lunes, 15 de junio de 2015

Carpe Diem

No sé por qué me sigo sorprendiendo de que aparezcas de repente y me rompas la perspectiva de golpe. Si siempre lo has hecho. Desde el comienzo.
Y aún ahora, cuando ya no sé ni los años que hace que despertaste mis cinco sentidos, cuando me convierto en el funambulista que mejor se aguanta en su cuerda floja, cuando me distraigo falsamente con otros que no tienen tu sonrisa, ni tus ojos, ni las malditas ganas de vivir que desprendes, aún ahora, sigues aquí, como siempre.
Te imagino yendo a clase con la misma mochila azul, roja y blanca. Como siempre, con la mirada al frente, enamorando a cada paso sin ni siquiera buscarlo. Desparramando energía en cada peldaño de la escalera. Perdido, sin ganas de que te encuentren.
Te imagino como siempre, como aquél chico al que no podía quitarle el ojo. Al que su papá le venía a recoger, cada día a las 15:03, en un coche con una matrícula que un día me aprendí.
Un chico con miedo a estar solo, con su bicicleta y su polo rojo (aunque puede que él lo viese de otro color, quién sabe), recorriendo las calles cercanas a la costa en busca de alguien que pueda ayudarle.
Me imagino a mí cruzándome contigo.
Fijándome en lo mucho que has cambiado, preguntándote por la Selectividad, por tu futuro y por la chica que te hace sonreír.
Me imagino tranquilo porque, puestos a imaginar, cualquier invención es buena. Contando los segundos que me quedan para decirte adiós y no volver a verte de nuevo. Con Bend & Break de fondo, como en los viejos tiempos.
Me imagino armándome de valor y diciéndote que eres el causante de todo. De absolutamente todo. Acusándote de ser el asesino de mi inocencia, el estúpido muchacho que se cruzó en mi camino y que hizo que ya nada volviese a ser igual. El que me hizo demasiado exigente. El que me dejaba en vela millones de noches preguntándome cuándo cojones volvería a verte.
Me imagino preguntándote por tu estúpido tatuaje, sobre lo que verdaderamente implica en tu vida. Sobre si realmente en algún momento tuviste ganas de llorar por lo que realmente significaban esas palabras, en latín, que ya han perdido el sentido de tanto usarlas.
Me imagino preguntándote si sigues siendo un niño, si has dejado de soñar, si sigues con ese brillo en los ojos que me tenía enamorado. Me pregunto si se me erizaría la piel como siempre, pues él había sido, junto a la música, una de las cosas que conseguía ponerme la piel de gallina.
Me imagino confesándote que nunca había querido a nadie tanto como a ti. Y te imagino sorprendido, aunque comprendiendo de golpe todo. Quizá tirándote de la escalera al suelo o bajando rodando.
Me imagino acercándome lentamente a ti y pensando: "Ahora o nunca".
Y besándote.
Aunque ni siquiera recuerde ya cómo se hace.
Improvisando.
Agarrándote de la cabeza y susurrándote el te quiero más real que nunca he dicho. Porque tú fuiste el comienzo de todo, mi pulsera de caracolas, mi estrella fugaz, el final de la escalera. Porque estoy completamente enamorado de ti, hasta los malditos huesos. Y puede que sea un amor infantil y extremadamente idealizado, pero siento que el pecho me explota cuando apareces de repente, como siempre.
Y siempre lo haces. Y yo sigo sorprendiéndome.

Supongo que imaginar es muy fácil. Porque nadie te ve, porque nadie te escucha, porque nadie te juzga.
Lo difícil es contar los kilómetros que me separan y maldecir el hecho de que sea completamente imposible encontrármelo aquí. Lo difícil es pensar que aunque fuese posible encontrármelo, no sabría qué decir, ni qué hacer, ni cómo mirarte a los ojos.
Lo difícil es coger el coche con un destino fijo y buscarte por las calles. Como en los viejos tiempos.
Supongo que, como siempre, es bastante difícil ser el primero de los dos en hacer caso a la frase que tienes tatuada en la clavícula.

1 comentario:

  1. Muy buen escrito, el acompasamiento de los sentimientos desbordantes de la juventud y como marcan para siempre. Pasión es lo que describe.

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