martes, 17 de enero de 2017

Quisiera ser ella

Lo cambiaría todo por ser ella.
Cualquiera.
La que más te haga perder la cabeza.
Para perderla contigo.
Para empezar una historia juntos, nuestra historia. Para cogerte de la mano y dejar de hacerme daño soñándote. Quisiera ser ella para que dejase de dolerme el corazón cada vez que te pienso, o qué narices, que siguiese doliéndome, pero que al menos supiese que es por un buen motivo.
Tú.
Porque te tendría. Y podría escribirte todos los días y preguntarte qué tal estás, en vez de buscar estúpidas excusas. Quisiera ser ella para quedarme contigo a solas. Para gustarte. Para sentir cómo miras cuando estás enamorado. Para demostrarte que puedo hacerte feliz, para dártelo todo. Quisiera ser ella, la que ni siquiera sé si existe, para no pedirte perdón cuando te diese una pequeña patadita debajo de la mesa, para hacerme el interesante, para despertar tu interés.
Para que te interesases en mí. Para agobiarme. Para discutirnos, para sentir todas esas cosas que jamás he sentido.
Quisiera ser ella para delatarme. Decir que llevo enamorado de ti desde hace tiempo y que presto una extraña pero intensa atención cada vez que me cuentas un detalle de tu vida. Por más nimio que sea. Porque me interesan todos tus detalles.
Quisiera ser ella para decirte lo mucho que me gusta el lunar que tienes en la nariz, lo mucho que me gustas. Tú, en general. Con tus defectos, con todo. Quisiera ser esa persona en la que piensas al despertarte y la última que piensas antes de irte a dormir. Quisiera ser tu inspiración. La persona que te venga a la cabeza cuando escuches una canción que me recuerde a ti. Quisiera oírte escuchar un "te quiero" y que fuese para mí. Quisiera ser ella y que me presentases a tus padres. Quisiera acostarme en tu hombro. Marcharnos de viaje, juntos, los dos, sin excusas. Y hablar de todo. Que me contases quién es ella.
Quisiera tener tus mismas cicatrices, porque significaría que he caído contigo. Quisiera ser ella y confesarte que no dejo de pensarte. Y ser de esos novios repelentes que siempre he odiado. Porque yo nunca sentí algo así por nadie que fuese correspondido.
Quiero ser ella y presentarme en tu casa de sorpresa. Colarme por tu ventana y dormir en tu cama. Ser la palabra que más miedo te dé pronunciar. Esa. La que te aterrorice, la única persona que no te la sude, la única que sea capaz de destruirte y que tú le des permiso para ello.
Quisiera ser el dueño de tus suspiros y tu deseo en la tarta de cumpleaños. Quisiera ser ella. Con todas mis fuerzas.
Pero no soy ella.
Y tú nunca serás mío.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Por qué aquí no se arrancan las margaritas

No me gustan las películas.
A ver, en realidad sí, pero no me gusta cómo me hacen sentir cuando las acabo de ver. No me gusta el sabor agridulce de una comedia romántica. Esa sensación de nostalgia que produce la música tan dulce que suena cuando todo se está solucionando. Cuando ella va a coger el avión y él corre para evitarlo. Cuando le regala una margarita y, juntos, recuerdan aquella vez en el que él, siendo un niño, arrancó una de las margaritas del parque para regalársela a ella. Y ella le besa. Y no se escapa. Y comen perdices. Ese final feliz para todos, menos para ese secundario graciosete que mira a la pareja con los ojos vidriosos.
No me gusta porque ese secundario suelo ser yo. Siempre soy yo.
Y no es bonito.
Y no es feliz.

