jueves, 17 de enero de 2013

Prólogo

El vagón 13 estaba casi vacío.
Lejos, casi al final del vagón, y sentados junto a la ventana, estaban dos jóvenes manteniendo una larga y apasionante conversación. Ego, era una persona de esas que conoces y no olvidas. Desprendía magia por todos los poros de su piel. Un hombre justo, responsable y con un humor algo cambiante. En cambio, Id siempre estaba de buen humor. Nació de buen humor. Era la definición del positivismo. Un hombre sonriente y pacífico.

El reloj de Id marcaba las 17:53. La charla se alargaba más de la cuenta. El propio Id había admitido que había dejado su parada atrás sólo para continuar con aquella conversación tan interesante. Hablaron de la importancia de las matemáticas, de política, de historia y del arte. Divagando entre millones de pensamientos que pueden compartir dos personas que acaban de conocerse. Creando a menudo silencios de lo más reflexivos. No de esos en los que no sabes qué decir, silencios incómodos, para nada. Eran silencios de paz. En los que cada uno asimilaba conceptos que acababa de enseñarle el otro. Esos silencios se daban entre tema y tema. Uno de ellos, el más largo, estaba siendo más que profundo. Era como si ninguno de los dos se atreviese a hablar. Como si volviesen a ser dos desconocidos.
-¿Ya está, esto es todo?- dijo Ego de pronto, rompiendo el silencio.
-¿Cómo?- exclamó Id.
-La vida. Es decir, naces, creces, mueres. Fin de la historia, punto final.
-¿Te refieres a si hay vida después de la muerte?- preguntó Id intrigado.
-No, no, no es nada de eso- dijo y miró por la ventana negando con la cabeza -Me refiero a que siempre nos han definido la vida repleta de aventuras, de superación, de lucha, de afrontar baches. La televisión, las novelas, las historias. Todo. Y, sin embargo, un día te paras a pensarlo y resulta que aquel protagonista de tu serie favorita no existe. Todo es ficción y tu vida se asemeja mucho más a la de un personaje secundario que a la del propio protagonista-.
-Entiendo- dijo Id- Bueno, ¿y qué tiene eso de malo? No es necesario tener una vida de aventuras y de historias, que tener que contarle a tus hijos, para ser feliz.
-No, es cierto. Tienes toda la razón, pero... No puedo dejar de sentirme decepcionado.
Id le miró fijamente a los ojos. 
-¿Y si tu vida, tu historia, estuviese a punto de comenzar? ¿No lo has pensado?- dijo el joven de pronto con una sonrisa en la cara -Y puede que, siendo así, no recuerdes nada de esto, porque todo lo que está a punto de ocurrir será mucho más trepidante y emocionante.
-Eres un soñador- opinó Ego -Eso es arriesgarte demasiado. Confiar en que algo pase es ridículo si no hay probabilidades de que pueda ocurrir. Ni siquiera sabemos si este tren puede descarrilar y morir en un accidente. Nada puede ser previsto, nada puede hacernos viajar al futuro y, si hay algo, por alguna razón no puede retornar.
-Si crees en algo, hay posibilidades de que ese algo se cumpla. Ahí tienes tus posibilidades, ahora solo te queda creer. Eso es una cuestión personal. Nadie puede hacerlo por ti. Simplemente piensa, ¿qué pierdes?
-Desilusionarme. Que mi corazón se rompa en mil pedazos.
-¿Y qué te asegura que eso no es más que el prólogo de algo que está a punto de comenzar? ¿Y si aún no estuviesen presentados los protagonistas? Piénsalo. Una historia, TÚ historia está a punto de comenzar.
-¿Y si resulta que está acabando? Creer en algo que no es real es ridículo.
Id se puso serio de golpe.
-Entonces, ¿qué haces hablando conmigo?- dijo con una media sonrisa dibujada en su cara.
Ego palideció.
-¿Cómo?- exclamó esta vez él.
-Piénsalo, Ego. Piénsalo- dijo el joven mientras se levantaba del asiento -Ha sido una charla estupenda. Muchas gracias.
Id sonrió y, después de permanecer unos segundos de pie, se marchó. El tren ni siquiera había parado. Ego seguía pálido, sin saber cómo reaccionar, sin saber qué decir.
Minutos después, una dulce voz avisó por el micrófono que estaban a punto de llegar a la próxima parada. La suya. 
Nunca más volvió a ver a Id. No le hizo falta. Siempre supo que Id estaba por todos lados. Allá donde fuese. En todos los rincones de su mente. Siempre había estado ahí y siempre lo estaría. No era locura, era filosofía. Más tarde, cuando tuvo que explicar aquella sensación, la definió como si el destino se hubiese personificado para encarrilarle. Y lo hizo, vaya si lo hizo.
A partir de aquel día su historia comenzó. 
Ésto es sólo el prólogo de una historia que sigue escribiéndose. Y, os aseguro, que vivirla es una de las aventuras más trepidantes que han sido y serán escritas nunca.