sábado, 9 de junio de 2012

Nunca Jamás

Aún recuerdo aquella noche de diciembre.
Hacía frío.
Podrían haberme dicho que ahí fuera estaba todo nevado y me lo habría creído. Sin embargo, yo estaba calentito en mi casa.
Aún recuerdo aquella paz, aquella protección que sentía en mi hogar, en mi habitación. Olía a magia.

  Nuestra madre acababa de entrar para darnos el beso de buenas noches, a mis hermanos y a mí. El primero fue Albert, el pequeño. Apenas tenía cinco años. Era un niño moreno de piel, con el pelo no muy largo, castaño y totalmente liso. Sus grandes ojos de color azabache, eran profundos, cargados de ilusión y protegidos por unas largas pestañas. Era un niño realmente tierno, guapo y dulce.
Madre posó sus labios sobre sus mejillas y, Albert, con los ojos cerrados, fingiendo estar agotado, dibujó una pequeña sonrisa en su rostro.
  Nuestra madre caminó hasta la cama de Charlotte y se sentó sobre ella. Charly, no era realmente nuestra hermana. Era hija de nuestra tía que, tiempo atrás había tenido que mudarse lejos de la ciudad por motivos de trabajo. Sin embargo, era prácticamente como una hermana para mí. Era un par de años mayor que Albert. Tenía los ojos de color avellana, a conjunto con su precioso pelo rizado. Era inteligente, destacaba en eso. Era una niña muy avanzada en conocimientos en comparación a otros niños de su edad.
-Buenas noches, Charlotte- dijo madre besándola en la mejilla, tal y como había hecho con Albert antes.
La niña sonrió.
-Buenas noches, tía- dijo la pequeña.
Era mi turno.
Pronto mi madre estuvo sentada en mi cama, sonriente. Me encantaba ese momento, cuando nos quedábamos mirando, sin decir nada, simplemente pensando el uno sobre el otro. Era un momento especial que solo compartía con ella en todo el mundo.
-Buenas noches, Nico- dijo madre posando sus labios en mis mejillas.
-Buenas noches, mamá- dije -Que descanses.
Madre nos dedicó una última mirada, a los tres, antes de marcharse a su habitación. Había sido una noche muy larga, pero, aunque era más bien tarde, la noche no había hecho nada más que empezar.

Justo cuando madre salió de la habitación, los tres nos levantamos de nuestras camas.
-¡Corre! ¡Nico abre la ventana!- gritaba Albert.
-¡No grites, Albert! Mamá puede oirnos- dije caminando hacia la ventana.
Era el momento.
Abrí la ventana con fuerza. Por ella, entró súbitamente un aire congelado. En efecto, estaba nevando. No obstante, no estaba seguro de si por la mañana habría cuajado. En ese instante no me importaba. Me asomé con delicadeza por la ventana.
-¿Peter?- susurré.
De pronto, el joven Peter apareció delante de mis narices. Tuve que retroceder unos pasos para que pudiese entrar. Mis hermanos daban saltos de alegría.
-¡Peter!- gritaban.
El chico posó sus pies en el suelo de nuestra habitación y colocó los puños en su cintura, sonriente.
-Hola Albert, hola Charly- dijo y, luego se dio la vuelta -Hola Nico.
-Buenas Peter- dije -Pensaba que no vendrías nunca.
El joven frunció el ceño durante unos segundos.
-¿Y perderme el espectáculo? ¡Eso nunca!- exclamó.
Caminé hacia mi cama para coger el cuaderno que había en ella.
-¿Y Campanilla?- preguntó Charly.
-¡Campanillaaa!- exclamó Peter y, de pronto, una pequeña luz atravesó la ventana y entró en la habitación.
-¡Has venido!- dijo la niña, mientras el hada se posaba en la palma de su mano.
-¿Cuándo vas a llevarnos a Nunca Jamás, Peter?- preguntó Albert.
El joven volvió a colocar sus manos en la cintura.
-Pronto, pequeño- dijo sonriente -Muy, muy pronto.
La habitación quedó unos segundos en silencio.
Todos me observaron.
-Vamos, Nico. Todos queremos oír tu historia- dijo Peter.
-Está bien- comencé -Había una vez, un pequeño recién nacido que paseaba por los jardines de Kensington con su precioso cochecito de bebé. Se llamaba Peter. El bebe, estaba a punto de caer rendido. Observaba el suelo moverse, las ruedas, mientras sus párpados caían por su propio peso. Estaba a punto de dormirse. Si Mary, la enfermera que conducía el cochecito, no se hubiera detenido a charlar con los vecinos, se habría percatado de la extraña desaparición del pequeño, pero, si lo hubiera hecho, no habría historia que contaros ahora mismo. No obstante, ese bebé fue criado en un sitio muy muy lejano. Ésta, es la historia de un niño que decidió que nunca iba a crecer. Ésta, es la magnifica historia de Peter Pan-.
Los tres estaban expectantes. Querían saber lo que iba a pasar, lo que había escrito.
-Hasta aquí- dije.
-¿Cómo? ¿Sólo has escrito eso?- dijo Peter algo decepcionado -Ahora me has dejado con la intriga, tío.
-Lo siento chicos, ha sido un día muy ajetreado, apenas he tenido tiempo de sentarme a escribir- me excusé.
Peter asintió.
-Está bien- dijo -Volveré mañana a escucharla terminar.
Podría haberle dicho a Peter que ésa, era la penúltima noche que pasarían juntos, pero, en su opinión, eso le haría comportarse de manera distinta. Se perdería la magia.
-Adiós Peter- dije -Mañana prometo tenerla acabada.
-Ojalá- dijo el joven en dirección a la ventana -Vamos Campanilla.
-Adiós Peter, adiós Campanilla- dijo Charly.
Y se fueron volando. La segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer. Conocíamos la dirección de memoria. Solo necesitábamos hacer volar nuestra imaginación y marcharnos a aquel mundo mágico.
-¿Por qué no le has dicho que nos vamos, Nico?- preguntó Charly preocupada.
-No era necesario que lo supiese, Charly, mañana se lo diremos- dije.
Los tres nos metimos en nuestras respectivas camas y, en cuestión de pocos minutos, estábamos soñando. Soñando con Peter Pan y El País de Nunca Jamás. Soñando con la magia que rodea a un niño y que le acompaña durante toda su infancia.

