lunes, 31 de octubre de 2011

Mi dulce infancia

-Charly, no apreciarás los privilegios de ser un niño, hasta que dejes de serlo- dijo Susan justo después de acabar el cuento que tanto me gustaba. Ese que trataba de un niño que vivía en un país donde, por mucho tiempo que pasase, nunca podías hacerte mayor. Adoraba ese cuento. En realidad, adoraba como me lo contaba Susan. Poniendo ímpetu en cada una de las palabras, gesticulando y haciendo expresiones tan personales e identificadoras. Ella era la única que me miraba a los ojos y me hacía sentir mucho más de lo que era. Ella me enseñaba cosas que desconocía. Jugaba conmigo, me hacía cosquillas, me hacía reír. Ella era mi mejor amiga, mi único apoyo. Estoy seguro de que si no hubiera sido por ella, nunca habría conseguido llegar a donde estoy ahora.
Quedé pensativo después de que pronunciara esas palabras tan sabias. Todo lo que decía era sabio, la verdad, pero ese consejo, en especial, estaba un poco más cargado de sabiduría de lo normal. Lo decía la voz de la experiencia, semejante, habitualmente, a la dulce y reconfortante voz de Susan.
-Cuando eres mayor la añoras con toda tu fuerza- continuó -Estoy segura de que la mayoría de personas cambiarían todo su dinero que poseen, por ser niños para siempre, por toda la eternidad, como Peter Pan.
Yo la observé, callado, con los ojos como platos.
-Por eso, ahora que la tienes, debes disfrutarla y aprovecharla al máximo porque, para desgracia de los adultos, solo la vives una vez en tu vida. Una única vez. Y, desgraciadamente, pasa veloz como una estrella fugaz.
-Pero... mi papá tiene mucho dinero, Susan. ¿Crees que puede convertirme para siempre en un niño?- dije.
Susan soltó una pequeña y disimulada carcajada.
-Cielo, la niñez no se compra. Ni por todo el dinero del mundo. No es posible tenerla para siempre, es algo pasajero.
Pensé durante unos segundos.
-De todos modos, yo no quiero ser un niño siempre. Quiero ser un adulto y trabajar.
-¿Por qué dices eso, Charly? Ser adulto es un rollo...- dijo Susan sorprendida.
-Quiero trabajar en la empresa de papá. Quiero ser el mejor trabajador de todos y...- hice una pausa mientras pensaba en si decir o no lo que tenía en mente.
-¿Y?- preguntó Susan.
-Y... así papá me prestará atención. Así seré su hijo favorito y me querrá muchísimo y me contará cuentos antes de irme a dormir y me dará abrazos y besos y me prestará atención.
Susan me observó con los ojos llorosos y seguidamente, me abrazó fuertemente.
-Cariño...
-Me querrá muchísimo, ya lo verás- dije.
-Cariño, tu padre te adora. Lo que pasa es que vuelca su tiempo en el trabajo, igual que tu madre. Lo hacen para compararte juguetes y todas las cosas que tienes.
-¡Pues yo no quiero las cosas que tengo, Susan! Prefiero que mamá y papá me den un abrazo, que me presten atención y que me quieran. ¡No necesito mis juguetes y mis juegos, solo necesito que mis padres me quieran de vez en cuando!
Susan me miró con pena, dolida, sufriendo igual que yo.
-Vámonos a Nunca Jamás, Susan. Quedémonos ahí para siempre, como Peter Pan.
Susan se levantó de la cama.
-Buenas noches, Charly- dijo después de darme un beso en la frente -Que descanses.
Pude apreciar como de su mejilla caía una lágrima.
-Buenas noches, Susan
-Hasta siempre- dijo ella bajito para que no pudiera la pudiera oir.

Lo cierto es que nunca volví a saber nada de Susan.
A la mañana siguiente ya no estaba en el parque como de costumbre. Pregunté a mis padres, pero no me escucharon hasta tres horas después. Me dijeron que se había ido de viaje a Alaska y que no volvería. Estuve encerrado en mi cuarto semanas... puede que incluso meses. Llorando, echándola de menos. Y cuando me quise dar cuenta, mi infancia se había marchado para dejar paso a la adolescencia.
"No apreciarás los privilegios de ser un niño, hasta que dejes de serlo." Cuánta razón tenías Susan. Nunca he escuchado palabras tan sabias, nunca en la vida.
Miento, sí que lo hice. Fue en una ocasión, hace tres años. Venían de la misma persona y de la misma boca. Fue cuando Susan y yo coincidimos en la parada de bus, pero, eso, por suerte o por desgracia, forma parte de otra historia muy diferente.

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