miércoles, 29 de diciembre de 2010

La bellota

La ardilla desistió. Cansada y derrotada, acabó en el suelo. Y como si fuera un sueño, la bellota cayó de un árbol cercano a ella. El animal no podía creerlo. No recordaba las veces que había deseado saborear una bellota. Había dedicado meses en encontrar una y, de repente allí estaba, caída del cielo.
Pero a la ardilla ya no le quedaban fuerzas, apenas lograba alcanzarla con la mano y no podía mover ni un hueso. Sacó fuerzas de donde no le quedaban y logró sostenerse. Le temblaban los brazos y su respiración era demasiado agitada.
Comenzó a llover. Se levantó un gran vendaval. La ardilla nunca había visto nada parecido. Para su desgracia, el aire se llevó la bellota lejos de allí, apartándola de ella muchos metros.
La ardilla no dudó ni un instante en rendirse. No, ahora no podía. Había llegado demasiado lejos y no podía echarse atrás. Apretó los dientes y, con una fuerza y una valentía peculiar en una simple ardilla, gateó varios metros.
Cada paso era un  aumento de cansancio. Sentía su corazón latir. Llovía fuertemente y el viento era más poderoso que ella. Aun así, la ardilla nos se rindió.
Hasta que, por fin, llegó al lado de la bellota. La agarró con las dos manos y cayó al suelo derrotada. Respiró hondo, lo había conseguido.
De pronto, se despertó, estaba tumbada en la yerba. Observó a su al rededor y no vio rastro de ninguna bellota.
La ardilla suspiró. Nada había ocurrido, todo había sido un  sueño.
Se levantó, ya con las pilas cargadas y siguió su camino, buscando la bellota que tanto anhelaba y que no había encontrado aun.

4.

lunes, 20 de diciembre de 2010

La cueva

Escribo esto ante una pantalla de ordenador. Una pantalla que observa todos y cada uno de los movimientos que hago aquí. Una pantalla que conoce todos y cada uno de mis pensamientos, incluso aquellos que nadie conoce y solo yo sé. 
Escribo esto clavando mis dedos en las teclas de un teclado. Un teclado lleno de letras y números que me hacen expresar lo que pienso.
Escribo esto junto a una charca, iluminado por la tenue luz de la luna y escuchando una dulce melodía de piano. 
Escribo porque no tengo preocupaciones y lo que hay a mi alrededor no me importa. No oigo los malditos sonidos de la ciudad. Ni siquiera las voces de las personas, ya que estoy aislado. Aislado en una cueva no muy grande, junto con una rana que no para de croar. Me encuentro en el paraíso, en mi paraíso.

Sonrío. Todo parece maravilloso cuando lo leo. No obstante, no es así. Mi pantalla del ordenador es nueva, aunque con el más mínimo movimiento se desconecta. Mi maravilloso teclado, no tiene una buena conexión y a veces -sobre todo en el Messenger- me juega malas pasadas. No estoy junto a una charca, si no en mi habitación,  y la luna no me ilumina, ya que está escondida tras las nubes.
Oigo el ensordecedor pasar de los coches al igual que a mucha gente gritando y diciendo idioteces que no tienen ni pies ni cabeza. Mi única compañera es una pequeña rana de peluche -que por supuesto, no croa- que me observa mientras escribo. 
No, como podéis imaginar, no estoy en el paraíso ni mucho menos. 
Aunque, visto así, mi habitación no deja de parecer una cueva. Una cueva que no es silenciosa y tranquila, pero que dispone de una puerta abierta con el exterior. Un exterior cargado de hipocresía y falsedad, que no deja pasar la rana y que nunca, dejará pasar.

                                                                                                                                                20.12.10