domingo, 21 de agosto de 2011

La meta

¿Qué haces cuando sientes que no formas parte del sitio en el que vives? ¿Por qué esta soledad? ¿Por qué ahora, a qué se debe? ¿Qué he hecho yo? ¿Para qué estoy aquí? ¿Quién soy y cómo he llegado hasta aquí?


Arranqué una de las últimas hojas de mi cuaderno con furia. Me surgían tantas preguntas... todas ellas sin una respuesta fija. Era el vigésimo primer papel que lanzaba a la papelera y el vigésimo primer papel que me hacía dudar. No era yo el que hablaba. Bueno, sí, sí era yo... más bien era mi mente. Intentaba comunicarse conmigo de alguna forma. Lo cierto era que nunca me había planteado encontrarme a mi mismo, me parecía un poco tontería, pero lo cierto es que mi mente me hacía dudar cada vez más.
Me asomé a la ventana de mi habitación. En el jardín mi padre jugaba a baseball con Ryan, mi hermano mayor. Él sí que encajaba aquí. Él sí, pero yo no. ¿Y por qué? 
Estaba harto de las preguntas sin respuesta, estaba harto de escuchar mi mente que se había desatado imparable disparando cuestiones irresolubles. ¿Qué me pasa? 
-¿Qué me pasa?- dije en voz alta.
Cerré los ojos. El sol caía y yo seguía igual. ¿Quien eres? ¿Qué estás haciendo aquí?
-¿Quién soy?- dije de nuevo en voz alta -¡¿Quién soy yo?!
Me tumbé en la cama desesperado colocándome los cascos con la intención de escuchar música. Mi pelo estaba alborotado de tanto pasarme las manos con nerviosismo. ¿Por qué no soy como otros niños? ¿Por qué soy diferente?
Abrí los ojos. ¿Soy diferente? 
La música de mi reproductor comenzó a sonar. Era una de mis canciones favoritas de OneRepublic.
No, no era diferente, era especial. Había nacido por alguna razón, una meta, un reto. ¿Cuál? Encontrar algo, encontrar a  alguien quizá. No entendía nada. Un sentimiento, un soplo, corría por mi cuerpo. Una necesidad, un impulso. ¿Libertad?
Me levanté de la cama de un salto y salí de mi habitación. Bajé las escaleras a toda prisa y en cuestión de segundos estaba sobre mi bicicleta rodando por la carretera. ¿Qué es lo que me pasa? El viento golpeaba mi cara. Era una de las mejores sensaciones que había experimentado. Libertad. No entendía muy bien a qué se debía esa sensación, pero tampoco me importaba. Era feliz, aunque esa felicidad tuviera pronta fecha de caducidad, lo era, desde la punta de los dedos de los pies hasta el último pelo de mi cabeza. Mis piernas rodaban, mis manos agarraban el manillar con fuerza y mi cara, con los ojos cerrados, disfrutaba de la brisa de la última hora de la tarde.
Notaba mil sentimientos, notaba la adrenalina, notaba una sensación de caída, como cuando caes de un precipicio. El aire golpeaba cada vez más fuerte mi cara y la velocidad de la bici era cada vez mayor. Sabía que caería, había una cuesta no muy lejos de mi casa, pero no sabía cuando. Y esa adrenalina me impulsaba a aumentar la velocidad.
La cuesta no tardó en llegar. Salí disparado de la bici cayendo de golpe contra el césped en forma de cuesta. Me había hecho daño, pero no sentía nada. Seguía con los ojos cerrados. Y allí, tumbado en el suelo, respiré hondo por fin. Había muchas preguntas pero ya no quería saber las respuestas, ya no me importaban.
-¿Estás bien?- preguntó una voz encima mío.
Abrí los ojos y observé su cara. Era un chico de aproximadamente mi edad. Tenía el pelo largo y castaño claro. Su flequillo casi tapaba sus cejas. Y sus ojos eran de color miel.
Sonreí.
-Sí- dije asintiendo.
-¿Cómo te llamas?- preguntó el chico mientras yo me levantaba.
-Steve- dije -¿y tú?
-Me llamo Michael, pero la gente me llama Mike- dijo el chico sonriendo.
-¿Tienes mi edad?
-No lo sé- dijo -Tengo 12 años ¿tú?
-Sí, tienes la misma edad que yo- dije casi riendo.
Él sonrió de nuevo. Era una sonrisa cálida, amigable y especial. Igual que yo.
-Tienes sangre en la pierna. Has pegado un salto bestial. Ven a mi casa, mi madre te curará la herida ¿vale?
Yo asentí casi al momento.
Me ayudó a levantarme y ambos caminamos por la cuesta verdosa. Y, en ese momento, supe que había encontrado a la persona que buscaba. Ahora ya no estaba vacío. Había encontrado al amigo que necesitaba. Había encontrado a mi hermano, a aquél que nunca había podido tener. No sé muy bien por qué, pero en ese momento supe que la amistad que habíamos creado no podría romperse nunca. Por nada del mundo.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho el final de la historia, la verdad es que me siento afortunado por tener una amistad de esas que no pueden romperse.

    Un saludo.

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