domingo, 22 de julio de 2012

Pulseras de Cuadros

Es extraño volver al mismo sitio donde estuviste hace justo un año. Es como si volvieras al pasado para vivir lo mismo que viviste en su día, pero con los conocimientos adquiridos. Esa sensación, los mismos sentimientos recorren tu piel, tus venas, esa relajación absoluta al sentir el viento al rozar tu pelo. Es como si vivieses un deja vú. Todo parece haber ocurrido ya, parece como si supieras lo que está a punto de ocurrir, pero, sin embargo, te sorprendes al ver que no es como esperas. Porque es nuevo.
Era como si allí no pasase el tiempo. Todo seguía igual que hacía un año. Los árboles, la gente, la magia.
Incluso el discurso del Sr Tomlinson.
Al igual que como habían comenzado aquellas tres semanas, el Sr. Tomlinson cerraba el año con su largo y mil veces ensayado discurso. Como en un espectáculo de marionetas, todos expectantes, escuchaban aquellas sabias –incluso a veces, excesivas- palabras. Recordaba a la anterior noche, la noche de los resultados. Me recordaba a la victoria y no podía evitar sonreír al rememorar aquello.
Todo era igual que al principio. Me invadió la misma sensación que cuando esperaba en la estación de tren, de aquel primer discurso, de la fase final. Ese sentimiento me había recorrido por dentro en todos los momentos importantes. Nosotros, perdidos entre el cúmulo de personas que rodeaban la mesa del Sr. Tomlinson, nos miramos con sonrisa pícara.
Gloria, Lara, Anne, Canelita, Zahara y yo.
Habíamos estado juntos desde el principio y, desde entonces, nada había cambiado.
Mientras el Sr. Tomlinson hablaba, Canelita se atrevió incluso a gesticular y a imitar al director justo con las palabras exactas que decía. Se sabía el discurso de memoria, ¿y quién no? Todos reímos silenciosamente, excepto Anne. Y cuando digo excepto Anne, me refiero a lo de silenciosamente, puesto que, como ya sabréis, su risa era algo… especial.

Había anochecido tan solo unas horas antes, justo cuando habíamos salido de nuestras respectivas habitaciones, después de varias horas acicalándonos con nuestros mejores trajes.
Era un gran día. Era el día de las despedidas.
Al día siguiente, los trenes estarían listos para llevarnos de vuelta a casa. Muchos de nosotros no sabíamos si volveríamos a vernos.
Después de un largo y sonoro aplauso hacia el Sr. Tomlinson por su discurso, se disolvió lentamente el cúmulo de personas que le rodeaban. De pronto, el banquete quedó lleno de gente hambrienta que lo rodeaba.
Sin embargo, nosotros habíamos perdido el apetito.
Ninguno de nosotros dijo nada relacionado con comer, simplemente nos miramos de nuevo entre sí. Nuestras miradas eran ahora tristes. Habíamos caído en la cuenta: Se acababa. El viaje estaba a punto de acabar para siempre. Todos tuvimos las irremediables ganas de abrazarnos y llorar juntos. Incluso yo, el valiente, el que nunca llora, tuvo que retener las ganas de echar a llorar como un crío, cuando se dio cuenta de que tenía que irse. Todos necesitábamos un respiro, una liberación. Fue por eso que, cuando dije: -¿Nos vamos?- todo el mundo echó a correr como si el personaje de sus peores pesadillas nos persiguiese.
Y fue una sensación indescriptible, comparable con aquella vez que perseguí a Canelita por la ciudad, comparable con aquella primera vez que pisé el colegio. Fue un completo alivio volver a sentir el viento en la cara.
Y todos corrieron.
No importó el tipo de vestido que se hubiesen puesto, no importó el maquillaje que se borraría con el sudor, no importó dónde. Era nuestra última noche allí y no queríamos que fuera como las demás. 

