viernes, 13 de marzo de 2015

Imposible

Encontré aquel cuaderno perdido entre el polvo y las telarañas.
No sabría decir cuánto tiempo habría pasado... quizá tres, cuatro años, olvidado, sucio.
Es difícil explicar con palabras lo que encontré en él.
Bofetadas de recuerdos y momentos, trocitos de sueños a medio tejer y una pizca de inocencia. Bueno, más bien una cucharada entera.
Una letra despreocupada pero entendible, rozando lo cursivo, de crío, con una vida entera por delante. Unas hojas de papel que habían estado cuando ninguna otra persona había estado, con millones de sentimientos clavados en ellas. El miedo era uno de ellos y se palpaba como un arañazo que te rasgaba la piel. También la ilusión, brillante, como solo ella puede estarlo.
Podrían parecer los pensamientos incoherentes de un adolescente plasmados en un cuaderno, pero para mí eran mucho más. Eran historias, mentiras y verdades, recuerdos que se habían desdibujado de mi cabeza y que se habían escondido ahí, como náufragos.
Olía a magia. De la de verdad. De la que existe.
Casi podía escuchar los violines de OneRepublic.
Era como un viaje en el tiempo, como si nunca hubiese pasado.
Era 2010. Y el sabor a historias que estaban a punto de comenzar.
Era todo eso y mucho más que solo uno conoce. Y permitidme tomarme el capricho de quedarme con los detalles.

Y, ahí, justo ahí, entre el polvo y las telarañas lo encontré.
"La meta" versaba el título.
Era uno de mis relatos favoritos. Aparentemente no tenía nada que lo hiciese especial, pero las apariencias engañan. Ese relato era un grito. Un grito de esperanza. Un grito inocente, pero un grito al fin y al cabo.

¿Quién soy y qué estoy haciendo aquí?

Esa pregunta raspaba.
Nunca lo habría reconocido en alto, pero, cinco años después de planteármela no era capaz de contestarla. Sí, sabía más detalles, más fechas, más momentos, más reacciones, más situaciones, pero no la respuesta.
Distinto año, distinto sitio y la misma pregunta sin respuesta.

¿Quién soy y qué estoy haciendo aquí?

No, no estoy hablando de problemas de identidad, eso es otra historia, hablo de la persona a la que miro cada mañana en el espejo. ¿Soy yo o no es más que un reflejo de lo que quiero ser y lo que quiero que todo el mundo crea que soy? Ni idea.
En el fondo sigo siendo como aquel crío que cogió la bicicleta y se pegó la mayor hostia de su vida.
Pero nadie viene a recogerme.
Nadie.
Y sigo esperando.
A veces me sorprendo de lo capaz que es mi corazón de soportar martillazos. Quizá tenga un imán para decepcionarme. Y nunca las veo venir. O sí, pero no soy capaz de remediar que se me dupliquen las pulsaciones. Porque en el fondo tengo tantísimas ganas de amar que cualquier posibilidad me hace vomitar mariposas.
Quizá necesite un insecticida.

Lo peor de todo era que me había acostumbrado.
Había decidido poner una barrera entre lo que suponía que estaba a punto de ocurrirme y lo que aún no había ocurrido. "Cuando más estás esperando algo, más tarde llega" decían y yo me lo tomé al pie de la letra. Pero en aquel instante había echado todo por la borda.
Lo peor era que había dejado de soñar con que ocurriría, ya no estaba entre mis pensamientos comunes. Había asumido que después de caerme de la bicicleta tendría que levantarme y curarme las heridas yo solo.
Que nadie iba a estar ahí para ayudarme.
Que siempre me quedaría con un "casi" perfecto.
Y, en ese momento, mi fe se quebrantó.
Tembló con el viento.
Sentí miedo de que no fuese a ocurrir nunca. Que fuese a ser infeliz toda mi vida.
Y, en ese momento, vi aquella meta como un imposible.
Y mis manos actuaron solas arrancando todas y cada una de las páginas de aquel viejo y sucio cuaderno lleno de mentiras.
El desván nunca había temblado tanto.
Acabé con una página en la mano: "La meta".
Nunca supe muy bien por qué, pero en ese momento, sentí como que me caía. Como que el asfalto rasgaba mi piel.
Sí que había algo que me diferenciaba del chico que había escrito eso.
Yo era mucho más realista.
Rompí en pedazos las hojas de aquel relato en cuestión de segundos.
Nunca había existido.
Y nunca podría existir.
Y, con las manos temblorosas, me di cuenta de que lo que había escrito nunca podría cumplirse.
Por nada del mundo.

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