A la mañana siguiente, las calles de la ciudad estaban nevadas. Nunca había visto tanta nieve cubriendo los tejados.
Era fascinante.
Sin embargo, no tenía mucho tiempo para fascinarse. Oía aviones bombarderos por todos lados. Los soldados hablaban con nuestros padres, les gritaban. Todo era un completo caos. Mis hermanos y yo, nos dedicábamos a observar. Ellos, a menudo me preguntaba sobre la historia de Peter Pan que estaba escribiendo. Me presionaban. No lograba encontrar alguna brillante idea que proyectar en el papel, estaba totalmente en blanco. Blanco como la nieve que cubría los tejados en las calles de Londres.

  La noche llegó justo a tiempo. Había conseguido acabar la historia. Estaba bastante orgulloso de ella y deseaba ver la cara de Peter al escucharla.
Madre no vino esa noche a desearnos buenas noches. Ninguno de mis hermanos la echó en falta. Yo sí. Necesitaba verla de nuevo y volver a mirarle a los ojos.
Peter Pan entró por la ventana de nuestra habitación, muerto de curiosidad.
-¿Qué ocurrió con Peter?- preguntó el propio Peter.
-¡No puedes entrar!- exclamé.
-¿Por qué no?
-Madre aún no ha venido a despedirse de nosotros. Puede entrar en cualquier momento.
-No va a venir, Nico- dijo Charlotte -No creo ni que esté en casa. No la he visto desde la cena.
-¡Sí que va a venir! ¡Tiene que despedirse de nosotros!- grité.
-¿Por qué tiene que despedirse de vosotros?- preguntó Peter, intrigado.
Los tres permanecimos en silencio durante un rato.
-Mañana nos vamos- dije.
-¿A donde?- preguntó el chico.
-Al campo. Dicen que ahí estaremos seguros.
Peter Pan negó con la cabeza varias veces, nervioso.
-No podéis marcharos. No podéis marcharos- repitió.
-Nos vamos, Peter, todos los niños se van.
-No, no todos- dijo -No tenéis por qué iros.
Los tres observamos la pequeña sonrisa que acababa de formarse en el rostro de Peter.
-Vámonos. Venid conmigo. ¡Volemos a Nunca Jamás!-exclamó
Yo abrí los ojos como platos, mientras que mis hermanos gritaban de alegría.
-¿Quieres llevarnos a Nunca Jamás? ¿Hoy?- pregunté impresionado.
El joven asintió, convencido.
-No- dije -No puede ser, Peter, no podemos dejar aquí a madre.
Peter me miró a los ojos. Ambos teníamos la misma altura, aparentábamos la misma edad.
-Vuestra madre puede estar sin vosotros. Lo superará- explicó -Al fin y al cabo, ibais a dejarla aquí mañana, ¿no?
-¡Vamos Nico!- exclamó Albert -¡Nos vamos a Nunca Jamás!
Peter me extendió la mano. Estaba a pocos centímetros de mi, tan solo tenía que agarrarla y salir de ahí volando. Reflexioné durante un segundo.
-Yo no voy- dije de pronto.
Peter Pan me miró sorpendido.
-¿Cómo que no vienes? ¿Cómo puedes rechazar ir al paraíso de los niños, donde no pasa el tiempo, donde todo es felicidad, donde la vida es una aventura?- preguntó Peter.
-No puedo ir, Peter.
-Prefieres quedarte aquí y crecer. Es eso, ¿no?
-Todos crecemos en algún momento. Algún día dejaremos de ser niños- expliqué.
-Yo no- dijo Peter seco y firme.
-Tú también- le contradecí -¿Quieres saber cómo acaba la historia de Peter Pan? Bien, pues, acaba creciendo, acaba madurando. Se hace un hombre, le llaman para ir a la guerra y muere en combate. Como las personas normales.
-No- dijo Peter volviendo a negar con la cabeza repetidas veces -No, yo no moriré en la guerra. ¡Yo no creceré nunca!
Me quedé observándole desafiante durante varios segundos. Después, di media vuelta y me dirigí hacia la puerta.
-Charly, Albert, haced lo que queráis, pero yo no iré con vosotros- dije sentenciante justo antes de salir de la habitación.

