiempo atrás. Sentimientos que habían renacido de sus propias cenizas.
Y entonces, en aquel preciso instante, oyó una maravillosa melodía. Una voz angelical que atravesaba las ventanas del edificio. Caminó siguiendo el rastro de aquella voz femenina y sutil hasta llegar al jardín del edificio.
Y allí estaba ella, posada en la balaustrada del edificio.
El corazón del chico dio un vuelco.
Permaneció en silencio, simplemente escuchando las estrofas de la canción que cantaba.


"The holy dove was moving too 
And every breath we threw was Hallelujah 

Hallelujah, Hallelujah 
Hallelujah, Hallelujah 
Oh yeah "



Los ojos de la chica se abrieron de pronto y rápidamente enrojeció.
-Ha sido increíble- dijo el chico impresionado.
-No deberías espiar a las personas en la intimidad- le reprochó la joven.
-Siento molestarte, pero no he podido evitarlo, tu voz...- un nudo en la garganta le impidió acabar la frase.
La chica bajó los grandes escalones hasta situarse enfrente del joven camarero.
-Si te ha molestado que te espíe, lo siento- pudo pronunciar.
-No, da igual...
-Puede que suene impertinente, pero ¿Podría saber el nombre de la dueña de esta magnífica voz?
-Mi nombre verdadero no- dijo la chica.
-Entonces... ¿cómo puedo llamarte?- preguntó el chico.
-Puedes llamarme...- tardó unos segundos pensando un nombre falso hasta decir: -Julieta, puedes llamarme Julieta.
-Julieta- pronunció -Bonito nombre.
-Ha sido el primero que me ha venido a la mente- dijo ella con gracia.
Los dos estuvieron riéndose durante varios segundos.
-Y a ti, ¿Cómo puedo llamarte?
-Yo seré quien tu quieras que sea- dijo el joven de pelo castaño.
-Te llamaré Romeo- dijo ella -Como en la obra de Shakespeare.
El joven sonrió.
-Muy original, me gusta- rió él.
Ambos se miraron a los ojos. La oscuridad de la noche les acogía mientras que la luna iluminaba sus caras. El joven observó profundamente sus ojos y, sin darse cuenta, fue aproximando su cara hacia la de ella. Julieta bajó la mirada y, en ese momento, le vinieron los recuerdos de su prometido >>No puedo, no puedo hacerlo<< pensó. Realmente sentía ganas de besar a aquel joven desconocido pero sus remordimientos no la dejarían vivir después. Pero, cuando alzó la mirada de nuevo  y vio los ojos de aquel chico repletos de pasión, no lo dudó un instante.
Se besaron. Se besaron profundamente y ambos bebieron de aquel beso como si fuera el último, como si el mundo estuviera a punto de destruirse y sus vidas estuvieran a punto de acabarse.
Y Julieta no se arrepintió de aquel beso.
-Te quiero, no sé cómo, pero te quiero. Te quiero muchísimo más que a la persona que está allí sentada y que en pocas semanas será mi marido. Te quiero inexplicablemente y sé que no voy a poder olvidar este beso en mi vida- dijo ella.
Él permaneció en silencio, observándola, con ternura.
-¿Dónde has estado todo este tiempo?- preguntó simplemente.