No me gustan las películas, pero creo que me gusta menos esa gente que dice: “la realidad a veces supera a la ficción”. Porque mienten. Mucho.
No sé qué tipo de realidad suelen tener los otros, pero la mía desde luego no debe estar funcionando. Es guay a veces, lo admito. Hay cosas que parece que hayan sido guionizadas por el escritor más gamberro de la Tierra. Hay sátiras y metáforas constantes, sí. Hay juegos de palabras y coincidencias no tan coincidentes. Hay personajes bien desarrollados y historias fantásticas. Hay momentos intensos, que podrían ser grabados en un plano grúa para finalizar la película. Es fantástico, sí.
Pero no la supera. 
No lo hace porque en las películas las tramas se desarrollan. Tienen sus altos, tienen sus bajos, tienen sus momentos de tensión y tienen sus momentos de pura adrenalina. Tienen incertidumbre y acción. Tienen peligro. Son tramas sublimes, pero sobretodo tienen un porqué. En el primer acto sabes cuál es el fin y quién es el objetivo. 
Pero en la vida no.
No tienes mayor objetivo que seguir para no quedarte fuera de juego. No tienes mayor fin que encontrar a alguien que te satisfaga 10 minutos antes de que acabes de cansarte. Tienes que seguir las reglas porque es lo correcto, tienes que seguir la corriente porque es lo correcto, tienes que encontrar un trabajo porque es lo correcto. Y lo correcto te lleva al sueño americano: tu casa, tu familia, tu estabilidad, tu felicidad. Ese final que nunca consigues, por mucho que te esfuerces, porque la vida no es una película y, ese, es el final de todas las películas, ¿no?
Son mundos muy distintos.
El problema de ellos es que colisionan.
Y crean expectativas.
Y te convierten en un chaval de 18 años con demasiados pájaros en la cabeza y solo en su apartamento, que espera empezar una nueva vida en una nueva ciudad y enamorarse. Y se ve con la fuerza suficiente como para afrontar todos los obstáculos que se interpongan en su camino. 
Pero que en realidad, no sabe que no puede con todo. Que su mayor obstáculo es que no le va a pasar nada. Que no va a sentir lo suficiente como para sentir que flota, que no se va a enamorar hasta las trancas de nadie, o quizá sí, pero será absurdo y no servirá para nada. Que después de tres años buscando el sentido a todo, se ve tirado en el césped del parque. Perdido y solo, sobretodo solo. Aburrido por cómo la vida que le ha tocado vivir no tiene nada que ver con las películas. Nada. Porque si algo tienen las películas es que si existen es porque tratan de contar algo. Maldiciendo todas ellas porque lo más excitante que le ha pasado hoy ha sido tumbarse en el parque a mirar las margaritas. Y las acaricia, con cuidado, como si fuesen el bien más delicado del mundo, con nostalgia y con tristeza. Valorando esa margarita, esa pequeña pincelada de la naturaleza, inmóvil, como esperando que alguien la arranque para que tenga sentido su existencia.
Y qué simples y bonitas son las margaritas cuando no las arrancas del suelo.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Casi

