lunes, 16 de febrero de 2015

El cuento de las heridas sin cicatrizar

Había una vez, en un pueblo mucho más cercano de lo que puede parecer, una historia que nunca fue contada en los patios de los colegios. Las malas lenguas decían que era tan terrorífica que nadie, absolutamente nadie, se atrevía a contarla, ni siquiera en Halloween, a media noche.
Contaba la historia de un chico malvado, que se divertía jugando con cuchillos.
Con cuchillos recién afilados.
Los echaba a volar como si fuesen golondrinas y los cogía al vuelo, justo por el pomo.
Nadie a su al rededor se atrevía a decirle que era una locura porque nadie valoraba tan poco su vida como para cometer semejante estupidez.
Decir que estaba loco es acabar demasiado pronto.
No creo que estuviese loco, solo que tenía unas ganas de jugar demasiado incansables.
O quizá eso era lo que decía. Quizá era eso lo que quería venderles a todos. Porque, aunque poca gente lo supiese, aquel pequeño niño temerario tenía una historia.
Todos la tienen, pero nadie pregunta por ella.
La suya era como aquel juguete que dejaste olvidado en el banco de un parque cualquiera. Y que nunca volviste a ver. Pero que sigue ahí. No, en el parque no, animal. Sigue en tu recuerdo, manchando con nostalgia todos los nuevos pensamientos...
Su historia era puntiaguda como las uñas de una bruja, dolorosa como un corte en carne viva, agria como un limón salado. Pero era suya y... le gustaba, pero solo vivía en su recuerdo.
O eso creía.

Un día, mientras aquél niño jugaba con sus cuchillos en plena calle, donde decenas de personas pasaban con miedo a pararse siquiera a mirarle, comenzó a llover. ¡Ni que eso fuese impedimento para nuestro joven temerario! Ni la lluvia podía parar aquél divertido y repetitivo juego.
Era macabro.
Pero parecía pasar desapercibido por todos. Estaban acostumbrados a verle.
Estoy completamente seguro de que si al niño se le hubiese escapado el cuchillo en algún momento y le hubiese atravesado la garganta, nadie se habría apenado.
"Se lo tenía merecido" dirían, aún sin conocer su historia, sin conocer exactamente por qué se lo tenía tan merecido. Pero no importaba. A nadie le interesaba su opinión.
Excepto a una persona. La única persona que parecía verle, ahí, en la calle, corriendo peligro.
-Hola- dijo.
Y el niño reconoció su voz al instante y dejó ver la sonrisa más amarga que había puesto nunca.
Nadie le había visto sonreír y, desde ese momento, tampoco querrían repetir.
No dijo nada. Se limitó a seguir haciendo malabares con sus afilados cuchillos.
-Hace mucho que no nos vemos y todo está más frío aquí- dijo la muchacha. -Supongo que... ninguno de los dos merece este final.
Los cuchillos del niño cayeron al suelo. Él nunca admitiría que se le hubiesen caído, pero lo cierto es que la frase de aquella muchacha le pilló por sorpresa.
Se aclaró la voz antes de decir las palabras más terroríficas que nunca nadie había dicho en ese pueblo.
- ¿Ninguno de los dos merece este final?- comenzó. -¿Sabes? Yo hace tiempo que ya no creo en los finales felices, de cuentos ideales, de países fantásticos. Cuántas perdices se habrán salvado. Hace tiempo que no creo que el mundo sea maravilloso, ni que todo esté dibujado por Walt Disney. No creo en las parejas que no se cansan, que no sufren, que no duelen. No creo en la amistad. No al menos en la que creéis vosotros- dijo esta vez refiriéndose a toda la plaza. -Y tú, eres la causante de no hacerlo. La amistad no es egoista, no engaña, no es "hoy por ti, mañana por mí porque me debes una". La amistad es incondicional, irracional, es fiel. Es lógico que no lo entiendas, es lógico que no manejemos la misma definición de amistad, es lo que tiene haber estudiado en un colegio distinto. Y en una ciudad distinta. Y, al parecer, en un planeta distinto también. Y quizá gritar no era la mejor solución, pero, que tire el primer cuchillo el que no grita cuando le duele algo. Y quizá era mejor no hablar. No aclararlo. Porque a veces la verdad te explota en la cara tan fuerte que no tienes ni idea de cómo asumirla. Es duro. Porque duele querer y no ser correspondido. Aunque creas que lo haces. Es duro. Porque cuesta tener que enfrentarse a la realidad día a día. A nuestra realidad. A habernos dejado perder por cuchilladas traperas, ¿irónico, verdad? Es duro. Porque la vida está hecha para valientes y tú has sido la primera cobarde-.
Y se hizo el silencio en la plaza.
Todos estaban mirando aterrorizados a aquél niño macabro.
Todos, menos la muchacha.
Ya no estaba.
Simplemente desapareció.
Y nadie la volvió a ver.
Nunca más.
Y este cuento se quedó para siempre sin final feliz.


Dicen que cuando te acuestas por las noches, el niño de los cuchillos viene a abrirte las heridas y a raspar tus pesadillas. Dicen que se alimenta de ellas y se las zampa sin masticarlas.
Pero no les hagáis caso, eso es todo mentira.
Eso solo me pasa a mí.