miércoles, 26 de enero de 2011

A los pies del árbol rojizo

-¿Está grabando ya?- preguntó el abuelo después de haber pulsado el botón rojo de la grabadora.
La chica que se encontraba a su lado asintió.
-Bien- dijo el anciano -Ahora, os contaré una historia muy antigua, una historia que me gustaría que recordaseis y contaseis a vuestros hijos. Esta historia empieza así:
El hombre tragó saliva y comenzó a narrar el cuento:
-Erase una vez, un pequeño pueblo llamado... llamado...- dudó un instante -Bueno, francamente no recuerdo cual era el nombre del pueblo, pero no es relevante. Pues, en aquel pueblo, había caído una poderosa tormenta cargada de lluvia y de rayos. Unos rayos poderosos, destructores, como nunca antes había visto en aquel pueblo. Un poderoso rayo, había destruido por completo el árbol milenario de la ciudad, el único medio por el que recibían turistas. Y sin turistas, no había beneficios. sí que el pueblo comenzó a caer en una crisis económica. Un hombre, dueño de una granja, decidió plantar dos pequeños arbolillos en el lugar donde había estado el árbol milenario. Y así lo hizo, extrajo dos semillas de árbol, y las plantó en el sitio acordado. El  pueblo comenzó a perder habitantes ya que la gente decidía marcharse a la ciudad. Hasta que, en aquel pueblo, solo quedaba la granja del señor que había plantado los árboles. El granjero vio morir a todos sus animales y, diéndose por vencido, decidió marcharse a la ciudad, al igual que su antiguos vecinos.Y así, los dos arbolillos quedaron solos. Crecieron juntos, el uno con el otro, acompañándose simplemente con su presencia. Pero aquellos árboles no eran normales. Uno de ellos, comenzó a sacar hojas en color rojizo como el fuego y entonces...-
El abuelo comenzó a toser bruscamente. La chica rubia que se hallaba a su lado le dio cuatro golpecitos en la espalda, pero el anciano no paraba de toser. Cada vez era más y más fuerte y la chica comenzó a asustarse.
-Es.. estoy... bien... puedo  seguir- dijo el anciano con dificultad.
Los tosidos remitieron
El abuelo tomó aire y lo expulsó lentamente.
-Grábelo- dijo la mujer rubia -pronto volverá el ataque de tos y ese... es posible que... se el definitivo
-Esta bien- dijo el hombre aclarándose la garganta.-Como decía, aquellos árboles no eran normales. Si hubieran sido dos muchachos, habrían estado peleando todo el día. Una mañana, un excursionista que pasaba por allí, observó el rojizo del árbol y quedó alucinado al ver su color. >>Nunca antes he visto nada igual<< dijo asombrado. El árbol normal, comenzó a sentirse celoso del árbol rojizo y, decidió, cambiar sus hojas a tonos azulados. Se esforzó tanto que lo consiguió. A la mañana siguiente, había centenares de personas observando el árbol azulado mientras que el árbol rojizo, pasaba desapercibido por todos. La gente comenzó a instalarse a vivir allí, junto al árbol azulado y así, el pueblo volvió a resucitar. Pero, meses más tarde, el montañero que había descubierto los árboles volvió donde los había encontrado. Observó al árbol azulado. >>¿No es maravilloso?<< le dijo el pueblo. El excursionista no dudó: >>Sí, es extraño, pero si no hubiera sido por aquel árbol rojizo, nunca habrías descubierto este árbol<< El pueblo se calló de repente. >>Es posible que los tonos del árbol rojizo sean más comunes, pero, hace unos meses no lo fueron para mi, me quedé tan impresionado o más que cuando vosotros observasteis el árbol azul. Por eso, no le veo la importancia que le dais a ese árbol cuando realmente, el importante, es el rojizo<< La gente comprendió. Orgullosa y agradecida, llamó al pueblo: "Redtree" y nombró, al explorador, el nuevo presidente de la comunidad. Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Y el anciano volvió a pulsar el botón rojo para parar la grabación.
-Bonita historia- dijo la chica -Pero no entiendo el porqué de esto ahora.
-Simplemente porque es el origen, el origen de todo- dijo le anciano -Sin esta historia, nunca podría haber llegado donde estoy ahora y, posiblemente usted no habría nacido.
-No lo entiendo
-Tampoco intento hacerla entender, simplemente quiero que entierre esto en esta dirección. Quizás, cuando vaya allí lo entienda todo o puede que no entienda nada. Su misión es esa. Lo haría personalmente pero... ya ve, estoy indispuesto.
-Yo lo haré, señor Edward, lo enterraré personalmente si el lo que desea.
-Es lo único que deseo ahora, lo único que realmente, le ha dado sentido a mi vida.