Recuerdo acabar entre árboles, rodeados de hojas y andando sobre piedras.
 -¡Joder, voy a mancharme el vestido!- gritó Gloria de pronto, mientras bajábamos el desfiladero de tierra.
 -¡Y qué más da! ¿Acaso te importa el vestido ahora?- dijo Zahara de pronto.
 Gloria no dijo nada al respecto y, supimos que sólo con aquella frase, había quedado convencida.
Lo cierto es que no recuerdo cómo, pero acabamos en un gran descampado repleto de margaritas y girasoles, con lo puesto.
Era un sitio realmente bonito.
Podríamos haber apreciado su belleza, si hubiese sido de día. No obstante, aquella noche no importaba el número de flores que hubiese en el suelo, las estrellas, brillando en el firmamento, las eclipsaban. Podíamos ver desde ahí la catedral, a pocas millas del lugar.
 -¿Ha sido bonito, verdad?- dije cuando nos tumbamos en la fría hierba.
 -¿El qué?- preguntó Canelita.
 -Esto. El viaje, la experiencia… es decir, habíamos estado el año pasado, pero éste… ha sido como especial. Es parecido a la sensación de estar encerrado en una habitación mucho tiempo y después salir al exterior. No piensas impresionarte, pero lo haces. No sé si me explico.
Ellas no dijeron nada y eso me bastó como respuesta. Canelita me buscó, se tumbó sobre mí para apreciar la belleza del oscuro cielo. Las demás estaban tumbadas también, observando las estrellas.
 -Se me ha hecho tan corto todo- dijo Anne. -No puedo creer que cuando amanezca tengamos que marcharnos…- dijo Zahara, de pronto.
 -Cuando amanezca todo habrá acabado. Es extraño porque sabíamos que esto ocurriría, el año pasado fue igual, pero… nunca las cosas son como te las imaginas- dije.
Reinó el silencio durante varios minutos. Fue el tiempo suficiente para que Anne se quedara dormida, como siempre, pero, los demás estábamos ahí, intentando no dormirnos, deseando detener el tiempo para siempre.
Caímos, como cae una hoja de su árbol. Todos acabamos quedándonos dormidos al descubierto, simplemente con el leve sonido del río y el canto de los grillos.
Y, cuando las estrellas comenzaron a quemarse y a desaparecer, cuando el cielo comenzó a aclararse y el primer rayo de sol golpeó sobre nuestros cuerpos, caímos en la cuenta de que todo había acabado aquella noche. Nos despertamos poco a poco, algo doloridos, pero con el corazón batiendo muy deprisa. En pocos minutos teníamos que estar en nuestras respectivas paradas de tren. Cada uno cogería uno distinto y, el colegio se ocupaba de transportar el equipaje. En cuanto a nuestra ropa… digamos que parecía como si hubiésemos pasado toda la noche en una larga fiesta y volviésemos a casa, desorientados.
Se acababa. Era el momento de las despedidas.
Mi mirada se juntó con la de Gloria, la pequeña del grupo, a veces algo quejica, pero dulce como la miel. Muy generosa con todos y muy buena en lo suyo, el ejercicio. Sabía que siempre recordaría el rostro de Gloria, por mucho tiempo que pasase.
Nos fundimos en un fuerte abrazo, seguido de un No te olvidaré.
Zahara me agarró por detrás, justo después de abrazar a Gloria. Zar era la chica más adorable que he podido encontrar nunca, la diosa de la tranquilidad y la paz, nunca se enfadaba. Amigable y buena persona. Era especial. Dios le había tocado con el don del arte, se le veía en los ojos y, a parte de dibujar sobre el papel, dibujaba millones de sonrisas a su alrededor y eso era lo mejor que tenía. Me giré y la abracé con fuerza. Añoraría muchísimo a esa chica en especial, me había enseñado millones de cosas esenciales en la vida que había olvidado o que simplemente no sabía.
 -Gracias Zahara- dije simplemente y ella sonrió.
 -¡Greg!- casi gritó Anne justo después de abrazar, con los ojos llorosos, a Zahara -¡¿Qué hay de mí?!
 -¡Ven aquí!- dije con los brazos abiertos.
 Anne era diversión en estado puro. Era la alegría del grupo. Cargada de peculiaridades, era una persona cargada de sentimientos y de magia. Capaz de sentir como nadie y no demostrarlo. Pero a mi no me engañaba, no la conocía pero le notaba en la cara lo que pensaba en realidad. Uno de los motivos por los que me había mantenido feliz todos estos días había sido por ella. Por eso, al decirle adiós se fue un pedacito de mí, como cuando pierdes o tienes que tirar a tu juguete preferido.
 -Adiós, imbécil- le dije con tono bromista –Espero no volver a verte en la vida.
 -Y yo a ti tampoco, idiota- dijo medio riendo.
Giré la vista y vi a Canela.
Era su turno.
Ambos nos miramos y sonreímos. Ella dejó caer una lágrima por su mejilla y se lanzó a mis brazos. Podría decirse que Canelita y yo habíamos sido como uña y carne durante todo el viaje. Unidos lo máximo que dos personas pueden unirse, compartiendo prácticamente todo. Es por eso que, en ese momento, se marchaba una parte de mí, de mi esencia. Deseé con fuerza que aquel momento fuera para siempre, pero, desgraciadamente, duró pocos segundos. Nos separamos y volvimos a mirarnos a los ojos. Canelita ya lloraba como nunca. Sus ojos estaban rojos. Estaba seguro de que se sentía igual que yo, puede que incluso peor. Nos separamos con dificultad en el último momento.
Cuando la hora se nos echaba encima. Juntos, en círculo, prometimos volver a vernos algún día. Prometimos no olvidar aquel maravilloso viaje y recordarlo por siempre. Y, cuando el sol salió completamente, cada uno marchó en una dirección distinta.
 Zahara, Canelita y Anne hacia la estación más cercana, Gloria hacia una mucho más lejos, hacia la derecha y, Lara y yo hacia la izquierda. Cada uno tenía su camino, pero todos en distintas direcciones.

Fue entonces, cuando todos estábamos suficientemente lejos, que me di la vuelta. Les vi andando hacia sus paradas y tuve un impulso.
 -¡¡EH!!- grité y todas se giraron hacia mí.
Levanté la mano y alcé mi mano izquierda. La pulsera de cuadros blancos y azules que todos teníamos, brilló con los primeros rayos del alba. Todos entendieron el mensaje y levantaron sus brazos en los que tenían la pulsera. Y, con la firme intención de cumplir sus destinos, zarparon rumbo a su largo viaje y sin permitir que nadie consiguiera disuadirles de abandonar su hazaña, zarparon en busca de sus sueños.

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