miércoles, 5 de octubre de 2016

Casi

Hoy he tenido uno de esos días raros. Uno de esos en los que todo va bien, pero todo se siente mal aquí. Aquí, en el lado izquierdo del pecho.
Aún recuerdo cuando de pequeño me divertía diciendo que los sentimientos no se sentían en el pecho, que se sentían en el estómago. Qué inocente. Aún no comprendía lo que era sentir de verdad. O igual no lo asumía del todo.
Y puede que aún no lo entienda. Pero pasarme el día con una tormenta en la cabeza era una cosa que solo le sucedía al resto, no a mí. Y aquí estoy. Con la casa hecha un desastre y con las ganas por los suelos.
No hay razón para estar así. Lo sé. Pero no puedo evitarlo.
Todo va bien, ayer fue un día mágico, pero... hoy vuelan las dudas y se posan en mi pelo. Y me susurran al oído y me arrancan trocitos de piel, hurgando entre mis cicatrices.
Hoy he tenido uno de esos días raros, que nadie comprende. En los que te inventas que estás enfermo, porque no sabes cómo definir lo que estás sintiendo. Porque no lo entenderían. O igual porque no quieres que lo entiendan. He tenido uno de esos días en los que no ves salida. En los que no echas de menos los barrotes de las ventanas de tu antigua habitación, pero tampoco te sientes más libre sin ellos. En los que te censuras y esperas. Y te asustas. Y te pones a pensar en lo idiota que fuiste ayer y en lo torpe que te ves hablando con una persona a la que le tienes tanto cariño. Donde las inseguridades te tocan al timbre y entran aunque no les abras la puerta. Y te dicen: "casi, pero no". Y todo deja de estar bien y dejas de disfrutarlo para empezar a pensar que el casi ha sido tu patrón durante años.
No tengo derecho a quejarme. No lo tengo, porque todo está bien. Porque ayer fui el chaval más feliz del planeta durante tres horas. Porque deseé con todas mis fuerzas que ese momento no acabase nunca. Porque le abracé y perdí el sentido. Y todas las canciones que me recordaban a él lo perdieron. Porque noté que algo empezaba. Nos vi viajando a Portugal, en coche, con nuestras cámaras y con todas nuestras ganas, tantas, que el viaje se nos pasó volando. Gritando con todas nuestras fuerzas nuestra canción favorita. Le vi llorando en la calle, diciéndome que era su mejor amigo. Y que diga la física lo que quiera, yo sí que nos vi infinitos. Nos vi siendo la envidia de todo Madrid y... el tiempo se acabó. Y le dejé en la estación de tren, alargando hasta el máximo el momento de despedirme. Y casi pude vernos hacer todas esas cosas. Casi. El mismo casi que se disfraza de negro y se sienta en mi sofá. Y es ese casi el que me hace llorar, el que me hace ser incoherente. El que me susurra todas y cada una de las veces que dije algo que no tenía que decir aquella tarde. La quimera que junta todos mis peores momentos y me abraza para que se peguen a mí, como un clavo hirviendo. El casi que juega conmigo, me pone una venda en los ojos y me da vueltas para que no pueda encontrar mi camino. El casi que hace que la física le busque explicación a todo, que la gente de Madrid envidie a otros y que Portugal cada vez esté más lejos.