viernes, 25 de marzo de 2011

Todo tiene un sentido

-¿No ha tenido ningún sentido todo lo que he hecho?- preguntó el hombre repleto de indignación y de ira.
Llevaba meses allí tirado, debajo de un banco, durmiendo entre cartones. Hablando lo mínimo y sólo cuando era necesario. Sus evidentes marcas de dejadez (como su barba larga y su cara llena de manchas) denotaban un cierto aire terrorífico.
Pero aun así, por algún motivo, un joven se había acercado a él. Un joven soñador, con ojos brillantes, al cual no había visto en su vida.
-Claro que ha tenido sentido, señor- intentó explicar el joven que se había sentado a su lado.
-¿Sabes una cosa? Yo no estoy aquí por mi culpa. Estoy aquí por la culpa de otros. La culpa la tiene el gobierno de este país y el poco trabajo que hay en la calle- explicó el hombre.
-Pero... ¿usted tiene carrera?- preguntó el joven -¿Tiene posibilidades de trabajo, algo que poner en el curriculum?
La cara del hombre se transformó totalmente. Se volvió una cara de ira, de odio hacia su propia raza.
-No sé ni por qué estoy hablando contigo...- dijo el hombre levantándose del suelo.
El joven se extrañó.
-Pe... pero señor... ¿he dicho algo que le ha molestado...? ¡No.. no se vaya!
-Déjame en paz- añadió el hombre mientras recogía los cartones tirados en frente del banco -Y no vuelvas a buscarme por aquí, no voy a estar
-¿Qué vas a hacer?- preguntó el joven -¿Qué vas a hacer ahora?
-Algo que tenia que haber hecho hace mucho tiempo.

El chico joven nunca más volvió saber nada de aquel anciano. A veces, cuando paseaba por esa calle, intentaba buscar entre los rostros de la gente la cara de ese vagabundo, pero nunca la encontraba. Poco a poco, con el tiempo, el olvido consiguió arrebatarle los pocos recuerdos que le quedaban de aquel hombre, hasta que, un día, el destino quiso que renacieran cual ave fénix.
-¿Eres Miguel Ángel ¿Miguel Ángel Escobar?- preguntó una voz al otro lado del teléfono.
-Esto... sí- dijo el chico -¿Con quién hablo?
Pudo oír una breve risa nerviosa que atravesaba el aparato.
-Puede que no te acuerdes de mi, pero creo que yo nunca te olvidaré. Tuvimos una charla, hace ya más de dos años, una charla que me hizo reflexionar.
El joven recordó de pronto todo. El viejo, el banco, las cajas...
-Sí, creo que ya recuerdo
-Bueno, pues... llamaba para darte las gracias.- dijo el anciano -Hace casi dos años que volví a casa, con mi familia y casi un año que dejé las drogas. Ahora trabajo como voluntario para obras humanitarias y no puedo esconder la felicidad de haber retomado mi vida
-¡Eso es estupendo!- dijo el joven impresionado
-La verdad es que sí. Me ha costado un mundo encontrar tu teléfono, pero parece que ha dado en el clavo- dijo el anciano riendo.
-Pero... ¿Qué hice yo? No he tenido ningún mérito en su recuperación, yo no he hecho nada, no debería darme as gracias.
-¿No debería?- dijo le hombre -Te olvidas de un pequeño detalle, joven. Yo estuve sólo durante mucho tiempo, encerrado en mi mismo, hasta que llegaste tú. Cuando no había nadie a mi lado y sabía que ya nadie vendría, apareciste, de improvisto. Y pude charlar con alguien.
Miguel Ángel se quedó sin palabras.
-No sé que decir...
-Yo sí sé que decir: Gracias. Gracias por prestarme atención aunque no me conocieras. Gracias por no tener prejuicios por mi aspecto. Gracias simplemente por haberme devuelto  las ganas de vivir.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La cuarta marioneta del espectáculo.

Allí estaba, sentado en la mesa, esperando que volviera. Esperándole como cada noche, como cada día, como cada hora.  Esperando volver a manejarle, como maneja a tanta gente más. Esperando volver a usarle como si fuera un ser sin sentimientos. Dominado, sensible, ingenuo, frágil.
-¿Crees que es sólo eso? ¿Crees que puedes controlarle?- dije mientras pronunciaba las palabras con odio.
La marioneta de pelo castaño claro acababa de sentarse en la mesa, cabizbajo, sin pronunciar palabra.
-No, no puedes- respondí  -Puede que hace tiempo sí, ahora no. No pienso dejar que le toques un pelo, no pienso dejar que te lo lleves. Voy a poner absolutamente todo mi empeño en que pueda olvidarte.
Hubo un largo y duro silencio.
-¿Quién tú?- preguntó de pronto el hombre con la tez grisácea y los ojos ambarinos -¿Tú, que no sabes ni quién eres? ¿Tú, que acabas de entrar en su vida hace relativamente poco? No, lo dudo.
Apreté el puño con fuerza. Lo apreté tanto que comenzó a sangrar.
-¡¿Quieres dejarle en paz?!- grité -¡¿Quieres dejar que continúe su vida como cualquier otro chico de su edad?! él no te ha hecho nada.
-Él me buscó- respondió de golpe.
-Eran otros tiempos- dije y le miré fijamente.
-¿Te refieres a esos tiempos en los que no lo conocías? Sí, hablas de esos tiempos como si hiciera mucho.
-No voy a caer en tus trucos, eso nunca. Sólo he venido aquí para que sepas que no te va a ser fácil llevártelo para siempre. Puede que hace pocos días no tuviera ni un sólo motivo para continuar viviendo, pero ahora... ahora ya tengo uno: proteger a este chico como si fuera mi vida. Voy a salvarlo. Voy a salvarlo de tus sucias manos llenas de ceniza.
-Te reto. Te reto a que lo hagas- contestó el hombre -Pero recuerda, que el que ríe el último, ríe mejor.
Y al pronunciar esas palabras se esfumó. Dejando un rastro de ceniza y dos cigarrillos en el suelo.


4.