Hoy he tenido uno de esos días raros. Uno de esos en los que todo va bien, pero todo se siente mal aquí. Aquí, en el lado izquierdo del pecho.
Aún recuerdo cuando de pequeño me divertía diciendo que los sentimientos no se sentían en el pecho, que se sentían en el estómago. Qué inocente. Aún no comprendía lo que era sentir de verdad. O igual no lo asumía del todo.
Y puede que aún no lo entienda. Pero pasarme el día con una tormenta en la cabeza era una cosa que solo le sucedía al resto, no a mí. Y aquí estoy. Con la casa hecha un desastre y con las ganas por los suelos.
No hay razón para estar así. Lo sé. Pero no puedo evitarlo.
Todo va bien, ayer fue un día mágico, pero... hoy vuelan las dudas y se posan en mi pelo. Y me susurran al oído y me arrancan trocitos de piel, hurgando entre mis cicatrices.
Hoy he tenido uno de esos días raros, que nadie comprende. En los que te inventas que estás enfermo, porque no sabes cómo definir lo que estás sintiendo. Porque no lo entenderían. O igual porque no quieres que lo entiendan. He tenido uno de esos días en los que no ves salida. En los que no echas de menos los barrotes de las ventanas de tu antigua habitación, pero tampoco te sientes más libre sin ellos. En los que te censuras y esperas. Y te asustas. Y te pones a pensar en lo idiota que fuiste ayer y en lo torpe que te ves hablando con una persona a la que le tienes tanto cariño. Donde las inseguridades te tocan al timbre y entran aunque no les abras la puerta. Y te dicen: "casi, pero no". Y todo deja de estar bien y dejas de disfrutarlo para empezar a pensar que el casi ha sido tu patrón durante años.
No tengo derecho a quejarme. No lo tengo, porque todo está bien. Porque ayer fui el chaval más feliz del planeta durante tres horas. Porque deseé con todas mis fuerzas que ese momento no acabase nunca. Porque le abracé y perdí el sentido. Y todas las canciones que me recordaban a él lo perdieron. Porque noté que algo empezaba. Nos vi viajando a Portugal, en coche, con nuestras cámaras y con todas nuestras ganas, tantas, que el viaje se nos pasó volando. Gritando con todas nuestras fuerzas nuestra canción favorita. Le vi llorando en la calle, diciéndome que era su mejor amigo. Y que diga la física lo que quiera, yo sí que nos vi infinitos. Nos vi siendo la envidia de todo Madrid y... el tiempo se acabó. Y le dejé en la estación de tren, alargando hasta el máximo el momento de despedirme. Y casi pude vernos hacer todas esas cosas. Casi. El mismo casi que se disfraza de negro y se sienta en mi sofá. Y es ese casi el que me hace llorar, el que me hace ser incoherente. El que me susurra todas y cada una de las veces que dije algo que no tenía que decir aquella tarde. La quimera que junta todos mis peores momentos y me abraza para que se peguen a mí, como un clavo hirviendo. El casi que juega conmigo, me pone una venda en los ojos y me da vueltas para que no pueda encontrar mi camino. El casi que hace que la física le busque explicación a todo, que la gente de Madrid envidie a otros y que Portugal cada vez esté más lejos.


viernes, 23 de septiembre de 2016

Eres...

mi razón de ser, mi hoy y mi ayer. Eres la lágrima que llora por dentro del lagrimal, que no sale, que no es que no se atreva, es que no tiene ganas. Eres el director de mi ritmo cardiaco, una melodía que nadie ha compuesto aún. Eres el cosquilleo en mi columna vertebral y el crujir de mis huesos. Eres lo que quiero soñar cada noche, aquel pensamiento que mi mente censura antes de dormir porque cree, inocentemente, que así habrá más posibilidades de que suceda en mi sueño. Eres todas y cada una de las metáforas que soy capaz de crear aquí. Eres la Cueva, todo lo que sucede antes y todo lo que concluye luego. Tú. Eres esa sensación agridulce al salir del cine. Eres esas noches pidiéndole a las estrellas que te hagas realidad. Eres OneRepublic a todo volumen en mis auriculares. Eres ese fantasma con el que bailo por las noches, el copiloto de la caravana con destino improvisado. Eres mi fuego y mi alma vuelta y vuelta. Eres un rayo eléctrico y luminoso. Eres mi mirada buscándote entre la gente en un concierto. Sin conocerte, pero buscándote. Eres adrenalina, ¿sabes? Porque eres un grito en un sitio donde nadie puede oírme. Excepto tú. Eres esa colonia, ese escorzo que persigo por las vías del tren durante un rato. Hasta que me canso. Porque resultas no ser tú del todo. Eres el verso de mi canción favorita, pero como no tengo, eres el verso de todas las canciones que me gusten. Eres roce, sé que eres tú cuando contengo el aliento, cuando respiro despacito por la nariz para evitar que mi corazón explote. Eres el motivo por el que me levanto por las mañanas y por el que me acuesto por las noches. No quiero casarme, no quiero tener hijos, pero eres tú el que me quitará esas gilipolleces de la cabeza. Eres verano y sabes a sal, pero cuando quieres eres dulce. Eres miles de caras. Eres mucha gente, algunos más que otros. Eres mi segunda persona, mi tú. Eres tú, pero a veces eres un poco yo. El poquito que me completa, aunque no esté bien, aunque no sea justo eso de que necesites a alguien para ser feliz, eres la ficha que me falta en este corazón a estrenar. Eres mi adolescencia no vivida, mi mejor amigo. Eres mi videojuego favorito. Eres mi ancla emocional, mi vaivén en las olas. Eres un mar de preguntas y miles de ganas de surcar el horizonte en busca de tus respuestas, o surfear con ellas, sin miedo a los tiburones, porque eres mi seguro, mi comodín, mi tiempo muerto y mis ganas de matar el tiempo contigo. Eres mi confidente, el guardián de mis secretos. Eres la única persona capaz de destruirme por completo, pero tienes el derecho. Y no te lo mereces, porque aún no eres, pero quién sabe. Eres 23 de septiembre, cuando empiezo a escribir esto, pero quién sabe quién serás cuando lo acabe. Eres...