martes, 11 de enero de 2011

Ojos Bicolores

-Y si existiera alguien... con la capacidad de poder ver lo cómo es la gente en realidad- dijo la pequeña, mientras se abrochaba el cinturón del asiento de detrás del coche.
Esperó la respuesta de su interlocutor, que se acababa de montar en el vehículo.
-¿Ver cómo es la gente en realidad?- repitió el hombre alzando una ceja.
La niña asintió con una sonrisa, disimulando lo mucho que le costaba contar eso.
El padre soltó una carcajada y arrancó el coche.
-Esas personas solo existen en las películas, mi vida- dijo el hombre con cierta ternura.
La niña se quedó parada.
-No, no es cierto, hay gente... hay gente que puede ver como es la otra gente...- explicó la niña con nerviosismo -Sus gestos, sus posiciones...-
El padre miró a su hija a través del espejo. Giró el volante y el coche giró la curva.
-Te lo juro- fulminó ella clavando sus ojos bicolores.
El padre frunció el ceño.
-¿Quién te ha dicho esas cosas, cariño?- preguntó el padre
-Nadie...
-¿Entonces, de dónde lo has sacado? ¿De algún programa de dibujos animados?
-No- contestó ella -Lo he sacado de mi.
El padre tragó saliva.
-¿De ti?- preguntó extrañado.
Reinó el silencio.
-¿De ti?- repitió el padre.
-Sí- dijo ella simplemente.
Se pasaron todo el trayecto de su casa a la casa de su abuela en silencio. Oyendo simplemente como comenzaba a chispear fuera del coche.

El depósito marcaba vacío.
-Aguanta, aguanta- dijo el hombre rompiendo el silencio anterior.
Pero el coche no quería seguir más.
-¿Por qué nos paramos?- preguntó la niña con duda.
El padre no contestó, estaba demasiado preocupado en cómo iban a  llegar a casa de su madre sin gasolina en medio de un descampado.
-Papá...- dijo la niña nerviosa.
-¡Calla un momento, Emma!- gritó el padre llevándose las manos a la cabeza.
La niña iba a replicar, pero algo la interrumpió. Se oyeron disparos fuera y... todo sucedió muy deprisa.
La niña, solo recordaba como había entrado un señor con bigote y había echado a su padre del asiento de piloto. Después, otros dos habían abierto las puertas traseras y la habían cogido en brazos.
-¡¿Qué hacéis?!- gritó ella -¡Dejadme en paz!
-No, pequeña, no te podemos dejar en paz- dijo el hombre con bigote -Eres una niña muy especial.
Los tres hombres montaron a la niña en el coche que habían traído y se marcharon, dejando a su padre en el suelo, en un charco de sangre, gritando pidiendo desconsoladamente ayuda.
El hombre, oyó el sonido del motor alejarse antes de perder el conocimiento.

