domingo, 6 de mayo de 2012

Fugaz

No era la mejor noche para hacer una acampada, eso estaba claro. Hacía frío.
Habían encendido una pequeña hoguera en el centro del campamento y todos intentaban acomodarse con su calor, con su bienestar. Todos excepto el profesor, que observaba las estrellas sonriente. Parecía como si  le hablasen, como si se pudiera comunicar con ellas de alguna manera. Los estudiantes estaban tumbados sobre sus sacos de dormir, charlando antes de dormirse.
-¿Qué haces, profe?- preguntó Viktoria.
-Observo el cielo- dijo
-¿Y por qué?
-Porque me relaja- contestó -¿Os habéis dado cuenta la cantidad de estrellas que se apagan en el universo? Se van, se esfuman, sin más. Nosotros no prestamos siquiera atención a pensar en ellas y, en cambio, las estrellas observan uno a uno todos nuestros movimientos. Nuestras ilusiones y desilusiones, nuestros logros y nuestros fracasos. Lo observan todo, calladas, sigilosas, cubiertas por las nubes y por la contaminación lumínica, pero, sin embargo, espectantes.
El grupo calló de pronto. Se hizo el silencio. Todo el mundo reflexionó durante unos segundos.
Se pudo oír alguna que otra risilla con burla, pero al profesor no pareció importarle.
-¿Y qué propones que hagamos?- soltó John de pronto.
-Propongo que dediquemos al menos lo que queda de la noche a estar con ellas, a observarlas, a comunicarnos.
Pude oír perfectamente como el grupo de Oscar y sus amigos se reían. Leí los labios de Sara a la perfección: "Está loco".
A mi no me parecía que lo estuviese. No decía ninguna tontería, ni ninguna idiotez como para parecer un chalado. Sara, meses más tarde, sería la que más lloraría en el funeral de Ramón, como si hubiese sido su profesor favorito, su ejemplo a seguir.
-Hipócrita- dije de pronto.
-¿Quién?- preguntó John, justo a mi lado.
-Sara
-¿Por qué?
-¿No la has oído?
El joven de pelo castaño claro negó con la cabeza.
-No para de burlarse de Ramón- expliqué -No lo entiendo... a mi no me parece que esté diciendo tonterías.
John reflexióno.
-Nunca las dice- dijo casi en un susurro -Tienes que saber cómo es y lo que ha vivido para entenderle.
Estuvimos varios minutos callados, observando las estrellas como había dicho Ramón, tumbados, disfrutando de la paz y la armonía de la naturaleza.
Las voces cada vez se oían menos. La gente iba quedándose dormida poco a poco.
-¡Tss! ¿Estás dormido?- susurró John.
-No, aún no.
-¿Qué haces?
-Pienso, reflexiono sobre lo que ha dicho Ramón...- dije -Oye, tu quieres mucho a Ana, ¿no?
-Muchísimo- dijo
Resoplé.
-Os envidio- dije.
John estuvo un rato en silencio.
-¿Y eso por qué?- dijo entonces
-Porque ojala yo quisiese tanto a mi novia, como tú quieres a Ana.
No le vi, pero estoy seguro de que John sonrió al escuchar mis palabras.
-Pero hombre, eso es cuestión de tiempo.
-No sé, no creo.
-Sí, tranquilo, cuando empecé con Ana tampoco la quería tanto... no sé, todo ha pasado tan rápido.
-Eso espero, John.
-Ya lo verás- dijo -Y si no, no le hagas daño, deja las cosas claras, por el bien de los dos.
Suspiré.
-¿Tú crees que estarás con Ana para siempre?- pregunté
John no contestó en seguida, tardó medio minuto en pensarse la respuesta.
-Sí- dijo de pronto -Para siempre es mucho tiempo, pero yo estoy dispuesto a aguantarlo. Sin embargo, en una relación nunca se sabe... las cosas, las situaciones, no sabes que nos depara el día de mañana. Todo pende de un hilo muy fino. La clave está en aguantar el equilibrio.
En ese momento fui yo el que sonreí.
-¿Crees que seremos amigos para siempre, entonces?
John se levantó para mirarme. Yo le miré fijamente a los ojos, sonriente.
-¿Qué más da eso?- preguntó sonriéndome también.
-Es importante.
-Lo importante es que ahora estamos en la mejor época de nuestras vidas. ¿Qué más da lo que pase en el futuro? Vive el presente y déjate de preocupaciones- dijo antes de tumbarse de nuevo a ver las estrellas.
Me dejó casi sin aliento. En un momento había dicho tantas verdades juntas que tardé un rato en digerir toda aquella información.
Quedé observando al cielo, perplejo.
Reinó el silencio durante varios segundos, hasta que John lo interrumpió para despedirse.
-Buenas noches- dijo.
-Hasta mañana- me despedí yo también.

No pude dormirme. No podía quitar la vista del cielo, como si algo me llamase, como si algo me impulsase a permanecer despierto un par de minutos más.
En ese momento, una estrella fugaz surcó el cielo. Rápida y bella como ella sola. Dejó una pequeña estela que se esfumó en centésimas de segundo. Era la primera vez que veía una y, apenas pude asimilar lo que había ocurrido. Me pilló desprevenido, con la guardia baja. Simplemente pude entreabrir la boca, sorprendido por aquella belleza. Ahora entendía todas las palabras que había dicho Ramón, lo comprendí todo de golpe. Me había comunicado con ellas.

John y yo no volvimos a hablar en toda la noche. Tampoco nadie de los que estábamos ahí. El campamento permaneció en silencio hasta el amanecer.
Nunca supe si alguien más que yo había visto la estrella fugaz. Nunca supe si John la había visto. A la mañana siguiente nadie comentó nada de ella. No obstante, al mirar a John a los ojos, algo en ellos me dijo que sí que la había visto. Algo en sus ojos me impulsó a creer que se había sorprendido tanto como yo.

Sonrío.
Ahora, después de todo este tiempo, empiezo a pensar que, para siempre, es mucho tiempo. Lo cierto es que mi relación de amistad con ese chico fue muy parecida a esa estrella: mágica, bella y maravillosa, pero por desgracia, también rápida y veloz. Sin embargo, aún, después de todo este tiempo, me paro a observar las estrellas, recuerdo a Ramón, recuerdo a John y sonrío. Sonrío como aquella noche inolvidable en la que perdí las preocupaciones y dejé de pensar en el futuro, sonrío como la noche en la que aprendí a entender las estrellas. Sonrío como la noche en la John me enseñó que, aprovechar el presente, es la única lección que existe en esta rápida y fugaz vida.

1 comentario:

  1. Mira que había nombres...
    En fin. Me ha gustado.
    Un día hacemos una acampada y hablamos con las estrellas :)

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