sábado, 5 de marzo de 2016

No tan Querido Diario,

Recuerdo haberte contado la historia de los pilares demasiadas veces. Pero lo que nunca alcancé a ver es que habría un momento en el que se pudiesen derrumbar todos a la vez.
Y, siendo sincero, si se derrumba uno, todo se queda sujeto por los otros tres, pero si se derrumban todos...
No pasa nada.

Y quizás sea ese el problema.
Que no ocurre absulutamente nada.
Y ahora no me vengas con el cuento ese de que: "Tú eres el único pilar de tu vida. Solo tú importas".
Eso déjaselo a los sobrecitos de azúcar o a MrWonderful
Y no podría dolerme más la cabeza y no podría quemarme más la piel, pero estoy bien.
Porque no le tengo a él, ni les tengo a ellos, ni tengo a nadie, pero estoy bien.
Es posible que no exista un momento en mi vida en el que haya estado tan solo rodeado de gente, pero lo llevo bien.
Y eso es lo que me asusta.
Porque tengo miedo de vivir así toda mi vida.

Deberíamos aprender a diferenciar el mundo que nos rodea. El dolor del malestar, la rabieta del odio, la sonrisa de la risa y, ésta misma, de la pura felicidad. Siempre he pensado que si fuésemos capaces de diferenciar a la perfección el todo, todo iría mucho mejor. Habría más infelices, pero al menos tendrían un motivo para estarlo. Habría menos esperanzas y más sueños imposibles, pero fuerzas suficientes como para asumirlo y ya.
Y yo nunca he sido de tener cojones, seamos sinceros, Diario.
Y esto de tenerlos para entender las cosas no se queda atrás.

No lo entendí. No entendí que la vida se basaba en rodearte de gente, qué digo gente, de personas. Y cogerles cariño. ¿Te lo puedes creer? A alguien al que ni siquiera has visto en el mismo plano, regalarle tu cariño, quererle. Darle la posibilidad de que te destruyan como quien explota una pompa de jabón.
Suicidarte... pero de la forma más bonita.
Queriendo.
Yo nunca lo he hecho. Bueno, al menos al principio. Digamos que, si la vida fuese un juego, yo habría sido descalificado por hacer trampas.
Aposté cariño cuando ellos jugaban con amor.
Pero jugué.
Sin pensar que, el que juega, corre el riesgo de perder.
Y yo y mis malditas trampas, habíamos perdido desde el principio.