  Caminé por aquel largo pasillo, arrepintiéndome de no ir con mis hermanos. Estaba seguro de que iba a estar arrepentido para siempre, toda mi vida, pero no podía dejar a madre. De pronto, una imagen se proyectó en mi cabeza: la sonrisa de Peter.
No podía dejarles ir. Tenía que ir con ellos.
Di media vuelta en seguida y corrí hacia mi habitación a toda velocidad.

Cuando entré, mis hermanos ya no estaban, tan solo estaba Peter, a punto de echar a volar.
-¡Peter, espera!- grité.
El chico se giró para observarme.
-Mira, lo siento- comencé -Me he comportado como un idiota. Las cosas que he dicho... no son ciertas, no pienso así realmente. Es solo que... madre... no puedo dejarla sola.
-Lo sé- dijo Peter.
-Pero tampoco puedo dejar solos a mis hermanos, ni tampoco a ti.
-¿Entonces?- preguntó.
-Entonces me voy con vosotros a Nunca Jamás. Para siempre, para siempre jamás.
Peter sonrió, pero no fue una de sus típicas sonrisas, fue una sonrisa extraña, como de incertidumbre, como de dolor.
-Nico... tú... ya no puedes ir a Nunca Jamás- dijo.
-¿Cómo que no puedo ir?-  pregunté.
-No puedes ir porque... a Nunca Jamás sólo pueden ir niños- explicó- y... en algún momento de esta noche... has dejado de ser un niño.
En aquel momento me quedé absolutamente sin palabras.
-Has madurado- dijo -Lo siento mucho.
Llevé mis manos a la cabeza, mudo, sin saber qué decir. Perdí la fuerza y me dejé caer al suelo.
-Adiós Nico- dijo el chico dando media vuelta.
Pude ver una lágrima en su mejilla. Estaba llorando.
Segundos después, echó a volar. Lejos, muy lejos, seguido de mis hermanos. Yo, mientras tanto, me quedé ahí, en el suelo, llorando de impotencia, sin saber qué decir. Sabiendo que Peter tenía toda la razón, sabiendo que había dejado de ser un niño aquella noche.
Comprendí todo de golpe. Lo que había escrito, el final de la historia, no era cierto. Peter Pan nunca podría crecer.
Me asomé a la ventana con lágrimas en los ojos. La segunda estrella a la derecha brillaba con fuerza. Estaban llegando.
-¿Qué te pasa, hijo?- preguntó mi madre, que acababa de entrar.
-Se han ido... se han marchado para siempre- dije y mis palabras sonaron repletas dolor. Con el dolor de un niño que ha dejado de serlo. Con el dolor de la magia escapándose por sus dedos. Con el dolor de una infancia muerta ya, solo viva en el recuerdo.
Aquella fue la última vez que vi a mis hermanos, fue la última vez que vi a Peter Pan y, sin embargo, recuerdo su sonrisa como si fuera hoy. A veces, durante las noches de invierno, siento la necesidad de abrir la ventana, a la espera de que Peter vuelva, queriéndome llevar a Nunca Jamás, el paraíso de los niños, donde no pasa el tiempo, donde todo es felicidad, donde la vida es una aventura. Nunca Jamás, el lugar donde los niños, son niños para siempre.


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