Se oyó un grito agónico. Un horrendo sonido en el que rabia, dolor y desesperación se distinguían a la perfección entre ellos.
Le estaba ocurriendo otra vez.
El joven apretó los puños intentando descargar toda su ira de alguna forma. Era una sensación horrenda. Todo su mundo se desplomaba a su lado. Solo tenía un deseo fijo, devorar a su víctima.
Luchó contra sí mismo, intentando evitar lo que estaba a punto de ocurrir. No debía, no podía hacerlo. Alguien tenía que impedirlo. Pero nadie lo iba a hacer, nadie le iba a parar los pies porque nadie sabía que él era un monstruo. Sí, eso es lo que era, un monstruo.
Volvió a gritar y, esta vez, su grito fue distinto a los otros. Ya no expresaba odio ni rencor hacia los que no le entendían. En esta ocasión con su grito intentaba pedir ayuda. No pudo pedir más clemencia.
Cayó al suelo de rodillas. Su cabeza parecía que iba a explotar. Comenzó a sentirse mal y, en cuestión de minutos, ya no era el mismo.
Supo que se arrepentiría más tarde, pero no pudo controlarse.
La bestia se apoderó de él y lo consumió hasta convertirle en algo totalmente distinto.
Al alba, despertaría cansado y dolorido, arrepintiéndose de todas las cosas horribles que habría hecho esa noche, pero todo habría pasado, hasta que la próxima luna llena quisiera convertirlo en una bestia.
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