No lo entendí, Diario. No supe entender las relaciones sociales. No supe sobre la existencia del efecto boomerang.
Y que me destrozaría para siempre.
Y nunca fui capaz de enmendarlo.
Solo pude quedarme aquí, sentado, solo. Viendo cómo se derrumba lo que un día construí. Poco a poco, es cierto. Pero estaba completo. Ellos me completaron. Tarde, es cierto. Pero lo hicieron.
Pero ya no.
Y estoy bien. Y tengo miedo de estar roto.
Tengo miedo de confundir las pompas de jabón con las burbujas.
Tengo miedo de confundir el amor con el cariño.
Tengo miedo de no ser suficiente.
Y de no estar aprobado.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Hoy he soñado contigo

No recuerdo exactamente el qué, pero sí que me cogías de la mano. Quizá en un desliz o en un breve apretón, pero a mí me hacías el chico más feliz del mundo.
No era la historia de amor más bonita que existía. Ni siquiera soy capaz de decirte si era amor pero, por primera vez en mucho tiempo, no me ha importado.
Porque eras real y tu piel era cálida. Y tu sonrisa lograba ponerme los pelos de punta, como siempre. Y me mirabas. Y el mundo se tomaba la molestia de detenerse para observarnos.
Pero sin duda, el lado malo de los sueños es que tienen un final. Y tú te me has acabado. Y he vuelto al planeta del "Te necesito", del "No tienes a nadie" y del "¿Es esto vivir?". He vuelto y tú no estabas aquí para recibirme.
Cómo me gustaría leer esta carta dentro de muchos años y saber que, sin conocerte, salpiqué de sentimientos estas hojas con las palabras que nunca dije. Y que siempre te tuve en la cabeza.
Y aún no te conozco. Y a este paso de la vida creo que no te conoceré jamás. Pero pienso en que igual estás en otra parte de este mundo, sin saber de mí, sin rebanarte la cabeza con mis tonterías, sin reirte con mis chistes, sin ponerme las cosas difíciles, sin convertirme en el primer hombre que te haga llorar, y que hay una dolorosa cuenta atrás en tus labios que nadie es capaz de aprovechar.
Y, quizá aún no te hayas dado cuenta, pero yo me muero por formar parte de tu historia. Por idealizarte hasta las puntas de los dedos, por cruzar el Atlántico, el Mediterráneo y hasta la capa de Ozono. Por soñarte y resoñarte y despertarme a tu lado. Por tener alguien al que poder escribir canciones y cantárselas durante toda la noche. Por perdernos en carreteras secundarias, dormir a la luz de la luna y que le den al mundo. Que le den. Que a nadie le importan nada y que a mí no me importa nadie si me agarras de la mano.
Qué ganas tengo de dejar de soñarte, de dejar de idealizarte, de que seas real, con tus defectos, con tus problemas. De que me descoloques la vida y me pongas del derecho lo que tengo del revés. De entregarte mi corazón sin esperar nada a cambio.
Tú, que has pasado más tiempo conmigo que otros tantos de mis recuerdos olvidados. Y ¿qué pasará si algún día tu voz se toma la molestia de proyectarse sobre el mundo que me rodea? Mi mundo no te conoce, pero sabe que si te cruzas de paso, el suelo tiembla. No sabría pronunciar ni media palabra si te haces efecto casualidad. Y podrías convertirte en la favorita de todas mis casualidades.
Sé que existes aunque nunca te haya tocado. No es ningún secreto. Ponme un nombre y entra en mi vida, por favor, no toques ni siquiera a la puerta. Hazlo, solo para ver cómo se siente la emoción aquí fuera. Ponme un nombre y susúrramelo aunque me pilles con los ojos cerrados. Tus ojos y tus brazos están sellados, aunque estén en otras manos. Qué sabrán ellos lo que es el amor, si nunca te han soñado.
Qué ganas tengo de conocerte pero, mientras apareces, voy a dormirme un rato, a ver si con suerte hoy vuelvo a soñar contigo.

domingo, 6 de diciembre de 2015

vampiros & elefantes

quizá nunca nadie te haya contado esta terrorífica historia, quizá por miedo a que se te quedase pegada a la carne y te succionase hasta el alma. Quizá por miedo a convertirte en uno de ellos, en un sediento despojo humano vacío por dentro. Quizá leerla te evoque sensaciones que nunca habías pensado, esas que habías leído en los libros, asociadas a los antagonistas, pero que nunca creerías sentir tú mismo. En tu cabeza. 
Siento la advertencia tan brusca, pero a mí nunca nadie me avisó. Si bien es cierto que tampoco la descubrí en uno de esos relatos, nadie tuvo consideración de explicarme que podría convertirme en un succionador de vidas, un dependiente, un sediento. Así que más vale que te advierta.


