sábado, 6 de agosto de 2011

Solo necesito un día.

El coche arrastraba todas las rocas que se encontraba en su camino provocando un ruido eclipsado por el sonido de la radio, encendida dentro. La vista desde la ventanilla trasera no estaba para nada mal. Desde ella se podía apreciar a la perfección e íntegramente el pueblo de Cornwall, junto con su mar y con sus pequeños acantilados. Se veían las casas, los parques y a lo lejos se podía apreciar el ayuntamiento. Junto a él se podía apreciar la multitud de gente convocada en la plaza. Posiblemente toda la gente observara la llegada del oscuro coche que cruzaba la calle más larga del pueblo. Ambos, el conductor y el pasajero, lo sabían.
Sin mucha prisa, el coche aparcó por fin delante de la plaza. Misteriosamente todo el mundo guardaba un extraño silencio. La puerta trasera se abrió de repente. El hombre sacó la pierna derecha del vehículo y la clavó con fuerza en el suelo, pisando fuerte. En cuestión de segundos, el hombre, vestido con una gabardina con botones de oro y con unos zapatos de piel carísimos, se alzó frente a la multitud.
-Bastardo- gritó una voz a lo lejos.
Todas las miradas se centraron en la persona de la que provenía el insulto.
-¿Qué quieres hacer con nuestro pueblo? ¿Convertirlo en una ciudad de vacaciones llena de hoteles y de lugares de lujo? ¡Pues no queremos tus modernidades, somos felices así, no necesitamos que nada ni nadie nos cambie nuestro hogar!
Muchas otras voces se unieron a la protesta asintiendo en alto, otros, en cambio, simplemente se limitaban a insultar al hombre que aún no había hablado en toda la discusión. Los insultos continuaron durante varios minutos. Algunas personas pedían incluso la muerte del ricachón, pero este se limitaba a escuchar impasible.
De pronto y sin ningún motivo aparente se creó el silencio en la plaza. El hombre se clareó la garganta haciendo ademán de comenzar a hablar. De nuevo todas las miradas estaban fijas en él, buscando una respuesta o como mínimo una señal de vida.
-Os entiendo- dijo el hombre y su voz sonó firme y imponente -Comprendo que os sintáis de esta forma, no esperaba menos.
-Y entonces... ¿Qué vas a hacer?- gritó una voz al fondo, puede que la misma que había comenzado la discusión.
El hombre dibujó en su cara una media sonrisa.
-Solo necesito un día. Un día en esta ciudad. Un día para demostrar que estoy aquí, que sigo vivo. Podéis llamarme Noah, el aliado, el enemigo, el loco, el iluminado, pero yo soy uno más. Solo necesito un papel, un micrófono y unas mentes dispuestas a escuchar y a sentir. Solo necesito un día. Un día en Cornwall.

1 comentario:

  1. Tu relato es una excelente manera de reflejar el problema de la urbanización en pueblos costeros.

    Un saludo. (espero que le den el día que pide xD)

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