sábado, 8 de enero de 2011

Salta

-¡Salta!- le dijo él.
Ella se quedó paralizada. Se le heló la sangre y su corazón comenzó a latir con fuerza. Intentó decir algo, pero un especie de nudo en su garganta se lo impidió.
>>¿Cómo puede pedirme que salte? ¿Se ha vuelto loco?<<
-¿No has dicho que eras capaz de hacer cualquier cosa por mi? Pues ahora te pido esto- dijo el chico y respiró hondo antes de añadir: Si me quieres, hazlo.
Si antes estaba nerviosa, ahora estaba hecho un nervio. Le costaba respirar.
-Lisa, confía en mi. Todo va a salir bien- dijo él, clavándole sus ojos azul verdosos.
Ella intentó bajar la mirada, pero no pudo. Aquellos ojos... Aquellos ojos la tenían imnotizada.
Sin dudarlo ni un minuto más, le besó. Le besó con pasión y bebió de aquel beso como si fuera el último. Recordó aquella tarde de verano en la que él había declarado lo que sentía. Recordó aquel primer beso bajo la lluvia. Recordó aquella frase: "¿Serías capaz de hacer cualquier cosa por mi?". Recordó como ella había respondido: "Cualquier cosa que tú me pidas". Recordó por qué había contestado eso. Porque confiaba en él. Porque confiaba en que nunca sería capaz de pedirle algo que pudiera causarle daño.
Y entonces, supo lo que tenía que hacer.
Se separó de él con delicadeza.
-Si me pides que te ame, yo te amo. Si me pides que te bese, yo te beso. Si me pides que te ayude, yo te ayudo... Si me pides que salte, yo salto- pudo decir ella y, seguidamente, saltó por el puente.
Notó como el viento rozaba su pelo mientras caía y, por una vez, no pensó en el miedo que le tenía a las alturas. Tampoco pensó en su horrible adicción a las drogas, ni en los problemas que había tenido con sus padres. Su mente solo podía pensar en una persona.
Cayó al agua en un gran estruendo y rápidamente salió para respirar. Tragó una bocanada de aire antes de poder gritar con felicidad.
Segundos después, oyó un estruendo en el agua y después, salió el chico del agua.
-¡Lo has hecho!- exclamó él.
-Te dije que haría cualquier cosa por ti y mírame, yo, con pánico a las alturas y acabo de pegar un salto desde el puente más alto de la ciudad-
-A parte de estar bañándote en pleno invierno- dijo él riéndose.
-Y con la ropa que acababa de estrenar- añadió ella acompañando su risa.
Ella le miró otra vez.
>>¿Por qué me ha hecho hacerlo? No tiene ningún sentido<< pensó.
Él, adivinó sus pensamientos.
-Acabamos de cumplir la primera parte de mi objetivo. Has superado tu miedo a las alturas- dijo él
Ella lo entendió y sonrió.
-Pero ahora queda lo más difícil...
-¿A qué te refieres?- dijo ella extrañada y de repente lo comprendió todo -No voy a poder hacerlo, Erik- dijo  negando con la cabeza.
-No estás sola. Estoy yo, está tu madre. Hay mucha gente que ha conseguido salir del mundo de las drogas- explicó él.
-No puedo... es muy difícil. No lo entiendes.
-Hazlo ¿No has dicho que eras capaz de hacer cualquier cosa por mi? Pues ahora te pido esto- dijo el chico y respiró hondo antes de añadir: Si me quieres, hazlo
Él clavó sus ojos en ella, como había hecho antes. Entonces, Lisa supo que no se podría negar a su propuesta, ni a esta, ni a ninguna otra.

jueves, 6 de enero de 2011

Maldición

Se oyó un grito agónico. Un horrendo sonido en el que rabia, dolor y desesperación se distinguían a la perfección entre ellos. 

Le estaba ocurriendo otra vez.
El joven apretó los puños intentando descargar toda su ira de alguna forma. Era una sensación horrenda. Todo su mundo se desplomaba a su lado. Solo tenía un deseo fijo, devorar a su víctima.
Luchó contra sí mismo, intentando evitar lo que estaba a punto de ocurrir. No debía, no podía hacerlo. Alguien tenía que impedirlo. Pero nadie lo iba a hacer, nadie le iba a parar los pies porque nadie sabía que él era un monstruo. Sí, eso es lo que era, un monstruo. 
Volvió a gritar y, esta vez, su grito fue distinto a los otros. Ya no expresaba odio ni rencor hacia los que no le entendían. En esta ocasión con su grito intentaba pedir ayuda. No pudo pedir más clemencia. 
Cayó al suelo de rodillas. Su cabeza parecía que iba a explotar. Comenzó a sentirse mal y, en cuestión de minutos, ya no era el mismo.
Supo que se arrepentiría más tarde, pero no pudo controlarse. 
La bestia se apoderó de él y lo consumió hasta convertirle en algo totalmente distinto.
Al alba, despertaría cansado y dolorido, arrepintiéndose de todas las cosas horribles que habría hecho esa noche, pero todo habría pasado, hasta que la próxima luna llena quisiera convertirlo en una bestia.