Existió, hace mucho tiempo, un joven como otro cualquiera. Pasaba las tardes existiendo, sin más. Vivía con sus más y sus menos, sus sueños a medio hacer y sus metas sin acabar. Era un muchacho más, en un pueblo venido a menos. Un muchacho tan inocente que ni siquiera fue capaz de ver lo que estaba por venir. Este mismo muchacho (llamémosle Muchacho), nunca había experimentado nada que saliese de su zona de confort, nunca había roto ni una de las reglas que le habían sido impuestas, siempre había acatado y obedecido tal y cómo le decían. Pero en todo nunca, siempre hay un hasta.
Y su hasta fue una de las casualidades más bonitas, una que conté anteriormente pero que ahora no vienen al caso. Dejémoslo en que conoció a un elefante.
Sí, un elefante. Uno chiquitín.
Bueno, no lo conoció, lo vio. Al otro lado del río. Y le fascinó. Hasta el punto de plantearse si su fascinación era lo suficientemente fuerte como para atravesar el río y acercarse a él. Como he dicho, Muchacho era un chico muy obediente y sabía mejor que nadie que estaba completamente prohibido cruzar al otro lado del río... pero ese elefante. Ese pequeño elefante le creaba tanta fascinación que no era capaz de contenerla en su cuerpo. 
Le quería. No sabría explicaros cómo, pero le quería.
Podríamos dialogar sobre por qué ese elefante y no cualquier otro y posiblemente la solución a esa incógnita sería que los otros elefantes le imponían el suficiente respeto como para no tener permitido que se fijasen en ellos, pero ese diálogo no viene al caso, porque era él y no hacen falta más explicaciones.
Muchacho le observó, con una mezcla de miedo y deseo. Y no fue consciente de lo que hacía hasta que el frío del agua del río entraba por los poros de su piel. Y mentiría si dijese que la sintió. Porque cuando cruzó el río y vio de cerca lo fascinante que era aquel pequeño elefante, supo que había valido la pena saltarse todas las normas.
Se pasaron la tarde hablando. El elefante también se había fijado en él y Muchacho no entendía qué tenía él de especial para que alguien pudiese fijársele, pero muy en el fondo de su corazoncito, ese hecho le alegró.
Fue fantástico conocer a Elefante, mantuvieron una conversación tan llena como nunca Muchacho había tenido, pero como he dicho, todo nunca tiene su hasta. Y el hasta, en este caso, fue el atardecer. Elefante tenía que volver.
-Un placer haberte conocido, Muchacho- dijo el pequeño elefante.
Él no dijo nada, se limitó a acercarse poco a poco a él. Elefante estaba sorprendido.
Y ahí estaban, un humano y un elefante a pocos centímetros el uno y el otro. Con miedo y fascinación al mismo momento. Queriéndose, ambos, pero de maneras distintas.
Y entonces fue cuando Muchacho le incó el diente y le mordió con la fuerza suficiente como para atravesar la dura piel de un elefante. Elefante no fue capaz de apartarse, solo de gritar, un gritó seco que se acalló poco a poco. 
Y Muchacho succionó hasta la última gota de su sangre. Era la primera vez que la probaba y sabía que, desde ese momento, no viviría para otra cosa que no fuera morder. 
Y, cuando se sació, dejó a Elefante medio moribundo en la hierba, gritando de dolor cosas inentendibles y, a mi parecer, algo exageradas. Mientras, Muchacho, se limpiaba la sangre de su ropa en el río, de camino a casa. 
Había sido un día fantástico.