domingo, 5 de agosto de 2012

Sombras

  No había escuchado peor música en mi vida. Putrefacta, demostrándome un día más que el mundo se va a la mierda. Enseñándome poco a poco las reglas de la sociedad: Alcohol, drogas y sexo. Sobre todo sexo.
  Como marionetas, todos bailan movidos por los hilos de la sociedad, a cada cual más patético. Moviendo sus musculados cuerpos de allá para acá lasciva y lujuriosamente. Intentando ocultar sus problemas y preocupaciones, bajo los efectos de algo más grande que ellos mismos. Controlados.
  Yo les observo, sin mediar palabra. Tampoco podrían oírme si hablara. Esa endemoniada música está a todo volumen, impidiéndome pensar. Absorbiendo mentes y vaciándolas. Creando ineptos y catetos, cuyo único objetivo es destruir vidas ajenas, o peor, amaestrar otras vidas, destruyéndolas de todos modos. Eligen víctimas débiles, como los vampiros. Esos chupasangre atacan a cuerpos frágiles, inseguros, y les convierten en una de las peores criaturas que han existido. Se extienden como una plaga, imparables.
  Les observo con una sonrisa en el rostro. Ridículos. Creen reírse de ese mundo, pero no saben que ese mundo se ríe de ellos. Yo me río de ellos, porque se creen superiores, cuando su inteligencia no llega más allá de provocar una pelea cuando están disconformes con algo. Cuando todas sus preocupaciones acaban al fumarse un porro, mientras destruyen neuronas a cada calada. Basura. No son más que basura. Igual que aquella odiosa música que comienza a calmarse poco a poco. Se apaga. Igual que mi mirada. Mis ojos van cerrándose poco a poco. De pronto, lo veo todo oscuro. No hay absolutamente nada a mi alrededor. Vacío.
  Ya no puede escucharse nada más que los latidos de mi corazón, que se aceleran a cada momento. Caigo al suelo de golpe. El nerviosismo brota por todo mi cuerpo. La adrenalina me recorre como flechas de fuego, quemándome. Un sentimiento me invade y me nubla la vista: Preocupación.
  Ahora todo cobra sentido. Tengo que huir de lo que me persigue. Me levanto de golpe del suelo. Ya no estoy en el endemoniado sitio de antes, ahora estoy en un bosque. Un bosque lleno de vegetación, lleno de oscuridad, lleno de sombras que me persiguen.
  Corro. Corro a toda velocidad, mucho más rápido de lo que pensé que podría correr. A penas puedo ver nada, todo está oscuro y tenebroso. Siento que voy a chocarme de golpe, pero no me detengo. Tampoco me choco. Parece como si pudiese atravesar todos los objetos que se cruzan en mi camino. Siento la adrenalina en mis piernas, en mis manos. Siento mis dedos retorcerse, crujiendo como nueces al partirse. Siento la sangre bombear de mi corazón como pasos enloquecidos. Bombea fuerte, parece que va a explotar. Siento una necesidad odiosa, terrorífica. Necesito... necesito matar. Atravesar cuerpos con un cuchillo, llenarme de sangre. Quiero matar a todas las sombras que me persiguen, que me hacen correr.
  Echo la vista atrás y veo rostros oscuros. Rostros oscuros con ojos rojos, muy rojos, rojos como la sangre que fluye a presión al sacar el cuchillo de la carne. Me asusto de mis propios pensamientos, me asusto de esta parte de mí. Tengo miedo de las sombras, pero también de mí mismo.
  La luna me mira. La luna lo sabe todo, sabe lo que me ocurre. Me persigue con la mirada y me hace temblar. Lo sabe todo, me va a delatar. Las sombras sabrán que tengo miedo.
-¡No digas nada!- grito de pronto.
  Desaparece, entre los densos nubarrones. Se esconde. Yo también quiero esconderme y consumirme como el fuego, hundirme en el fondo del océano y agonizar, sin ni siquiera poder consumir mi último aliento. No estoy loco, lo juro. No sé qué me ocurre. Desde fuera puede parecerlo, pero no lo estoy. No puedo controlarme. No me juzgues, no intentes justificarme. No hay razones para creer que estoy cuerdo... pero tampoco las hay para creer que no lo estoy. Al fin y al cabo, todo esto no es más que una pesadilla. Una pesadilla que parece real de principio a fin.
  Noto las sombras. Noto su aliento rozándome la nuca, enfriándola, matándome. Tengo miedo y lo saben. Saben que tengo miedo.
  Me giro y puedo verlas de cerca. Su rostro, su rostro es la cosa más horrible que he podido ver en la vida. Una cabeza calavérica con unos ojos hundidos, penetrantes, rojo carmesí. Me invade el pánico, tengo que echar la vista hacia delante, con el corazón batiéndome con más fuerza. Corro mucho más. Sí, más. Superándome a mí mismo y mis expectativas. Rompiendo esquemas, pero atemorizado. Porque la misma muerte me ha mirado a los ojos.
  Ya no noto su aliento rozándome la nuca. Ya no. Se ha quedado atrás, la he burlado. Continúo corriendo igualmente. No quiero parar. Temo detenerme y que me cojan.
  Caigo. Caigo en un gran río. Ahora, ahora es el momento de ahogarme y acabar con todo. No me levanto del suelo, me limito a ver lo que hay reflejado. Mi reflejo... mi reflejo... no es el mismo de siempre. Mi pelo ha desaparecido, mi rostro se ha estirado y mis ojos... mis ojos... mis ojos ahora son rojos.
  Comprendo todo de golpe. Tiemblo. Deseo morir. Siento mi mente a punto de explotar, caliente, como metida en un horno a toda potencia. El ser que me persigue es idéntico a mí.
-Eres mío- susurra una voz en mi oreja.
Me ha cogido.

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